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Víctimas de la guerra sucia dan "el último jalón" contra la impunidad

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"Creemos en el Presidente, pero ya le quedan sólo dos años y no se ve absolutamente nada, ni sabemos dónde quedaron nuestros seres queridos", lamenta una participante. Foto Sergio Campos
10 de diciembre de 2022 09:35

Chilpancingo, Gro., Un Diálogo por la Verdad, que las víctimas de la guerra sucia (de 1965 a 1990) entienden como el último jalón para terminar con la impunidad, arrancó ayer en esta ciudad. Han pasado las décadas y los sexenios y los perpetradores de masacres, desapariciones, arrasamiento de pueblos enteros, asesinatos, torturas y encarcelamientos clandestinos –civiles de cuerpos policiacos diversos y militares–, nunca fueron llevados a juicio.

Los sobrevivientes, las víctimas y sus familiares, fueron convocados por la Comisión de la Verdad federal y su Mecanismo de Esclarecimiento Histórico. En un auditorio repleto de gente que llegó de la sierra, las costas Grande y Chica, Tierra Caliente y las orillas de Acapulco, se escucharon de viva voz, uno tras otro, con la elocuencia característica de los luchadores guerrerenses, pasajes de la violenta historia política del estado en los últimos 50 años.

Algunos fueron narrados en público por primera vez, como los testimonios de los campesinos de Tlacalixtlahuaca, municipio de San Luis Acatlán, que fue duramente golpeado por el Ejército en castigo por haber dado alojo y cobijo en una ocasión al jefe guerrillero Genaro Vázquez Rojas. El miedo los hizo callar 50 años. Sólo recordar duele, expresó Victoriano Villegas, ya muy mayor, al relatar las historias que vivió a los 15 años, cuando los soldados obligaban a los campesinos de su pueblo a cavar sus fosas antes de ejecutarlos; cuando dejaban a la gente colgada de los árboles durante días, cuando a los hombres que encadenaban a un fierro, como animales, se les llagaba el pie, cuando nadie era libre de salir de su casa, bajo el sitio militar.

Otros testimonios son más conocidos, como los de los hermanos de Lucio Cabañas, Guillermina y Pablo. Ella se unió al Partido de los Pobres y tomó las armas cuando la represión la acorraló. Hortensia fue su seudónimo de miliciana. Para entonces ya habían sido secuestrados un hermano mayor y varios sobrinos. Los mandos militares se ensañaron contra la familia hasta que fue dispersada en su totalidad. Su hija mayor se llama Lluvisel, en recuerdo de la lluvia y la selva en la que sobrevivió los años duros de la guerra.

Pablo, maestro normalista como el líder guerrillero, nunca participó en la lucha armada. Pero igual fue detenido frente a sus alumnos de quinto de primaria en una escuela de Huatabampo, Sonora. Fue torturado directamente por Miguel Nazar Haro, de la Dirección Federal de Seguridad. Después de seis años de prisión en distintas penitenciarias por el único delito de ser hermano del profesor Lucio Cabañas, perdí mujer, casa, trabajo y libertad. Hoy pide una justicia que le fue negada durante medio siglo. Lo único que espero es que la reparación del daño me alcance para pagar mi velorio, dice este hombre que, muy lejos de estar vencido, lucha por sobrevivir alquilándose para cantar en fiestas bajo su nombre artístico, El otro Cabañas.

Hay risas en el auditorio. Pero las personas mayores, que son la mayoría, saben que lo que dice es exactamente así.

Abel Barrera, uno de los cinco comisionados del órgano que depende de la oficina del subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas, reflexionó sobre estos testimonios indicando: la reivindicación de figuras como Cabañas y Vázquez Rojas y muchos otros que se levantaron en armas es parte del ejercicio de verdad y memoria.

El director de Tlachinollan, una de las organizaciones de defensa de derechos humanos más destacadas del país, Barrera, explicó que esta primera sesión de Diálogos por la Verdad es parte de un proceso institucional que deberá concluir con una audiencia formal. El objetivo es poner en el centro a las víctimas a través de la escucha de los testimonios de sobrevivientes y familiares.

Después de estudiar las experiencias de audiencias públicas de varios países que vivieron conflictos armados y periodos de genocidios, como paso fundamental para alcanzar la justicia transicional, la Comisión de la Verdad concluyó que el modelo que quizá se acercaba más para el caso de la guerra sucia de Mexico es el colombiano, que se realizó durante años antes de la firma del los acuerdos de paz. Fueron audiencias públicas, divididas por temáticas, etnias y regiones.

El problema que enfrenta la comisión mexicana, precisa Barrera, es la falta de recursos y tiempo, por lo que se adoptó esta modalidad de diálogos. La de Chilpancingo es la primera experiencia de este proceso. Próximamente se realizará otra en Atoyac de Álvarez. Y se repetirá en otros estados donde hay núcleos importantes de víctimas y sobrevivientes. Todo esto forjando el camino hacia una gran audiencia nacional.

Es nuestra última oportunidad

Nicomedes Fuentes fue preso político en dos ocasiones, sobreviviente de tortura, originario de Tepetixtla. En la Universidad Autónoma de Guerrero inició la organización de defensa de las víctimas de la represión desde los 70. A partir de 2012 trabajó en la recopilación de testimonios de la Comisión de la Verdad de Guerrero junto con la abogada Pilar Noriega. En su testimonio expuso: Esperemos que este sea el último jalón para terminar con la impunidad. Ya somos grandes y nos estamos yendo. Es nuestra última oportunidad de hacernos escuchar. Esto tiene que quedar para la historia.

Para muchos, fue la primera vez de hablar y escuchar sobre sus experiencias durante lo que Barrera llamó la embestida del Ejército en las regiones guerrerenses, unos por un temor difícil de desterrar, otros porque les ha pesado el estigma que carga la historia de las guerrillas y la lucha armada. El maestro Arturo Miranda, compañero de armas de Genaro Vázquez Rojas en la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria, que ha estado trabajando en colectivos y en la Cámara de Diputados para la elaboración de la Ley de Memoria Histórica, sostuvo: No tenemos por qué sentirnos avergonzados de haber sido guerrilleros. Lo hicimos con todo el derecho. Las masacres del Ejército en nuestros pueblos y la persecución contra quienes no estaban en la lucha armada no dejó otra opción.

Carmen Iturio Nava, hija de un desaparecido, lo expresó así: Mi padre fue un guerrillero. Yo estoy orgullosa de esa herencia y trato de dejarles ese orgullo a mis hijos. Sus recuerdos de niña giran en torno a la resistencia de su madre, yendo a preguntar infinidad de veces a los cuarteles por su padre. Y sobre las humillaciones, amenazas y malas caras con las que eran despachadas.

Externó la cautelosa esperanza de muchos de los presentes, sobre las condiciones que se presentan por primera vez, ahora, con el presidente de Andrés Manuel López Obrador, que les prometió justicia, verdad y reparación del daño.

Ya es tiempo del esclarecimiento, dijo Merced García Naranjo, hijo de otro campesino desaparecido, quien narró la extrema pobreza y la marginación que vivieron los sobrevivientes de los pueblos arrasados, al grado de que él, de pequeño, casi muere de hambre. Creemos en el Presidente, pero ya le quedan sólo dos años y no se ve absolutamente nada, ni sabemos dónde quedaron nuestros seres queridos, ni qué pasó.

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