Desde septiembre pasado han arreciado las protestas en Irán en respuesta a la muerte de Mahsa Amini, la joven kurda-iraní de 22 años que falleció en un hospital de Teherán tras ser arrestada unos días antes por la policía de la moralidad, supuestamente por violar el código de vestimenta del régimen teocrático islámico. Los manifestantes consideran que su muerte fue perpetrada por la policía (se sospecha que la mataron a golpes), pero la Organización Forense iraní lo ha negado en un parte médico oficial. Las protestas se han extendido a unas 50 poblaciones, y prominentes actores y equipos deportivos se han unido al movimiento.
Las protestas no sólo son contra ciertas leyes, sino contra todo el sistema teocrático del país. Los marchistas proclaman ni monarquía ni clero
, y protestan también contra políticas económicas cuyos efectos han sido agravados por las sanciones estadunidenses. El régimen ha respondido con violencia, arrestando a decenas de artistas, cineastas y periodistas por su respaldo a los manifestantes.
¿Hay una revolución en proceso? Noam Chomsky arroja luz sobre el tema en esta entrevista. –Noam, las mujeres iraníes iniciaron estas protestas debido a las políticas islámicas del gobierno, sobre todo en relación con el vestido, pero ahora el tema parece ser sobre las reformas fallidas del régimen. El estado de la economía pareciera una de las fuerzas que envían a la gente a las calles. Maestros, tenderos y obreros industriales han participado en huelgas y plantones, y parece haber unidad entre los diferentes grupos étnicos molestos con el gobierno, tal vez por primera vez desde el surgimiento de la república islámica. ¿Podemos hablar de una revolución en gestación?
–La descripción me parece adecuada, aunque hablar de una revolución sería ir demasiado lejos. Lo que ocurre es muy notable en escala e intensidad, y en particular por la valentía y el desafío frente a una represión brutal. También en cuanto al prominente liderazgo de las mujeres, sobre todo las jóvenes.
El término liderazgo
puede causar confusión. La revuelta parece no tener líderes, y tampoco objetivos claros o una plataforma más allá del derrocamiento de un régimen odiado. Se impone cierta precaución. Tenemos muy poca información acerca de la opinión pública en Irán, en particular en las zonas rurales, donde el apoyo al régimen clerical y a sus prácticas autoritarias podría ser mucho más fuerte.
La represión ha sido más brutal en las zonas pobladas por las minorías étnicas kurda y baluchi. En general, se reconoce que mucho dependerá de cómo reaccione el líder supremo Alí Jameini. Quienes conocen sus antecedentes prevén que su reacción será marcada por su propia experiencia en la resistencia que derrocó al sha en 1979. Bien podría compartir la visión de los halcones estadunidenses e israelíes de que, si el sha hubiera sido más enérgico, pudo haber suprimido las protestas mediante la violencia. El embajador de facto israelí en Irán, Uri Lubrani, expresó claramente esa actitud en ese tiempo: creo que Teherán podría ser tomada por una fuerza relativamente pequeña, decidida y cruel. Quiero decir que los hombres que encabecen esa fuerza tendrán que estar emocionalmente abiertos a la posibilidad de dar muerte a decenas de miles de personas
.
Similar opinión expresaron Richard Helms, ex director de la CIA, Robert Komer, alto oficial del Pentágono, y otros funcionarios estadunidenses de línea dura en el gobierno de James Carter. Se especula que Jameini adoptará una postura similar, ordenando una represión mucho más violenta si continúan las protestas.
Sobre los efectos, sólo podemos especular con poca confianza.
–En Occidente, las protestas se han interpretado como parte de una lucha continua por un Irán secular y democrático, omitiendo el hecho de que las actuales fuerzas revolucionarias en Irán no sólo se oponen al gobierno reaccionario, sino también al capitalismo neoliberal y a la hegemonía estadunidense. El gobierno iraní, a su vez, culpa a fuerzas extranjeras
. ¿En qué medida podemos esperar a ver una interacción de fuerzas externas a internas? Después de todo, esa interacción tuvo una función destacada en la formación y destino de las protestas que sacudieron al mundo árabe en 2010 y 2011.
