Ciudad de México. Una celebridad mundial, un mito viviente, traspasó la memoria del tiempo hace un siglo: Sarah Bernhardt falleció el 26 de marzo de 1923; actriz francesa de teatro y cine, escandalosa e indomable. Con su capacidad actoral, su voz de oro, figura alta y esbelta rompió convenciones y cautivó a cuanto público la presenció y al mundo literario.
“Monstruo sagrado”, la llamó el poeta Jean Cocteau. La intérprete legendaria triunfó en los teatros del mundo con los mejores papeles de Jean Racine, William Shakespeare, Edmond Rostand y Alejandro Dumas hijo, por ejemplo. Incluso interpretó papeles masculinos. Fue Hamlet, Lorenzaccio y L’Aiglon. Su fulgurante paso abarcó dos siglos, las décadas finales del siglo XIX y las primeras del XX.
Brilló por ser creadora de un estilo naturalista encima de las tablas, sin pomposidad ni pedantería. “Hay cinco clases de actrices: las malas, las pasables, las buenas, las grandes y luego Sarah Bernhardt”, llegó a decir el escritor Mark Twain.
En palabras de la propia artista: “me armé para la lucha, prefiero morir en medio de una pelea que extinguirme en los lamentos de una vida fallida”, difunde Helène Tierchant, quien en enero pasado lanzó una segunda biografía con el título Sarah Bernhardt: Scandaleuse et indomptable, debido a que aunque se creía saberlo todo, la apertura de fuentes inaccesibles, archivos y correspondencia inédita hizo posible descubrir aspectos insospechados de esta personalidad ardiente.
“Reverenciada por el virtuosismo de su interpretación, su increíble valentía y su atrevimiento, o denigrada por su personalidad incandescente, su inconformismo y sus excesos mediáticos, nunca una estrella desató tantas pasiones como Bernhardt (1844-1923), cuyo único nombre sigue siendo una leyenda”, se anuncia en el nuevo libro, que se suma al de 2009: Sarah Bernhardt: Madame ‘quand même’.
Helène narra que “tenía una presencia delirante y gran técnica vocal, muy cercana al arte lírico”. Sus escenas de agonía y muerte causaban furor, “la gente acudía para verla morir. Sus ojos daban vueltas, se quedaban en blanco, la gente estaba fascinada”.
El Petit Palais, museo de bellas artes de París, preparó la exposición Y la mujer creó la estrella, una gran retrospectiva dedicada a La Divina, con motivo del centenario luctuoso. Este recinto resguarda una colección de obras ligadas a ella, incluido un espectacular retrato que pintó su amigo George Clairin y que fue donado por Maurice, hijo de la artista. A partir del 14 de abril y hasta el 27 de agosto se evocan sus papeles más importantes gracias a vestuarios, fotografías, pinturas, carteles y otros objetos de memorabilia.