“Trabajar con el sector popular en el México de los años 70 me enseñó que mujer no es una categoría única. La opresión y la discriminación se vive de distintas maneras” dice Elizabeth Maier, especialista en temas de genero en el Colegio de la Frontera Norte (COLEF).
“Tenemos diferentes vivencias como mujeres según la articulación -o intersección- de género con otras dimensiones como son; la clase social, la cultura étnica (la construcción jerárquica de lo que nombramos raza), la orientación sexual, la edad y las capacidades diferentes, entre otras relaciones sociales jerárquicas de poder. Pero sólo nos dimos cuenta de esto después de todo un proceso de activismo, reflexión, investigación y teorización, que en México se inició en los años 70, cuando el feminismo de la segunda ola -compuesta por mujeres universitarias y profesionistas de clase media- encontró su voz publica y empezó a formular sus reclamos.
-¿Cuáles fueron las características de ese feminismo de la segunda ola ?
-El feminismo de la segunda ola pugnaba por la plena ciudadanía, la igualdad de las mujeres en las esferas pública y privada. Nos pronunciamos por el reconocimiento de nuestra presencia en la Historia y nuestras contribuciones a todos los campos del conocimiento. Las demandas emanaron del lugar de uso y abuso en que el patriarcado había posicionado nuestros cuerpos. Para ese orden social fuimos cuerpos de reproducción obligada, receptáculos del placer sexual ajeno, objetos.
-“¡Nuestro cuerpo, nuestra decisión!” se escuchaba en todas las marchas feministas, y la despenalización del aborto se convirtió en la demanda fundamental del movimiento. Sin el control del propio cuerpo ¿cómo podríamos controlar nuestras vidas? Para la época era escandaloso el reclamo. La famosa revolución sexual.
Maier es una mujer que fue del activismo social a la academia. Llegó en 1969 a oaxaca donde vivió varios años, después fue activista y estudiante de maestría en los años 70 y vivió el bullicio político y social de una Ciudad de México sacudida por el terremoto de 1985. De esos años platicó con nosotros en la terraza de un restaurante libanés en San Diego, California.
En la conversación se impuso el rigor académico, nos habló de “la histórica construcción de la mujer como madre obligada, objeto sexual y cuidadora hogareña sin paga, ni valorización o poder de decisión. Todo emanado de la apropiación del cuerpo femenino para el beneficio social gratuito y la edificación de la masculinidad como una identidad social de poder”.
“El poder patriarcal se fusionaba con el control social del cuerpo de la mujer”, por ello la demanda del moviendo feminista se centró durante muchos años en el aborto, pero “en realidad aludía a una condición imprescindible para que las mujeres fueran sujetos de su propia vida”.
En 1978, después de un lustro de activismo, fracturas y reorganización, los feminismos nos enfocamos en México en la elaboración de una propuesta de despenalización del aborto, que, por cierto, nunca se discutió en las cámaras del Congreso porque ningún partido quiso poner el tema sobre la mesa.
Sin embargo, en 1979 se formó el Frente Nacional por la Liberación y los Derechos de la Mujer (FNALIDM), que aún descansaba en la noción de una categoría única de mujer, a pesar de reflejar diferentes visiones:
“La noción de una experiencia homogénea de ser mujer se cayó con el temblor de 1985. Los efectos desastrosos del terremoto en las colonias populares de la Ciudad de México abrieron la frontera de clase entre mujeres. Distintos agrupamientos feministas de izquierda empezaron a trabajar con afectadas por el sismo. Fuimos a los barrios populares con las mujeres del Movimiento Urbano-Popular (MUP) y muchas nos dimos cuenta que para ellas la demanda del aborto despenalizado no era central, no la compartían con las mujeres universitarias de clase media.
Además de sus profundas convicciones religiosas, en ese momento las preocupaciones de esas mujeres giraban en torno al acceso al trabajo; mejores ingresos; guarderías de costo accesible; el fin de la violencia de genero en sus familias y en las calles, educación para sus hijos e hijas y una vivienda digna.
“Escucharlas nos confrontó con nuestros propios privilegios de clase, y nos tuvimos que enfocar en los elementos estructurales más básicos. Las feministas de clase media teníamos educación superior y el poder de mantenernos económicamente, y por lo tanto, de no tener que tolerar ninguna relación de pareja con violencia o no enriquecedora”.
