Moscú. Dos días después de ocurrida la tragedia –como sólo puede llamarse el demoledor impacto de un misil en un edificio multifamiliar en la ciudad ucrania de Dnipró que, hasta la tarde de este lunes, dejó un cruento balance de al menos 40 muertos y decenas de heridos, sin contar los numerosos desparecidos que podrían encontrarse debajo de los escombros–, las autoridades rusas y ucranias siguen culpándose de la muerte de los civiles.
“El ejército ruso no ataca viviendas ni infraestructuras sociales, ataca objetivos militares: evidentes o camuflados”, se defendió este lunes Dimitri Peskov, vocero del Kremlin y endosó la responsabilidad a las fuerzas antiaéreas de Ucrania al agregar: “Ustedes mismos –comentó a los reporteros– vieron qué conclusión sacaron algunos representantes de Kiev, que sostienen que, de hecho, esta tragedia fue consecuencia de la acción de misiles antiaéreos”.
Peskov se refería a lo dicho por Aleksei Arestovich, consejero de la Presidencia ucrania, quien tras presumir que las fuerzas de defensa antiaérea pudieron haber derribado un misil ruso y… éste habría caído sobre el edificio, poco después se disculpó por dar una información inexacta debido a que –dijo– estaba exhausto, sin dormir ni tener tiempo para comprobar la veracidad de la noticia.
Sin embargo, con esa sola frase hipotética, en una entrevista por Internet, Arestovich provocó, al interior de Ucrania, un escándalo que obligó al portavoz de las fuerzas de defensa antiaérea del país, Yuri Ignat, a participar en la polémica al revelar que su país no tiene recursos técnicos para derribar el tipo de misil que impactó en la ciudad de Dnipró, identificado ya como X-22.
Esta confesión de Ignat –y en los once meses desde que comenzó la guerra, según cálculos de los expertos que llevan un recuento aproximado, Rusia ha lanzado en Ucrania 210 misiles X-22– no influyó en la opinión de Peskov ni en la de los comentaristas habituales de la televisión rusa que se dieron vuelo, el pasado fin de semana, responsabilizando al ejército ucranio de las muertes de sus propios civiles, reservando para Rusia –eso sí– la prerrogativa de bombardear cualquier objetivo en el territorio de otro país.
De acuerdo con lo que dan a entender Peskov y la televisión rusa, el misil se dirigía hacia la central termoeléctrica de Pridnieprovsk cuando lo interceptaron y, eso, causó la tragedia al caer sobre el edificio los fragmentos del artefacto y su carga explosiva.
Circulan otras versiones extraoficiales que endosan toda la culpa a Rusia al sugerir que, en realidad, la destrucción de ese segmento del multifamiliar en Dnipró no se debió a un X-22, sino a otro tipo de misil.
Se especula que pudo tratarse de un cohete del sistema S-300, que aunque se utiliza sobre todo para defensa antiaérea puede usarse contra objetivos en tierra, si bien la puntería deja mucho que desear. Quienes creen esto aseguran que Rusia tiene pocos misiles X-22, de alta precisión y muchos S-300, almacenados y de producción soviética.
Y en el otro extremo, que las autoridades ucranias insistan en que no pueden derribar misiles como el X-22, para otros analistas rusos es un simple pretexto para presionar a Occidente a proporcionar sistemas modernos de defensa antiaérea Patriot PAC-3 o SAMP-T.
Hasta ahora, lo único claro desde que el general Valeri Guerasimov, tras sustituir a Serguei Surovikin, se hizo cargo de las tropas rusas en Ucrania es que los ataques con misiles –ya no tan masivos como antes y con la novedad de que algunos cohetes van “vacíos”– buscan agotar de todas formas los recursos de defensa ucranios que tienen que derribar todos los artefactos, lleven o no carga explosiva.