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Un recuerdo de Alaíde Foppa / Elena Poniatowska

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Escena del documental ‘Alaíde Foppa: La sin ventura’ (2014), realizado por María del Carmen de Lara y Leopoldo Best. Foto cortesia de Maria del Carmen de Lara / Archivo
26 de diciembre de 2022 08:30
¿Qué pensarían, queridos lectores, si un día vuelven la mirada a su derecha o a su izquierda y su vecino que segundos antes respiraba a su lado ya no está? ¿Desapareció de pronto sin un suspiro? ¿Existió? ¿Fue un invento?

Esto le sucedió a Alaíde Foppa, el 19 de diciembre de 1980. Desapareció hace 42 años.

Alaíde Foppa, poeta, crítica de arte, feminista, luchadora social, maestra universitaria, era un hervidero de compromisos. Además de su cátedra, reunía en su casa no sólo a los amigos de sus cinco hijos, sino a visitantes de toda Centroamérica. Su marido, Julio Solór-zano, y ella vivían a puertas abiertas; todos sabían que podían llegar al faro de su casa en la calle de Hortensias. Al verla tan sonriente, tan acogedora, nunca pensé que pronto dejaría de verla para siempre y sus amigos atravesaríamos uno de los peores trances de nuestra vida.

Los artistas y pensadores centroamericanos se refugiaban en la casa de la colonia Florida, el premio Nobel Miguel Ángel Asturias la abrazaba. Todas las embajadas de Centroamérica convidaban a doña Alaíde a sus reuniones. Era una invitada de lujo que nunca fallaba. Alberto Moravia declaró: Estoy enamorado de ella; José Luis Cuevas la llamaba cada cuarto de hora; Luis Cardoza y Aragón solicitaba su presencia al lado de Pablo y Natasha González Casanova; los Giménez Cacho la invitaban a su hacienda de árboles frutales.

La más exigente era la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). “Creo que me va a dar gripa, no tengo tiempo para catarro alguno, no puedo darme el lujo de un catarro, hoy también tengo mi programa de radio Foro de la Mujer en Radio Universidad”. Además, era poeta.

Cinco hijos tengo: cinco / como los dedos de mi mano, / como mis cinco sentidos, / como las cinco llagas. / Son míos / y no son míos: / cada día / soy más de ellos, / y ellos, / menos míos.

Marta Lamas explica la historia trágica de Alaíde Foppa, quien, “además de escribir poesía, aportó sustantivamente al avance del feminismo con su escritura. El 19 de diciembre de 1980, hace ya 42 años, integrantes del ejército del gobierno guatemalteco de Romeo Lucas García la secuestraron, torturaron y desaparecieron. Una filtración de esos soldados reveló que Alaíde había sido llevada a la casa del ministro del Interior, Donaldo Álvarez Ruiz, donde, luego de ser torturada, falleció. Todavía hoy, pese a las gestiones de la Fundación Alaíde Foppa, que dirige su hijo Julio Solórzano, no se han encontrado sus restos.

“Me sobrecogió leer hoy su poesía titulada ‘El tiempo’, escrita en diciembre de 1979, un año antes de su desaparición.

“¿El tiempo es el olvido, o es la escasa memoria de una historia inconclusa? ¿Es lo perdido, o es lo poco que no arrastró el turbio río? Más adelante dice: El tiempo no deja heridas, sólo deja ausencia y olvido. El llanto no deja huella, solo deja un cauce vacío.

“El XI escribe: Vivimos en el olvido. Y no sólo se olvidan las llaves, el pañuelo, la carta, la cita, / También se olvida el secreto, y se pierde el pasado inadvertidamente.

Termina con el XVIII: Quisiera detener un momento este fluir de las horas, para tener tiempo para recordar.

Alaíde ni siquiera recordaba cuándo había escrito su último poema, El corazón:

“Dicen que es del tamaño de mi puño cerrado. / Pequeño, entonces, / pero basta / para poner en marcha / todo esto. / Es un obrero / que trabaja bien, / aunque anhele el descanso, / y es un prisionero / que espera vagamente / escaparse.

“Hay tantos buenos poemas sobre la manzana que qué puede importar un poema más. ‘¿Para qué un poema más? Es muy presuntuoso de mi parte.’”

El trajín cotidiano era muy intenso en la casa de los Foppa. Desde muy temprano, los cinco hijos participaron en la vida de sus padres y decidieron el futuro de Guatemala.

Imposible aceptar al dictador Romeo Lucas García y a sus militares, su corrupción, los obispos que se retratan al lado de los terratenientes mientras bautizan a sus hijos, la sección de Sociales en la que la clase alta ofrece a sus hijas casaderas.

