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“Era una mordaza terrible que a la mujer se le negara expresarse en siglos pasados”

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‘Mis sobrinas’ (1940), obra de María Izquierdo. Foto Museo Nacional de Arte / Inbal
06 de marzo de 2023 09:29

Ciudad de México. La Academia de San Carlos no permitía el ingreso de las mujeres para estudiar bellas artes. Fue hasta ya iniciado el siglo XX que comenzaron a formarse en oficios de acceso sólo para hombres. Te das cuenta de que el mandato falocrático ha permitido hasta hace muy poco que la mujer incursione, asevera Carmen Gaitán, directora del Museo Nacional de Arte (Munal), al conversar sobre el caso de la principal escuela de arquitectura, pintura y escultura durante siglos en nuestro país.

La potencia de la cultura no va de la mano del género, sino del ser humano. Y si resulta que es una mujer, tiene toda la capacidad de formarse un intelecto y una manera de plasmar su estancia en el mundo a través del arte. Me parece que era una mordaza terrible que a las mujeres no se les permitiera expresarse en los siglos XVII y XVIII, comenta en entrevista.

Fundada la Real Academia de San Carlos durante el virreinato en 1783, al ser parte del protectorado español y a semejanza de la academia de San Fernando, en Madrid, seguía los mismos estatutos. En todas las escuelas del mundo las mujeres no ingresaban porque había un prurito de que vieran los cuerpos desnudos de los modelos, explica la también ex directora del Museo de San Carlos.

Gran parte de la historia del arte es la expresión grecorromana, la cual se relaciona en las proporciones áureas del cuerpo humano. Entonces, ¿cómo retratarlo si eres mujer? No te lo permitían. Hay unas seis que se colaron como Artemisia Gentileschi, en Italia, porque los padres eran pintores y tenían talleres.

Aquellas con aptitudes tenían que tomar clases particulares en sus casas. Por ejemplo, fue muy connotado Germán Gedovius, pintor dedicado a reproducir cuadros con rosas. Fue el gran maestro de las señoritas de la aristocracia mexicana.

Quienes eran hábiles para pintar eran integradas en el coro de las manualidades, que era bordar o tejer. Estaban destinadas a que su expresión artística fuera tema de ornamentación, no de creación. Esa expresión impresa en el ser humano, hombre o mujer, se encontraba con una cortapisa. Si querías llegar más allá, no podías. Era muy conventual, como le pasó a Sor Juana con el saber.

Gaitán Rojo considera un impedimento existencial cercar la posibilidad de expresión: ¿Qué haces con ese potencial? Muchas de las obras de esas mujeres se habrán quedado en las casas y nunca sabremos dónde estaban esos talentos. Imagina todas las obras que se deben de haber destruido.

En el Munal se puede apreciar la obra de algunas de estas mujeres que irrumpieron en el siglo XX, aunque se encontraron con frenos, como María Izquierdo o Nahui Ollin.

Una precoz y talentosa dibujante de 12 años, de nombre María Dolores Velázquez Rivas, fue la primera mujer en incorporarse al salón donde los varones tomaban clases de desnudo en la Academia de San Carlos. Quienes años más tarde se volverían los tres grandes del movimiento muralista fueron algunos de sus compañeros de formación en 1911, cuando se desplazaba desde Azcapotzalco hasta el Centro Histórico.

Años después la conoceríamos como Lola Cueto, aunque más reconocida por su trabajo con títeres y su labor de alfabetización, fue una artista multifacética, que lo mismo hizo grabados, tapices, vitrales y papel picado de gran maestría.

Gaitán Rojo recuerda la famosa foto de la Academia de San Carlos donde están Siqueiros, Orozco, Rivera y Gedovius, ¿dónde están las mujeres?, cuestiona.

Ellos, a su vez, prolongan ese pensamiento, a tal grado que cuando Aurora Reyes o María Izquierdo quieren pintar un mural, no las dejan. No les está permitido que participen en el concierto de las artes. Estaba condenado a que fuera una profesión casera, lo cual es hacerte menos, infantilizarte, quitarte la posibilidad de que seas adulto con una voz.

De las casi 9 mil piezas del Munal –Tacuba 8, Centro Histórico–, 400 pertenecen a 48 mujeres. Aquí mismo, tres artistas contemporáneas dialogan en exposiciones temporales con los lienzos que cuelgan de manera permanente en el recinto. Así, Magali Lara, acompañada por los textos de Carmen Boullosa, la pintora María Sada y la artista textil Irma Sofía Poeter conviven en el mismo espacio.

 

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