Madrid. Los 27 países que integran la Unión Europea (UE), con unos 450 millones de habitantes, generan al año cerca de 2 mil 500 millones de toneladas de basura, de las cuales algo menos de la décima parte son los llamados residuos municipales
, es decir los generados por el ser humano en sus casas.
Cada ciudadano europeo genera en promedio alrededor de 502 kilos al año, una media diaria de 1.4 kilos, señala el instituto europeo de estadística Eurostat.
En una región tan amplia y diversa hay distintas realidades y velocidades en el tratamiento de la basura; mientras en el sur se utilizan principalmente los vertederos, en el norte, la zona más rica, están prácticamente extinguidos. Más aún, gran parte de los residuos se exportan
en general a naciones más pobres y con peores sistemas de reciclaje y almacenamiento, como Turquía, India y Egipto, entre otros.
Hay una máxima que tienen asumida los expertos: a más riqueza, más contaminación.
Las naciones de mayor renta per cápita, que en la UE están al norte (Alemania, Noruega, Suecia, Dinamarca, Países Bajos y Finlandia, entre otros), son las que desechan más residuos orgánicos e inorgánicos, consumen más, contaminan más y dañan más al planeta.
Aunque no de forma explícita, la exportación de desechos supera los 35 millones de toneladas anuales.
Ante el cambio climático, las autoridades comunitarias se plantearon consolidar la economía circular
para 2050, que supone la transformación del actual modelo de desarrollo y en la que se busca la depuración, reutilización y neutralización de los elementos empleados para la producción y el consumo.
Un capitalismo verde
, que contamine lo menos posible, en el que uno de los vectores más importantes es precisamente la conciencia ciudadana sobre la depuración de los residuos, el reciclaje y la transformación de los mismos en activos reutilizables.
Según Eurostat, entre 2005 y 2018 la cantidad media de residuos municipales producidos por persona disminuyó, aunque la tendencia es variable. Se incrementaron en Dinamarca, Alemania, Malta y República Checa, mientras disminuyeron en Bulgaria, España, Hungría, Rumania y Países Bajos.
Estos datos, señala Eurostat, reflejan diferencias en los patrones de consumo y la riqueza económica. Los más ricos suelen producir más residuos, con excepción de Chipre y Malta, donde el turismo contribuyó al incremento de las tasas.
Eurostat y diversos organismos internacionales, como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, así como ONG, han puesto el dedo en la llaga de uno de los debates de más calado sobre el medio ambiente, que suele ser recurrente en las cumbres climáticas de Naciones Unidas, sin que se hayan adoptado medidas contundentes en torno al destino de los residuos generados por los países ricos y que son trasladados en buques de carga con capacidad de cientos de toneladas a terceros países con menor nivel de desarrollo. Esos residuos, que los ciudadanos de la Europa rica no ven, siguen contaminando el planeta.
Las exportaciones de residuos a países extracomunitarios alcanzaron 32.7 millones de toneladas en 2020, 35 millones en 2021 y el año pasado rozaron 38 millones. La mayor parte exportada es chatarra de metales ferrosos y no ferrosos, así como residuos de papel, plástico, textiles y vidrio, indica la Comisión Europea de Medio Ambiente.
Cuarenta y nueve por ciento de los residuos municipales en la UE se reciclaba o se compostaba para 2020, es decir que se transformaban mediante un proceso biológico de descomposición, pero las prácticas de gestión varían entre los países miembros y muchos siguen vertiendo grandes cantidades de residuos municipales en terrenos en los márgenes de ciudades o pueblos.
Los vertederos son prácticamente inexistentes en Europa noroccidental –Bélgica, Países Bajos, Suecia, Dinamarca, Alemania, Austria y Finlandia los han eliminado por completo–, por lo que utilizan la incineración y el reciclaje. Y los desechos que no son susceptibles de ser reciclados o incinerados se exportan
a otros países para que los asimilen en su propio ecosistema.
