Ciudad de México. El periodista y profesor Ignacio Ramonet es un gran conocedor de América Latina. Nacido en Galicia, España, en el seno de una familia republicana perseguida por el franquismo, creció en el exilio en Tánger, estudió en la Universidad de Burdeos y vivió mucho tiempo en Marruecos.
Promotor de ATTAC (Asociación por la Tasación de las Transacciones Financieras y por la Acción Ciudadana) y del Foro Social Mundial y es, actualmente, director de la versión en español de Le Monde Diplomatique. Doctor honoris causa de universidades en España, Argentina y Cuba, ha recibido decenas de premios y medallas en más de 10 países.
En su estancia en México, Ramonet conversó con La Jornada sobre el progresismo, los dilemas geopolíticos de Latinoamérica y los retos de la integración regional. Aquí, la segunda y última entrega.
–¿Cuál es tu balance del progresismo en el continente?
–La buena noticia es que en las elecciones que se realizaron el año pasado, en particular después de lo peor del covid, se han visto victorias de la izquierda en bastantes países.
“Ganó en Honduras. La más espectacular es la de Colombia, porque es la primera vez en que una coalición de izquierda llega al poder en ese país. Triunfó en Brasil, y no es poca cosa. Y, entre otras más, está Chile.
“Hay una configuración como nunca antes se había tenido. Incluso cuando se le compara con el contexto latinoamericano de principios del 2000, con gobiernos progresistas en varios países.
“La diferencia es que ahora se ha añadido Colombia, que tiene un peso muy importante. Aunque son muy distintas entre ellas, tenemos, piloteadas por gobiernos progresistas a las seis principales economías de la región, entre ellas a los tres gigantes: México, Brasil y Argentina. Y a esto añadimos Colombia, Chile y Venezuela. Pocas veces la izquierda ha dispuesto de tantos argumentos económicos para realizar una política de transformación. Esta es la lectura optimista.
“Los electores en todos estos países le han dado la mayoría a una coalición de izquierda o a una progresista. Pero, en realidad, lo que está pasando en el mundo es que después del covid, todos los que gobiernan, casi sin excepción, pierden las elecciones. O sea, ganan las oposiciones. Y, como en la región la izquierda se hallaba en la oposición, hemos visto la verificación de esta cuestión.
“Otra lectura es que las derechas han decepcionado y no han conseguido llevar a cabo políticas satisfactorias para la población. Pero en Brasil, a pesar del desastre, Bolsonaro estuvo a medio dedo de igualar el resultado de Lula, quien ganó gracias a una amplísima coalición que va de la izquierda hasta el centro moderado. Vemos también que la derecha no se deja vencer. Hace poco menos de dos años triunfó la izquierda en Perú, pero no se le permitió gobernar. Finalmente ha habido como un regolpe de Estado.
“Hay una interrogación sobre si estas izquierdas serán capaces de seducir al electorado de manera en que puedan afianzar estos resultados. Las próximas elecciones confirmarán si se ratifica o no a estos gobiernos. Tenemos que esperar un poco antes de cantar victoria.
“Todas estas izquierdas que llegan lo hacen con programas muy moderados. Es como si la lección de la primera ola de gobiernos progresistas hubiera sido que no conviene hacer transformaciones brutales, y que hay que ganar al electorado del centro, que se asusta con esos cambios, aunque sean necesarios para el país y la sociedad.
Son izquierdas que llegan con una propuesta más moderada que las de Chávez, Correa o Evo. Ellos tuvieron un proyecto más avanzado de Constituyente, no en un horizonte socialista, pero sí apuntando hacia allá.
–Mencionas a Hugo Chávez, Luiz Inácio Lula da Silva, Rafael Correa, Evo Morales. Ellos tenían un proyecto para la integración latinoamericana. ¿Está en marcha un proceso similar?
–La integración es la salvación de América Latina. Si quiere salir de la dependencia, del neocolonialismo, de un modelo económico que sigue siendo colonial, fundamentalmente basado en exportación de materia prima o de productos primarios del suelo o del subsuelo, sin transformarlos en la propia región, tiene que avanzar en la integración.
