Si no tienes dinero, trabaja
, si no tienes trabajo, entonces es porque no te has esforzado lo suficiente
, o no estudiaste en una buena universidad
. Si tu cuenta en el banco está en ceros es debido a que no tomaste previsiones
. Así funciona el modelo neoliberal en un mundo gobernado por la competencia en el que quienes quedan fuera del poder adquisitivo se convierten en perdedores para la sociedad y para sí mismos.
Primero los ricos –o al menos los que más gastan– es una normalidad asumida en el día a día que podemos observar, por ejemplo, al abordar un avión cuando los pasajeros que compran boletos más caros son llamados primero a ocupar su lugar, a pesar de que sería más práctico que los pasajeros sentados al final de la aeronave se acomodaran primero dejando el pasillo libre y agilizando el proceso. Pero no, en detrimento de la mayoría, quienes gastan más tienen el privilegio de estorbar a quienes gastan menos al tiempo en que, como parte del premio que su poder adquisitivo conlleva, presumen a los mortales que pasan frente a ellos el privilegio de ocupar sillones más cómodos y recibir un trato preferencial que parece catalogarlos como mejores ciudadanos, mientras, con condescendencia, se asumen mejores que los demás, nada más por que no son pobres.
En un mundo así, como el nuestro, la libertad es considerada como algo que se ejerce a través del gasto y, como unos pueden gastar más que otros, las clases pobres pierden libertades y derechos, lo que causa crisis económicas –y sociales– al crearse brechas más grandes y con ellas un reparto de la riqueza con que cada vez más tienen menos al tiempo en que los menos tienen más.
Bajo este modelo de competencia como característica esencial de las relaciones sociales, todo intento por limitarlo es opuesto a lo que se entiende por libertad, por ello se ve a las organizaciones obreras como desviaciones que complican una aparente jerarquía de triunfadores y perdedores.
En esta religión llamada consumismo el dinero es un dios y la pobreza el infierno. Al igual que en todo credo, la culpa está presente como herramienta de manipulación y sometimiento. Con ella los condenados
asumen su culpabilidad por no tener lo que los mandamientos del poder adquisitivo dictan como elementos esenciales de trascendencia: una serie de deseados objetos que realmente no necesitamos por lo que sirven sino por lo que el tenerlos implica ante una sociedad de consumo.
Al haberse convertido la desigualdad en una virtud, y el gasto en un sacramento, resulta complicado –si no es que imposible– para quienes crecieron bajo el dogma neoliberal el entender que los pobres van primero no sólo porque lo necesitan más –razón que debería bastar– sino porque ello beneficia a todos. Reconocer y entender lo anterior implicaría abolir la falsa percepción de que el bienestar es resultado de una competencia en la que, por definición, deben existir perdedores.
Primero los pobres
no debe entenderse como una frase política, sino como una política que disminuye las desventajas y desigualdades en una sociedad cuyas reglas marginaron a los pobres a tener acceso a oportunidades que los hicieran salir de su miseria.
Si los pobres no van primero, todos nos convertimos en perdedores, aunque haya aparentes ganadores. ¿Cómo enfrentar las violencias, si no se incorporan a la educación, salud o el trabajo a quienes nacieron bajo la marginación? ¿Cómo tan pocos pueden estar tranquilos con tanto, habiendo tantos con tan poco?
Al ir primero los pobres no se busca quitar oportunidades a nadie, como ha hecho creer parte de la oposición, sino garantizar a todos el acceso a ellas.