Japón es el rey del beisbol, el único y verdadero. Ni su rival de ayer, Estados Unidos, inventor de este deporte, pudo contenerlos en la final del Clásico Mundial, en el que los japoneses se consagraron por tercera ocasión, al imponerse 3-2 en Miami, Florida, en juego dramático que se encargó de cerrar un inspirado Shohei Ohtani.
A los asiáticos no les pesó meterse en terreno enemigo para demostrar una vez más que son la estirpe de la pelota caliente. Los estadunidenses, que llegaban como vigentes monarcas, no hicieron valer su condición de local en el LoanDepot Park, en un momento donde buscaban acrecentar su palmarés e igualar a sus potentes rivales en número de títulos.
Los asiáticos se proclamaron campeones en las primeras dos ediciones del torneo, en 2006 y 2009, mientras Estados Unidos lo hizo en la anterior, disputada en 2017.
Un enrachado Trea Turner hizo sonar su madero en la parte alta de la segunda entrada con un batazo de jonrón en solitario que puso de pie a los miles de aficionados locales.
Turner ya había sido clave para los de las barras y las estrellas en las rondas finales. Ante Puerto Rico, en cuartos de final, conectó un grand slam, y contra Cuba, en semifinales, rubricó dos cuadrangulares y remolcó cuatro carreras.
En ese mismo episodio, Munetaka Murakami, quien un día antes impulsó las carreras del triunfo ante México, logró empatar la pizarra con un vuelacercas que tomó rumbo por todo el jardín derecho. Los samuráis se fueron arriba con Kazuma Okamoto, quien llegó a home gracias a un sencillo productor de Sosuke Genda.
Rumbo al graderío
El mismo Okamoto, en la cuarta entrada, sería el encargado de alargar la ventaja (3-1) con otro potente impacto que terminó en el graderío.
El juego se emparejó en los siguientes capítulos con una buena labor de pitcheo en ambos sentidos.
En el séptimo episodio, los japoneses apagaron la ofensiva de los estadunidenses con una doble matanza en primera y segunda bases, pero los anfitriones, en el mismo bloque, contestaron con igual dosis para mantener el dramatismo, que a estas alturas del juego era notorio en los rostros de los 36 mil seguidores que se dieron cita en la casa de los Marlins de Miami.
Lo cerrado del enfrentamiento se destrabó en el octavo episodio con el jonrón de Kyler Schwarber, que voló por todo el jardín izquierdo.
El júbilo estadunidense creó tensión en la novena del país del sol naciente.
Con seis outs por conseguirse, el marcador, que dictaba 3-2, estaba abierto para cualquiera de los dos. Los errores, en este lapso del encuentro, iban a pesar en el éxito de uno o el fracaso de otro.
El relevista Devin Williams cumplió en su ingreso a la lomita. Sacó fuego en sus lanzamientos y concretó los tres outs.
En la novena alta, Japón le concedió el momento más dramático a Ohtani, de 28 años y considerado el mejor beisbolista del mundo por su versatilidad a la defensiva y ofensiva. Al bate no le fue bien, se fue de 3-1. No obstante, cuando se subió a la lomita, lo hizo con la determinación de darle el título a los asiáticos.
Cerrar con broche de oro era su labor. En su brazo derecho recaía toda la responsabilidad. Muy sobrio desde que ingresó como serpentinero, su equipo lo respaldó con un doble play, que colocó contra las cuerdas a los estadunidenses. El último out, el del campeonato, fue de él. Con lanzamientos de hasta 100 millas por hora, sus oponentes quedaron estupefactos ante la agresividad del japonés, quien después de colgar el strike del triunfo, corrió por todo el diamante para celebrar con sus compañeros su primer campeonato y el tercero para Japón.