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Desempolvar genealogías / Beñat Zaldua

31 de diciembre de 2022 12:38
Este 2023, a punto de inaugurar, se cumplirán 50 años del golpe de Estado de Pinochet, punto de inicio de un régimen que torturaba a la oposición al ritmo de Libre, el gran éxito de Nino Bravo en aquel 1973. El mundo ya era un lugar distópico hace medio siglo. Lo continúa siendo, quizás algo más, pero no significa que vaya a acabarse.

Nos asomamos a 2023 atenazados por varias crisis cruzadas, en forma de lo que a ratos llamamos crisis energética, a ratos crisis climática, de la biodiversidad o, para intentar englobarlo todo, ecosocial. El momento es confuso, pero fijar el retrovisor en aquel inicio de los 70 quizá nos ayude a desenterrar genealogías sepultadas y arrojar algo de luz. Para ello hay que convenir en que el bombardeo sobre La Moneda no supuso sólo un cambio de régimen más en un país latinoamericano; fue el inicio estruendoso de la fase neoliberal del capitalismo, que llegó al mundo acabando con una original experiencia socialista democrática, una vía más apta para la bicicleta que para el coche, en feliz expresión de un secretario del Gobierno de Allende, José Antonio Viera-Gallo, quien hace medio siglo advirtió que el socialismo puede llegar sólo sobre dos ruedas.

La cita procede del pequeño ensayo de Ivan Illich Energía y Equidad. Los límites sociales de la velocidad, publicado precisamente en 1973 y enmarcado en la eclosión intelectual de aquellos años. Varios trabajos de capital importancia coincidieron en esa época, desde disciplinas diversas, en la inviabilidad intrínseca de un sistema que requiere de un crecimiento económico constante y que mide su desempeño sólo mediante el PIB. La hegemonía neoliberal echó toneladas de tierra sobre estos autores.

La primera es la obra magna del economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen: La ley de la entropía y el proceso económico, de 1971. Se trata de una enmienda a la totalidad a la disciplina económica vigente, realizada con rigor desde la propia economía, la matemática y la física. Imposible resumir una obra que da la vuelta a la ciencia económica como Galileo se la dio a la astronomía y que, como el renacentista, fue condenada al ostracismo por su herejía.

Pero que no sea por no intentarlo: Georgescu-Roegen defendió de forma pionera la aplicación a la economía de la segunda ley de la termodinámica, la ley de la entropía, que no es sino la tendencia inevitable de algo al de-sorden y al desgaste. Esto le llevó a subrayar que el proceso económico y la producción de cualquier bien se incardinan en un planeta de materias finitas y requieren de una energía que, inevitablemente, se disipará parcialmente en forma de calor. No se puede crecer infinitamente, nos advierte Georgescu-Roegen.

Ese mismo año vio la luz El círculo que se cierra, de Barry Commoner, una explicación temprana, compleja, pero accesible de lo que es la ecología, de cómo funciona materialmente el ciclo de la vida sobre este planeta y, sobre todo, de qué lo hace posible: un delicado equilibrio que convierte los residuos en materia prima para la reproducción de la vida, igual que la fotosíntesis convierte el CO2 en oxígeno gracias a la energía del Sol.

Este biólogo, teniente del ejército estadunidense en la Segunda Guerra Mundial, señaló que un conocimiento científico avanzado, pero extremadamente especializado y compartimentado, puesto al servicio de una economía de mercado, había resultado en la introducción de una cantidad ingente de nuevos materiales en el planeta, rompiendo aquí y allá los equilibrios ecológicos y amenazando el sustento de la vida. El eco de Commoner suena estruendoso hoy en día; su invitación a pensar en sistemas complejos –en vez de tratar de solucionar problemas concretos con soluciones tecnológicas concretas que desembocan en nuevos problemas–, también.

Esta lógica sistémica fue la empleada un año más tarde, en 1972, por un grupo de investigación del MIT liderado por Donella Meadows. Por encargo del Club de Roma, estos pioneros de la informática civil emplearon un modelo del sistema-mundo con cinco variables cuyo crecimiento se intuía exponencial. Las conclusiones dieron mucho que hablar, pero se olvidaron rápido: si las actuales tendencias de crecimiento de población, industrialización, contaminación, producción alimentaria y consumo de materias primas se mantiene sin cambios, los límites del crecimiento en este planeta serán alcanzados en algún momento de los próximos 100 años.

En otro libro de 1973, Lo pequeño es hermoso, Ernst Friedrich Schumacher se preguntaba si la crisis del petróleo de aquel año reforzaría “la influencia de los que defienden el ‘retorno al hogar‘ o la de los que preconizan la ‘huida hacia delante’”. Medio siglo después, la respuesta es evidente. Llevamos cinco décadas al sprint sin mirar atrás, pero hemos topado con un muro. Estábamos advertidos. Hay que intentar no caer en la arrogancia de pensar que partimos de cero y comenzar a recuperar genealogías perdidas, porque esta amnesia es parte de la devastadora derrota del último medio siglo. No estamos solos ni somos los primeros en esto de pensar otras vidas posibles.

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