Como cualquier Matrimonio cuando sale de viaje, Badía Bonilla y Mauricio López cerraron el gas, apagaron luces y echaron cerrojo. Hicieron el último repaso de los pendientes domésticos, revisaron las cuentas pagadas y comprobaron, una vez más, que no quedaban focos encendidos. Entonces se despidieron del hogar con la esperanza de volver, porque su viaje no es a un destino turístico, sino a la cordillera del Himalaya, adonde partieron hace tres días para intentar la cumbre del Dhaulagiri ,que se les negó dos veces antes.
Cada que emprenden una expedición, de las 20 que han realizado, se detienen en el umbral de casa y antes de atravesar se preguntan si van por voluntad propia. Es un conjuro contra la culpa en caso de que la empresa tenga un desenlace indeseado.
No se trata de un ritual cursi. En esta vida que eligieron han estado a punto de perderla en los incontables peligros que enfrentan. Estuvieron cerca de morir congelados una noche que no lograron bajar de una cumbre y en otra ocasión Badía vio cómo una avalancha sepultaba a su esposo. Por fortuna aquella cascada con toneladas de nieve y rocas pasaron por encima de Mauricio como un animal inmenso que planea y no devora a su presa.
Ni ego ni protagonismo
No vamos por el ego ni a romper ninguna marca ni para ser protagonistas ni ídolos de nadie
, dicen ambos en una polifonía que les ha dado una vida de matrimonio y pasión por el montañismo. La meta es conseguir las 14 cimas más altas del mundo. Si conquistan por fin el Dhaulagiri sumarían 10 cum-bres logradas.
Por eso el montañismo es difícil de asociar a la idea extendida de lo deportivo. Porque un montañista no compite contra nadie, si acaso consigo mismo, contra sus miedos, sus límites mentales y corporales. El cuerpo humano no está acondicionado para soportar el frío y la altura de cumbres de 8 mil metros. El riesgo de que los pulmones y el cerebro colapsen en esas condiciones es muy alto.
Y tampoco parece un deporte, porque cuando alcanzan la cumbre nadie celebra la hazaña salvo ellos. El éxito en las alturas es una experiencia solitaria. No hay multitudes que ovacionen ni cámaras esperando. A veces sólo es un instante de contemplación. Eso es todo. Hay que volver porque el descenso suele ser todavía más peligroso.
Sólo se escucha el viento que golpea fuerte contra la ropa y el equipo metálico, el sonido de los pasos sobre la nieve y la propia respiración
, evoca Badía; pero lo que más se escucha, y de verdad que muy fuerte, es el sonido intenso del corazón que se acelera en las alturas
.
Lo más parecido a una competencia entre montañistas es lograr algo que otros colegas no han conseguido. Pero en eso se parecen menos a un atleta que a los aventureros que se lanzaron a la conquista de los cascos polares en aras del hallazgo geográfico, la expansión colonialista y la locura del ego.
El noruego Roald Amundsen vivió atormentado por la supuesta conquista del Polo Norte en 1908 por el estadunidense Frederick Cook, quien fue colmado de honores por una hazaña que después resultó un fraude. Eso, más que el interés geográfico, fue el viento que impulsó a Amundsen a ser el primer occidental blanco en poner el pie en el Polo Sur en 1911.
La conquista de una montaña es algo espiritual. No encuentro otra manera de explicarlo
, dice Badía; “el tiempo fluye distinto, uno no piensa en otra cosa que no sea el aquí y ahora.
Los sentidos funcionan diferente, estás atento a los ruidos, una avalancha o algo que cae y puede desencadenar un alud”.
Para Badía y Mauricio esta nueva expedición al Dhaulagiri tiene el encanto de una revancha. La primera vez que intentaron llegar a la cumbre en 2018 se quedaron muy cerca de la meta. Mauricio, quien cumple el rol de líder, evaluó las condiciones climatológicas para atacar la cima. Una mala decisión o un exceso de arrogancia pueden significar la muerte. La historia del alpinismo es rica en relatos de expertos que tomaron malas decisiones y pa-garon con la vida. Por eso decidieron abortar la misión con el consuelo de que era la elección más conveniente.
En 2021, todavía en la estela de la pandemia de coronavirus que paralizó al mundo, ambos montañistas volvieron a abandonar la expedición en las laderas del Dhaulagiri. En aquel intento habían logrado días antes la cumbre del vecino Annapurna.
Había salido de acuerdo con el plan. Todo fue amable con la misión, por lo que después de charlar y analizar las posibilidades, decidimos hacer algo que nunca habíamos intentado: una segunda cumbre consecutiva
, relata Mauricio.
Quizás por lo prolongado del encierro que obligó la pandemia y, otro tanto, por negligencia de las compañías de montañismo y de los propios alpinistas, los campamentos se salieron de control. Hubo reuniones y convivencia sin cuidados sanitarios y los contagios se propagaron con la misma velocidad del viento en el Himalaya.
Badía y Mauricio tuvieron que ser evacuados de un campamento con ayuda de un helicóptero y fueron internados en un hospital en Katmandú, la capital de Nepal. Dos semanas después fueron dados de alta, pero salir del país se vol-vió una odisea tan complicada como conquistar una montaña de 8 mil metros de altura.
Esa expedición les dejó una gran experiencia de montaña y unas deudas que tardaron dos años en liquidar. Cualquier deseo de retomar el proyecto se disolvía cuando recordaban lo que aún debían pagar. Como todas las pasiones, los placeres y sus costos, son territorio exclusivo de quien las vive.
Cualquiera que elija una pasión como ésta debe estar un poco loco
, dice Mauricio; la rutina mata, no sólo al alma, sino también al cuerpo. Todo se vuelve un acto por inercia cuando no se tiene un proyecto. Por eso nosotros elegimos esto, donde no hay ni dinero ni fama, pero es lo que nos da sentido para vivir
.
Cuando el cineasta alemán Werner Herzog le preguntó al alpinista italiano Reinhold Messner por qué arriesgaba la vida en una actividad que parecía tan inútil como subir a una montaña, éste le respondió que no lo sabía. Y si había una respuesta no quería conocerla, como si con esa revelación se esfumara el sentido oculto de la vida.
Algunas personas me preguntan qué pienso hacer cuando termine este proyecto de las 14 cimas del mundo
, cuenta Badía; no sé qué responder, pero pienso que comprarme ropa bonita y pintar mi casa. No se me ocurre más
.