El hogar de Alaíde y Alfonso Solórzano era un hogar político, en torno a la mesa se hablaba de política: las manifestaciones, las protestas, las marchas hacia el Ángel de la Independencia parecían arrancar del diálogo entre Alaíde, Julio y sus cinco hijos. Jóvenes, festivos, politizados, envolvían a sus oyentes en un gran viento de libertad. Luis y Lya Cardoza y Aragón, Pablo González Casanova, Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Dominique Eluard, esposa de Paul Eluard, quien escribió la palabra libertad sobre el agua del Sena con quien Alaíde tradujo del francés El libro vacío , de Josefina Vicens.

Para coronar sus días, Alaíde se entregó por completo a la revista Fem, que inició en 1976 con Margarita García Flores, entonces directora de la Gaceta de la UNAM. Alaíde corría de la UNAM a Bellas Artes, el asiento trasero de su coche cubierto de libros y papeles, entraba a su clase sin aliento, al salir no recordaba en qué sitio había estacionado su coche, atendía a una estudiante llorosa y a otro que quería justificarse, alegaba y consolaba. Una hora, dos, tres, Alaíde abrazó siempre a los pájaros de alas cortadas.

No hice / lo que pensaba / hacer hoy, / y aumenta / mi deuda / cada día.

Su desaparición causó un daño muy grande, no sólo a la vida universitaria y al feminismo (Gisele Halimi vino de Francia), sino a todos quienes la trataron, el mundo de la UNAM y el de los centroamericanos, y el de las feministas y el de pintores y dibujantes, el de jóvenes idealistas como sus cinco hijos y el de los artistas que siempre apoyó porque además de poeta, Alaíde fue una buena crítica de arte. Nunca imaginamos que no regresaría de Guatemala. Su nombre aún nos atraviesa como una ráfaga de espanto.

Una poesía / nació esta mañana / en el aire claro. / Estaba distraída, / se me fue de la mano.

La UNAM es un semillero de ideales y de entrega. De la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la de Filosofía, de Sicología, de la cátedra de Sociología de la UNAM, han salido grandes rebeldes.

Un destino puede cumplirse en unos cuantos días y adquirir sentido en menos de una semana. La desaparición de Alaíde a partir del 19 de diciembre de 1980 se convirtió en una presencia casi continua en la vida de Marta Lamas y en cierto modo también en la mía.

Dice Marta Lamas: “Alaíde, hija de un diplomático argentino y una rica heredera guatemalteca, llegó a México exilada con su marido, Alfonso Solórzano, después del golpe de Estado a Arbenz, en 1954. Aquí construyó una rica vida intelectual, con un gran compromiso político con Guatemala, mismo que impulsó a tres de sus cinco hijos a entrar a la guerrilla para luchar contra la injusticia social: Silvia, la médica; Mario, el sociólogo, y Juan Pablo, el más pequeño. Los otros dos, Julio y Laura, desarrollaron una vocación artística.

“En 1980 la noticia de la muerte en combate del menor, Juan Pablo, la afectó profundamente, y también a su marido, quien muy deprimido cruzó imprudentemente Insurgentes y murió atropellado por un autobús. Alaíde llevaba rato queriendo cambiar de vida, y el casi suicidio de Alfonso le permitió tomar ciertas decisiones para profundizar su compromiso con la lucha en la que participaban sus hijos. Aunque desde hacía tiempo ella era activista de la Agrupación Internacional de Mujeres contra la Represión y de Amnistía Internacional, en una reunión en Nicaragua con los sandinistas se comprometió a viajar por Europa para conferencias y conseguir apoyos y recursos para la guerrilla guatemalteca. Esa fue, probablemente, la razón por la cual la secuestraron, torturaron y desaparecieron. Acababa de cumplir 66 años.

“Cuando en diciembre de 1980 salió de la Ciudad de México a ver a su madre, doña Julia Falla, de 90 años, se sentía protegida porque su cuñado era secretario de Gobierno. Ya en agosto de ese año ella había viajado a la ciudad de Guatemala a llevar las cenizas de Alfonso y la recibió ese hermano de su marido. ¿Cómo iba ella a imaginar en ese segundo viaje que su vida estaba en riesgo? Al llegar a la casa materna en Guatemala Alaíde recibió una llamada de su hijo Mario, clandestino en la guerrilla, conminándola a que se asilara en la embajada de México. Alaíde no calibró lo urgente y grave de su situación y decidió pasar antes al mercado, donde la secuestraron junto con su chofer Leocadio Actún Shiroy. Su desaparición conmovió a sus múltiples amistades –artistas y figuras políticas e intelectuales. Sigue siendo una herida abierta que sufren cientos de miles de familiares y amigos desaparecidos en nuestro continente. Una forma de hacer justicia es difundir la memoria de las víctimas de ese horror totalitario. La UNAM nombró Alaíde Foppa a la Biblioteca en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, con la colaboración del Fondo de Cultura Económica. A Alaíde le habría encantado este homenaje póstumo.”

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