Estos gobiernos acaban de llegar. Hay que retomar el movimiento integracionista. Hay países que tienen esa vocación, pero no lo estamos viendo. Fue una alegría la reunión de Unasur en Buenos Aires, pero, en concreto, resultó poca cosa de ella. Hay que relanzar la ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), volver a proyectos como el Banco del Sur. La integración es un proceso indispensable.
Mundo multipolar
–¿Está América Latina ante la disyuntiva de inclinarse hacia la hegemonía estadunidense o aceptar la presencia china, que se expresa muy claramente en el reciente viaje de Lula a ese país?
–La configuración geopolítica internacional de hoy, con el enfrentamiento de Rusia y las potencias de la OTAN crea un espacio que rompe el mundo unipolar que surgió de la Unión Soviética en 1991. Había la tendencia de que el mundo iba a ser monopolar, dominado por el hegemón imperial norteamericano.
“Hoy día, China es el gran rival estratégico de Estados Unidos. Pero, al parecer, alrededor de la confrontación militar en Ucrania, el mundo se ha dividido por lo menos en dos. Esta configuración permite espacio para un mundo multipolar, en el que América Latina no tiene por qué decidirse a seguir a uno u a otro, sino tener una política propia.
“Si pensáramos en una región más organizada geopolíticamente, y más integrada económica, comercial y monetariamente, podríamos imaginar que sería un polo más. Esa es la aspiración, pero por el momento no es el caso.
“¿Hay que escoger a qué imperio veneramos? ¿Al estadunidense, al chino, al ruso? No creo que esa sea una política soberana para América Latina. La región debe pensar por sí y para ella misma.
“La verdadera confrontación hoy es entre Estados Unidos y China. No tiene aún un carácter militar, pero, en previsión de ella, sabiendo que Rusia sería el principal aliado militar de China, su etapa preliminar es la confrontación OTAN-Rusia. ¿Por qué? Porque se trata de agotar a Rusia, para que, cuando llegue el momento de ayudar a China militarmente, ya no pueda hacerlo. Por eso la guerra de Ucrania va a durar.
“La historia ha visto lo que va a pasar. Siempre hay un Estado que se convierte en imperio, y ese imperio domina el mundo. Pero, con el tiempo, surge un nuevo embrión de imperio. El dilema para el existente es cuándo intervenir para que ese embrión no se convierta en otro imperio que lo sustituya.
El problema para Estados Unidos es cuándo van a atacar sin que sea demasiado tarde, pero tampoco demasiado pronto, para que no se les vea como agresores.
Compromiso ante votantes
–El primer ciclo de gobiernos progresistas terminó en parte con procesos destituyentes impulsados desde el Poder Judicial o golpes blandos. Hoy se habla de que se han puesto en marcha acciones similares. ¿No se deja de lado las responsabilidades de estos gobiernos hacia sus votantes?
–Seguro. Se debe plantear esta cuestión. Por ejemplo, el caso de Ecuador. Fue una decisión errónea designar como candidato a la sucesión de Rafael Correa a Lenín Moreno. Hubo un error, por lo menos en el conocimiento de la firmeza progresista de la persona.
“En Bolivia hubo una situación similar. No cabe duda de que hubo un golpe de Estado contra Evo, pero, también, si se hizo un referéndum, y el resultado fue hostil a un nuevo mandato, había que mantener la elección. Son preguntas que conviene hacerse porque los dirigentes tienen que cumplir lo que prometen.
“Al final, los ciudadanos se encuentran en situaciones adversas. Está el bloqueo imperialista contra muchos países. La hostilidad permanente de Estados Unidos, la ayuda de las fuerzas empresariales a los partidos de derecha. Pero la izquierda debe saber corregir y teorizar. No tiene una solución que sea válida en cualquier contexto y momento de la historia. Hay que aprovechar que tiene más victorias que nunca para hacer un poco de introspección. Hay que tener un poco de sentido crítico.
A pesar de todo, son procesos de izquierda en un marco de libertad democrática y en un marco electoral. Hay que plegarse al rito de las elecciones, con sus reglas. El dinero, la influencia y propaganda extranjera, las agresiones que sufren los gobiernos de izquierda, distorsionan la realidad e influyen en el proceso. Pero, cuando los electores se alejan de nosotros, hay necesidad de pensar en qué responsabilidad tenemos.