El entrañable amigo, colega y compañero Luis Arizmendi es y será referente del pensamiento crítico latinoamericano en los múltiples temas que investigó, pero, particularmente, en los que refiere a las tendencias del estado de excepción y la guerra mundial, que describió magistralmente en diversos trabajos, entre los que destaca el libro Tiempos de peligro, que editó la UAZ en 2018 y reseñé en La Jornada (https://onx.la/6a7ab).
Tomemos en cuenta que la guerra Rusia-Ucrania no había estallado, ni existían los focos de confrontación entre las potencias imperialistas y la Federación Rusa, los conflictos con China, con provocaciones frecuentes y graves, todo lo cual hace posible una guerra mundial, que sería la última. Por ello, resulta admirable la profundidad del pensamiento de Arizmendi como instrumento imprescindible para el análisis de la actual crisis civilizatoria, que, sin visiones apocalípticas, atenta contra la vida en el planeta. Nunca el título de una obra ha sido tan acertado para vislumbrar un futuro nada deseable, descrito como tiempos de peligro.
Su obra es de gran calado en lo que toca al pensamiento crítico marxista, ya que significó una llamada de atención sobre los destinos inciertos de la actual forma de acumulación capitalista. Los acontecimientos que vivimos en el mundo, con la pandemia de covid-19, muestran lo acertado de sus tesis de que el capitalismo está radicalizando la devastación y la violencia, y que apuntala una tendencia neoautoritaria en la disputa por la hegemonía mundial, como la propia guerra de Ucrania muestra, así como el triunfo de un partido abiertamente neofascista en Italia, o los millones de votos que obtuvieron las fuerzas de derecha en Brasil.
Luis también se dedicó al examen acucioso del enorme aparato estadunidense dedicado a la guerra y las tareas de inteligencia y subversión, que yo denomino terrorismo global de Estado, incluyendo paramilitares, mercenarios y agencias privadas en estos menesteres, que, sumando datos ocultos y de expertos, él calculaba en “un total aproximado global (dentro y fuera del territorio de Estados Unidos) próximo a un millón de personas combatiendo en la periferia, haciendo espionaje, desarrollando manipulaciones mediáticas, activando redes sociales
, etcétera. Considero, en esta dirección, de gran utilidad su concepto de lumpen imperialismo para explicar esta orientación clandestina, gansteril-delincuencial de los aparatos militares y de inteligencia.
Ya no hubo la oportunidad de discutir con Luis sobre temas como la militarización y militarismo, que la izquierda anticapitalista ha denunciado desde hace décadas, y que él destacó tan agudamente cuando explicó la acumulación por desposesión a través del estado de excepción como tendencia epocal. También, aunque en la región latinoamericana, la transición violenta comenzó en Colombia, hace décadas, con el entrecruzamiento de la violencia económico-anónima con la violencia político-destructiva, considero que en México se ha ido más lejos con el capitalismo necropolítico, por sus aceleradas formas de acumulación por desposesión con base en la economía criminal.
Lúcidamente, Luis señaló que América Latina se encontraba en una encrucijada: la confrontación entre la tendencia neoautoritaria, que pugna por instalar la acumulación por desposesión en todos sus alcances, y una tendencia contrahegemónica que pretende resistir, pero no va a abrirse paso, remitiéndose puramente al proyecto del Estado liberal como contrapeso ante la violencia planetaria y la crisis epocal del capitalismo del siglo XXI. Es epocal porque sus alcances y articulaciones con otras crisis son mayores de cualquier otra conocida, porque las clases que la impulsan se niegan a retroceder y apuntan a reconfigurar el capitalismo global y, con tal de maximizar la tasa de acumulación, no se detienen en agudizar la devastación de los fundamentos de la vida social natural y de la civilización. Singularmente importante su planteamiento sobre que esta tendencia neoautoritaria plantea un reto ineludible para la izquierda latinoamericana, esto es, pugnar por una articulación entre las fuerzas políticas estadocéntricas progresistas y los movimientos anticapitalistas autogestivos y emancipatorios.
Luis era una persona excepcional en cuanto al trato a los amigos y colegas, siempre firme en sus puntos de vista, al tiempo que escuchaba con atención otras ideas. Él consideraba que el gran reto de la izquierda internacional es convertir tiempos de peligro en tiempos de oportunidad. Su prematura y sentida partida dejó inconcluso el debate. Sin embargo, su legado de compromiso de intelectual y militante, su amor a la vida, su don de gentes y su extraordinaria forma de relacionarse con su entorno cotidiano, profesional y político, deja una huella indeleble que perdurará con especial vigor en estos tiempos de peligro.