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El año de Ucrania en México / Pedro Miguel

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Soldados ucranios disparan hacia posiciones rusas, cerca de Bakhmut, en la región de Donietsk. Foto Ap
23 de diciembre de 2022 11:26
El año que está por terminar quedará marcado por el conflicto en Ucrania. La operación militar especial iniciada por el gobierno ruso el 24 de febrero en el país vecino no sólo fue una alteración trágica de la vida de las poblaciones de ambos países, sino que alteró de manera perdurable la economía planetaria y dislocó las certezas de millones de personas sobre la marcha del mundo. Para colmo, muchas de esas certezas ya habían sido derribadas por la pandemia de SARS-CoV-2 que se ensañó contra la especie humana durante los dos años precedentes.

El azoro resultó más acentuado para quienes desconocían los antecedentes del conflicto que desembocó en una guerra binacional; lo cierto es que en Ucrania se desarrollaba desde ocho años antes una guerra interna en la que el gobierno de Kiev se enfrentaba a las poblaciones separatistas prorrusas del Donbás (Donetsk y Lugansk) y que el aparato mediático de Occidente decidió escamotear a las opiniones públicas. Tampoco estaba en el foco de atención de la Unión Europea y Estados Unidos la constelación de confrontaciones que tienen a Europa oriental y parte de Asia central convertidas en zonas minadas. Por ejemplo, las guerras de Chechenia, Armenia-Azerbaiyán, Rusia-Georgia y las ocurridas en la antigua Yugoslavia parecían, en este hemisferio, menudencias irrelevantes.

Pero en aquellas regiones del mundo cuatro grandes imperios –el otomano, el ruso, el austro-húngaro y el soviético– cayeron en el curso de menos de un siglo y dejaron un sembradío de descontentos étnicos, lingüísticos y religiosos que no fueron resueltos por la paz de Versalles, los arreglos tras la derrota del régimen nazi ni el derrumbe del bloque oriental.

La cáscara de la paz es mucho más delgada y frágil de lo que muchos suponen; en ocasiones es incluso meramente imaginaria, como es el caso de la Europa occidental, que en la actualidad está envuelta en un conflicto bélico aunque sus ciudades y sus campos no sean objeto de bombardeos; el hecho es que los estados integrantes de la Unión Europea han sido arrastrados a una posición beligerante que incluye la activa participación en la resistencia ucraniana a la invasión rusa –participación que no sólo pasa por el suministro masivo de armas, sino también por los frentes diplomático, de inteligencia, jurídico, comercial y propagandístico– y el establecimiento de algo parecido a una economía de guerra.

Conforme en el viejo continente se dirimen por la vía de las armas conflictos heredados por el zar, por el politburó y por el insensato afán expansionista de la OTAN, allí y en otras partes una generación entera ha visto bruscamente desplazada su obsesión central y ha pasado en pocos meses del temor al calentamiento global a la preocupación por el exterminio viral y de allí, al pánico por el invierno nuclear. El vertiginoso tránsito de uno a otro de estos escenarios térmicos de un posible apocalipsis van a dejar una huella perdurable en la conciencia global.

Mientras averiguamos en qué termina la guerra en Ucrania –casi todos los observadores coinciden en que va para largo– en México y en América Latina las confrontaciones son, a pesar de todo, más civilizadas. Con distintos ritmos, acentos y resultados, en nuestro país, Colombia, Brasil, Argentina, Bolivia y Chile se desarrollan resistencias a la ofensiva multidimensional de reacciones oligárquicas que a cada oleada propagandística se revelan como una sola. En esos países, los métodos de la derecha para recuperar posiciones de poder perdidas han pasado de los cuartelazos a los golpes de Estado legislativos y judiciales, precedidos por furiosas campañas mediáticas de desprestigio en contra de gobiernos progresistas y con sentido social. En Perú derrocaron a un presidente surgido del pueblo que no logró construir un vínculo orgánico con los sectores que lo respaldaban ni aplicar un programa claro de gobierno.

Por muchas razones, es en México donde el proyecto transformador resulta más robusto, delineado y articulado con el pueblo, y es inevitable que ello le otorgue a la Cuarta Transformación una perspectiva de durabilidad en lo local. No habrá oligarquía desplazada ni injerencia externa capaces de interrumpirla, a condición de que quienes se reclaman del programa sepan mantener la unidad y la disciplina y anteponer las necesidades del país a los intereses y ambiciones personales. En momentos en que la presidencia de AMLO y su partido enfrentan una guerra mediática recrudecida y cada vez más delirante y procaz, lo último que necesitan son dimes y diretes internos por cargos y posiciones. Es lamentable que se pretenda hacer pasar por autocrítica y debate lo que no es más que jaloneos de aspiraciones frustradas y egos lastimados.

Para deponer esas veleidades debiera bastar con ver algunos de los resultados de la 4T en este año de Ucrania que ha alterado al mundo: una economía estable, una siembra de bienestar sin precedente y los primeros resultados inequívocos de la nueva estrategia de paz y seguridad pública.

Twitter: @Navegaciones

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