–Apenas si puede haber duda de que Estados Unidos apoyará los esfuerzos por socavar el régimen, que ha sido un enemigo prioritario desde 1979, cuando el tirano apoyado por Washington, que fue reinstalado por un golpe militar en 1953, fue derrocado en un levantamiento popular. De inmediato los estadunidenses dieron apoyo a su entonces amigo Saddam Hussein en su ataque asesino contra Irán, y al final intervinieron directamente para asegurar la virtual capitulación iraní, experiencia que los iraníes no olvidan.
Cuando terminó la guerra, Estados Unidos impuso duras sanciones a Irán. El presidente Bush I –el Bush estadista– invitó a ingenieros nucleares iraquíes a Estados Unidos para recibir adiestramiento avanzado en desarrollo de armas nucleares y envió una delegación de alto nivel para asegurar a Saddam el fuerte apoyo de su país. Todo esto fue muy amenazante para Irán.
El castigo a Irán ha continuado desde entonces y sigue siendo política de los dos partidos estadunidenses, con escaso debate público. Gran Bretaña, tradicional torturadora de Irán antes de que Estados Unidos la desplazara en el golpe de 1953, que depuso al gobierno democrático iraní, probablemente seguirá obedientemente los dictados estadunidenses, al igual que otros aliados. Israel sin duda hará lo que pueda por derrocar al que es su archienemigo desde 1979, y que durante el reinado del sha fue su aliado cercano, aunque sus íntimas relaciones eran clandestinas.
–Tanto Washington como la UE impusieron nuevas sanciones a Irán ante la violenta represión de las protestas. ¿Esas sanciones no han sido contraproducentes?
–Siempre tenemos que preguntarnos: ¿contraproducentes para quién? Típicamente las sanciones serían contraproducentes si los objetivos anunciados –siempre nobles y humanos– tuvieran algo que ver con los reales. Pero eso rara vez ocurre.
Las sanciones han ocasionado severo daño a la economía iraní, y por consiguiente han causado enorme sufrimiento. Pero ese ha sido el objetivo estadunidense durante 40 años. Para Europa es distinto: ahí las empresas ven a Irán como una oportunidad de inversión, comercio y extracción de recursos, todos bloqueados por la política de Washington.
Lo mismo ocurre con las compañías estadunidenses. Este es uno de esos casos raros e instructivos –Cuba es otro– en el que los intereses de corto plazo de los dueños de la sociedad no son peculiarmente atendidos
por el gobierno al que controlan en gran medida (para tomar prestada la descripción de Adam Smith sobre la práctica usual). El gobierno, en este caso, defiende intereses de clase mucho más amplios, al no tolerar la independencia peligrosa
con respecto de su voluntad. Es un asunto importante, que en el caso de Irán se remonta en algunos aspectos al interés inicial de Washington en Irán en 1953. Y que en el caso de Cuba data de la liberación de la isla, en 1959.
–Una pregunta final. ¿Qué impacto podrían tener las protestas en Medio Oriente?
–Depende mucho del desenlace, aún desconocido. No veo muchas razones para esperar un efecto importante, sea cual fuere el resultado. El Irán chiíta está muy aislado dentro de la región, sunita en su mayoría. Las dictaduras sunitas del Golfo están limando ligeramente asperezas con Irán, con gran disgusto de Washington, pero no es probable que se preocupen por la represión brutal, que ellas mismas practican.
Una revolución popular exitosa les preocuparía sin duda porque podría extender el contagio
, como lo expresa la retórica kissingeriana. Pero esa parece una contingencia demasiado remota para permitir una especulación que resulte útil.
* Publicado originalmente en Truthout.
Traducción: Jorge Anaya