Todo tiene remedio, sonríe Lynn ante inseguridades y congojas. Solidaria y cierta de lo que hace, Lynn se ha dado por entero a Oaxaca, estado que visita desde hace años. Su entrega nos es muy valiosa porque su bagaje intelectual tanto en estudios étnicos como humanistas la hace comprometerse con causas sociales que otros se limitan a analizar. Lynn hace suyos problemas de vida y de muerte, y en Oaxaca, donde se casó y tuvo a uno de sus hijos, todos la reciben con agradecimiento.
En la universidad Harvard terminé con una licenciatura de sociología y antropología, y trabajé dos años en Boston. Hice el doctorado en antropología cultural. Durante ese tiempo fui seguido a Oaxaca, y al terminar el doctorado regresé cada año. Me hice de varios amigos oaxaqueños. Viví dos años en Teotitlán del Valle. Tengo muchos ahijados, compadres, ahora (sonríe) por la edad, tengo ahijados que son ya hijos de ahijados. La comunidad de Teotitlán del Valle es muy importante para mí, es mi familia.
–Estas personas tan cercanas a ti, ¿te enseñaron a sembrar, a cosechar?
–Me enseñaron a casi todo. Antes que nada, zapoteco. Cuando viví entre ellos lo hablé de modo muy fluido. Si estoy allá lo recupero de inmediato. ¡Basta con que me junte con unos compadres para volver a hablarlo! En Teotitlán del Valle tuve un compadre muy querido, Andrés Gutiérrez, que murió hace dos años de covid; él me enseñó a sembrar, deshierbar, cosechar, a llevar chivos al campo, y viví con él la pena de que muriera de covid uno de sus hijos.
Elena, en Teotitlán murieron 150 personas por covid. ¡No sé por qué allá les pegó tan duro! Creo que se pusieron las vacunas hasta que vieron que morían miembros de su familia; la mitad del pueblo no se vacunó. Falleció gente grande. En ese pueblo está mi corazón.
La doctora Lynn Stephen se ha entregado a la mejor de las causas, la de los campesinos y estudiantes oaxaqueños, a quienes abraza cuando alcanzan a llegar, gracias a ella, a la Universidad de Oregon, en cuyos pasillos se puede oír hablar en español.
–¿Por qué quieres tanto a los mexicanos, Lynn?
–Desde muy niña vi a mi madre convivir con migrantes que luchaban por su vida cultivando las tierras en torno a la gran ciudad de Chicago.
A partir del momento en que su madre entró de maestra a un jardín de niños migrantes, Lynn empezó a tratar a los pequeños que acompañaban a sus padres en jornadas de más de ocho horas y se sentaban a la sombra de algún árbol, cuando no caminaban entre los surcos. Lynn se entregó a esos pequeños agricultores. Se hizo amiga de niñas que cubren su cabeza con un rebozo.
“A través de esas familias ‘agrícolas mexicanas’ aprendí mucho y apoyé el movimiento de César Chávez, uno de los más solidarios con los farm-workers. Creo que desde niña tengo una idea de su México, porque me acerqué una barbaridad a quienes se juegan la vida al cruzar la frontera y adquirí conciencia de lo duro que es salir adelante. Esos chavitos fueron más que mis amigos, vivían en un vagón de tren y no tenían luz; convivir con ellos me marcó para toda la vida.
“En la prepa tuve un maestro de español que nos hizo escribir disertaciones y cuentos en torno a México. Hicimos teatro y nos enseñó a leer a Octavio Paz y a Jaime Sabines. Ese maestro tenía un doctorado y gracias a él también leímos a García Lorca. Aprendí tanto con él que ya en la universidad me decidí por México, fortalecida por la maestra chicana Silvia Rodríguez, quien trajo a su clase a Margarita Dalton cuando yo tenía 21 años. Al graduarme hice un viaje por tierra con un novio y nos detuvimos en Oaxaca para pasar 10 días con la Dalton. En Chiapas, me reuní con un grupo feminista, y en Oaxaca conocí a Guadalupe Musalem y a su grupo, el Rosario Castellanos. Por eso escogí a México para mi trabajo de campo. Viví en Oaxaca de 1984 a 86 y desde hace 36 años regreso todos los años.
“En agosto de 2021 fui al panteón para mostrar mi respeto a mi compadre y a su hijo. Antes, el cementerio estaba vacío, ahora lo vi lleno por el maldito covid.
“Pasar tiempo en Teotitlán del Valle me resultó muy duro porque no hablaba yo nada de zapoteco, pero hice varios amigos y los considero un regalo de la vida. Por ellos, adquirí otra manera de ver el mundo. Para mí fue muy, muy sano convivir con gente tan generosa.
“Como mi mamá trabajó con farmworkers families, aprendí mucho de ellas. Todo lo que comemos en Estados Unidos depende de los migrantes mexicanos dedicados a la agricultura. Verlos y oírlos me inculcó un gran respeto y curiosidad por ellos, así como el deseo de apoyarlos. Por ellos, me hice doctora en antropología social. Muy joven conviví con músicos y actores, me uní a una organización no gubernamental de artistas, pintores, bailarines y cantantes, y me decidí por una maestría en educación e hice un doctorado de cinco años, así como un curso de antropología urbana en Harvard. Después estudié en el Colegio Carlton, en Minesota. Durante todos mis años de escuela fui mesera 40 a 50 horas a la semana en un café en Harvard Square.”
Con razón Lynn Stephen da esa impresión de fortaleza; su hermoso rostro expresa su amor por los demás...
Desde muy pequeña limpié casas, barrí, sacudí, subí escaleras. Aunque mi mamá nos ayudó a mí y a mi hermano (14 meses más chico que yo), supimos lo que eran las carencias y tuve que solventar mis estudios. Lo hice hasta que salí de Chicago a los 18 años.
–Lynn, la mayoría de los mexicoestadunidenses que conozco provienen de Chicago: Sandra Cisneros, Ana Castillo, Carlos Tortolero...
–Cuando me acerqué a los mexicanos no se decían chicanos, sino mexicoamericanos. El término chicano proviene de jornaleros que trabajan dos semanas en una finca y otras dos en otra. Me interesé por los niños a través de mi madre, que fundó una suerte de comunidad política solidaria con los más olvidados, y el trato con ellos me llevó a apasionarme por la antropología y escoger a México. En los años 80 conocí a gente muy valiosa en Oaxaca. Fui amiga de Toledo, a partir de 1984, a través del padre de mis hijos, Alejandro de Ávila. Después de vivir dos años en Teotitlán y de escribir mi tesis, la Universidad de Texas publicó mi primer libro, Mujeres aztecas. Cuando regresé a Estados Unidos seguí en contacto con mis compadres de Teotitlán, pero también lo hice a través de escribir mis libros y de hacer documentales sobre El Salvador, Chile, Brasil y Paraguay en un proyecto comparativo entre México y esos países.
Cuando nació Gabriel, hijo de Alejandro de Ávila, conocí a Toledo. Alejandro trabajaba muy de cerca con Toledo. Al cumplir Gabriel dos años me invitaron a la Convención Nacional Democrática en Chiapas, adonde fuiste tú. Trabajé también ahí. Hay una enorme discriminación en contra de pueblos y personas indígenas y afrodescendientes en México. También hay diferencias muy fuertes de clase.