“Escucharnos nos permitió darnos cuenta que la pertenencia a una clase se intersectaba con el género de tal manera que tatuaba distintas experiencias existenciales en la vida de las mujeres, constituyendo así necesidades y prioridades también diferentes”.
Neoyorquina de padres antifascistas, Maier estudió teatro en la ciudad donde nació, ahí vivió el movimiento estudiantil de 1968 - haciendo sándwiches en los campamentos, porque era la tarea que se les asignaba a las mujeres, recuerda con una amplia sonrisa- y el activismo feminista. Al final de ese año convulso vino a México, en lo que podría haber sido sólo una escapada juvenil, sin embargo para ella fue determinante.
“Los caminos de tierra, las montañas de Oaxaca, lo amoroso y solidario de la cultura mexicana... y el activismo feminista me cambiaron la vida”, dice la investigadora del Colegio de la Frontera Norte (Colef) que hoy vive entre Tijuana y San Diego.
Maestra en Ciencias Sociales y doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Elizabeth Maier no sólo estudió sino que ha vivido los distintos momentos del movimiento feminista de los últimos años.
Dió el primer curso de género en la ENAH, en 1984, y militó en el Frente de Mujeres “Benita Galeana”. Fueron los años del activismo de los sindicatos universitarios, de las feministas en los partidos de izquierda, de movilizaciones políticas y sociales en muchas ciudades del país.
En 1977 -recuerda- se hizo una primera propuesta con intersección de clase y género, donde se incluyeron temas como el salario de las mujeres, las mejoras laborales... y propusimos en México por primera vez la despenalización del aborto. La propuesta la recibió el Partido Comunista, pero incluso para los comunistas no fue prioritaria: “Las mujeres teníamos distintas experiencias, la opresión y la discriminación se vive de distintas maneras... nos cuesta entender que para garantizar que las niñas pudieran comer, algunas familias las vendían”.
Los nuevos feminismos refieren a esa época - la segunda ola- como un movimiento “de la burguesía”. En Estados Unidos el feminismo era un tema de mujeres blancas (había una clase media más amplia); en México era una élite; mujeres con cierto nivel educativo, profesionistas, que podían negociar de otra manera las relaciones de pareja. No había demandas lésbicas, por ejemplo.
Al margen de las feministas mexicanas de clase media (que eran una minoría) se gestó un movimiento popular -reforzado por las movilizaciones posteriores al temblor de septiembre de 1985- donde la demanda era “un no a la violencia familiar” porque las mujeres de los barrios pobres no tenían una profesión que les permitiera abandonar a un marido golpeador. Se tenían que quedar (en esa relación).
La conciencia de la intersección entre género, clase y lo étnico se consolido unos lustros después con la emergencia del feminismo decolonial, que considera el modelo patriarcal una imposición política-cultural del propio orden colonial. Y vemos hoy el feminismo comunitario territorial entre indígenas de América Latina que recurre a la sabiduría, conocimientos y organización social de los ancestros para su proceso de deconstrucción/reconstrucción de las relaciones de género.
-¿Y la Tercera ola?
-Si crees en las olas -que no todo el mundo acepta dichas categorías- la tercera ola es la más difícil de precisar. Algunas consideran que se refiere a la institucionalización del feminismo, que empezó en el segundo lustro de los 90, remitiéndose a la vez a su contrincante, el feminismo autónomo que rechazaba la institucionalización y desemboco poco después en el feminismo decolonial. Más fácil de ubicar es la llamada Cuarta ola, que se expresa en las marchas feministas actuales del 8 de marzo y otras protestas.
Y se centra en la demanda de la no violencia hacia las mujeres, el tráfico y/o asesinato de las mismas; en particular, se echa luz sobre el feminicidio. La no violencia contra las mujeres también abarca el rechazo del acoso y hostigamiento en el trabajo, la calle o la familia. Finalmente, la no violencia comprende el rechazo a la criminalización del aborto, por ser una biopolítica de control forzoso de los cuerpos y vidas de las mujeres.
Hay distintas tendencias feministas que integran las marchas, incluyendo las decoloniales, las anarquistas, las ecofeministas y aun las feministas institucionales.
Cerca de cumplir su 8a década, a Elizabeth Maier la sorprenden las distintas expresiones feministas de hoy y cauta, como buena académica, no se anima a categorizar a la ligera.