Los vertederos siguen siendo populares y de uso común en el este y el sur de Europa. Por ejemplo, más de 80 por ciento de los residuos acaban en vertederos en Malta, Grecia y Chipre, cifra que se reduce a 60 por ciento en Rumania, Eslovaquia y Bulgaria. En España y Portugal, más de la mitad de los residuos acaban en vertederos municipales. Estonia, Letonia, Luxemburgo, Francia, Irlanda, Eslovaquia, Italia y Lituania envían un tercio o menos de sus residuos a vertederos y también usan la incineración.
Noruega, modelo
Noruega se convirtió en un modelo a seguir. A pesar de ser uno de los más ricos y de mantener una de las tasas de generación de residuos más altas por habitante, tiene el sistema más sofisticado y verde
para depuración de sus desechos tóxicos. Transforma anualmente en energía limpia unas 300 mil toneladas de basura que no pueden reciclarse. Esa es la clave de su modelo: la transformación de esos residuos que estaban destinados a la contaminación del planeta en un bien común en forma de energía limpia.
El sistema se basa en un método en el que los desperdicios no aprovechables se queman a 800 grados centígrados. El calor sirve para hervir agua y el vapor que se desprende va a una turbina, cuyo movimiento se transforma en electricidad, que se almacena y transporta para uso humano. Según el Ministerio de Medio Ambiente, la energía que se saca de cuatro toneladas de residuos es equivalente a la que produce una tonelada de combustible fósil
.
El agua hirviendo también es aprovechada al ser canalizada hacia hogares y escuelas de Oslo, cuyas escuelas reciben electricidad de estas plantas y casi la mitad de la capital cuenta con calefacción gracias a los residuos domiciliarios. De esta forma se emplean menos hidrocarburos, emitiendo menos dióxido de carbono a la atmósfera y se depuran los residuos. Se estima que en 20 años las emisiones de Noruega se podrían reducir a la mitad.
Biomasa, otra vía para la depuración
En el reto de alcanzar la economía circular
, la UE también utiliza la transformación de residuos no reciclables en energía, que representa 2.4 por ciento del suministro total, señala la Comisión de Energía de la UE. Y para intentar cerrar el círculo de respeto al medio ambiente, de esas plantas transformadoras de residuos, más de 50 por ciento convierten los residuos en energías limpias, lo que contribuye a la conversión de combustibles fósiles en electricidad, calefacción o transporte.
En 2020, las plantas de conversión de residuos en energía generaron alrededor de 42 mil millones de kWh de electricidad y 95 mil millones de kWh de calor, lo que proporcionó electricidad a 22 millones de europeos y calor a otros 17.4 millones. Esta cifra va en aumento cada año.
De ahí la importancia del llamado proceso de creación de biogás o también conocido como biomasa, que se produce de lo que se desecha en el proceso de producción de los alimentos y de los residuos provenientes del sector agroganadero. Con este gas se puede producir electricidad, calor y biometano, un sustituto del gas natural que puede utilizarse como combustible para vehículos.
Según datos del Ministerio de Transición Ecológica y Medio Ambiente de España, sólo en este país existen 129 plantas de biogás y seis de biometano, cantidad que va en aumento, ya que el objetivo es que la producción de biogás se multiplique por cuatro de aquí a 2030 y así seguir la senda de otros países que tienen este modelo más desarrollado y con más penetración en el sistema de reciclado, como Italia, Francia, Alemania y Reino Unido.
A pesar de los esfuerzos que se hacen por llegar a 2050 con una economía circular más verde, en la UE hay numerosas aristas por resolver en la ecuación del reciclaje. Una es el incumplimiento cada vez más habitual, sobre todo a raíz de la pandemia, de los criterios fijados. Por ejemplo, en España en 2021 se incumplieron los objetivos de reciclaje marcados por la ley de residuos, en la que se preveía que se alcanzara 50 por ciento de reciclaje de los desechos municipales, pero sólo fue de 40.5 por ciento: de las casi 22 millones de toneladas generadas, se reciclaron 4.5 millones y se hizo composta con 4.4 millones.
Otro objetivo es reducir cada vez más la llamada exportación de los residuos a países subdesarrollados. Pero la ruta para la economía circular en esta región del mundo, tan desigual y con naciones con varias velocidades de desarrollo, es aún larga y procelosa.