Tu nombre es sinónimo de coherencia. De intolerancia, en el mejor sentido del término (el que definió Slavoj Zizek en En defensa de la intolerancia). Nunca negociaste, nunca te rendiste, ni ante la muerte. Luchaste contra todo y contra todos, a veces con miles de compañeros, a veces con un puñado de irreductibles. Desde la tribuna, el balcón, el exilio y la cárcel… ¿Cuántos años a la sombra, sumando todas tus condenas?
Eres mítico desde la cuna: cuentan que naciste en la Mixteca alta, dos años después que Jesús, cuatro antes que Enrique, y que tus padres eran héroes. Margarita, una poblana de ojos grandes que arengaba a los patriotas en la lucha contra el francés; Teodoro, un caudillo mixteco de fina estampa que cuando ustedes eran niños les contó que la tierra debería ser de todos. Así crecieron, entre el liberalismo radical, más cercano a Francisco Zarco e Ignacio Ramírez que a tu paisano Benito Juárez, y la tradición de resistencia comunitaria y el apego a la tierra de los mixtecos.
¿Qué fue para ustedes mudarse a la lejana, gran ciudad, para estudiar en las aulas del positivismo y el darwinismo social, discriminador y racista? No lo sé, pero apostaría que aunque aprobabas con buenas notas (no tanto como Jesús, que sí se tituló; ni como Enrique, al que premió en persona el tirano), detestabas la escuela, aunque guardaste la rebeldía para mejores causas… no por mucho tiempo: naciste rebelde. Desde estudiantes se involucraron en la oposición y muy pronto destacaste como poderoso periodista de combate. Antes de cumplir 27 años fundaste el emblemático, definitivo Regeneración.
Fue como director de Regeneración que te invitaron a San Luis Potosí en 1901, al Congreso fundacional del Partido Liberal Mexicano (PLM)… No estoy seguro de que hayas iniciado tu participación en el congreso con el exordio “¡Lo que debemos atacar es al gobierno de Díaz, porque el gobierno de Díaz es una madriguera de ladrones!”, ni que del abucheo el Congreso haya pasado al más estruendoso aplauso, pero sí sé que en muy buena medida fue gracias a ti que el PLM emergió de San Luis como un partido de oposición a la tiranía y que Regeneración, bajo tu dirección, se convirtió en su órgano de combate.
¿Cuántas cárceles pisaste, cuántas veces fue destruida la imprenta hasta que tuviste que exiliarte? Quizá el punto de inflexión fue el abierto desafío de aquel 5 de febrero de 1903, cuando Enrique, tú y tus compañeros colgaron en su balcón aquel cartel: “La Constitución ha muerto”.
Exiliados en Estados Unidos, Enrique y tú (junto con Práxedis, Librado, Antonio, Anselmo y otros camaradas) se acercaron al movimiento obrero y fueron conectando su tradición comunitaria con la demanda de “¡tierra y libertad!” Y en 1906 rompieron con el núcleo fundador del PLM (incluido tu hermano mayor, Jesús) ¡y llamaron a derrocar al tirano mediante la revolución armada!
La ruptura se sembró en aquel espectacular documento que recordamos como El programa de 1906, que aunque era un programa eminentemente liberal, se asomaban ya al anarcosindicalismo que asumirían abiertamente desde 1908 quizá, sin duda desde 1911: la convicción de que la solución de los problemas del mundo y de la humanidad pasan por eliminar el gobierno y la propiedad privada de los medios de producción, y que las vías para alcanzar esos objetivos eran la organización de los trabajadores y la revolución armada.
Los intentos de 1906 y 1908 fracasaron, pero sé de cierto que la mitad de los generales y jefes de las grandes revoluciones de 1910 y 1913 se formaron políticamente en las filas de eso que desde 1906 se llamó magonismo, en las fábricas, las conspiraciones, la defensa de la tierra, los intentos de lucha armada contra la tiranía, ¡la libertad! Y sé de cierto que te sentiste traicionado por muchos de ellos, los que para ti transigieron, los que se sumaron al maderismo y al carrancismo. Y también sé que te acercaste a la verdadera revolución social, la derrotada, la del jefe Zapata, el coco de los tiranos.
Fuiste enemigo de todos los gobiernos y de todo sistema de opresión, fuiste enemigo de las fronteras entre los países y además de impulsar la revolución en México colaboraste estrechamente con la organización obrera en Estados Unidos, cuando los obreros allá eran casi todos migrantes europeos expulsados por el hambre, y que encontraban en el paraíso de la democracia hambre y opresión. Y en 1918 fuiste condenado a 21 años de cárcel junto con Librado.
Tras cuatro años de durísima prisión estabas enfermo y casi ciego. Entonces, los sindicalistas, agraristas, anarquistas y comunistas mexicanos surgidos de la gran revolución social exigieron tu libertad. El gobierno que se decía emanado de esa revolución intercedió por ti, aunque tú, coherente siempre, rechazaste su mediación. Por fin se ordenó tu liberación y, casualmente, “te ahorcaste”. Hace 100 años te asesinaron por órdenes del imperio.
¿Te digo una última cosa? Sé que hoy no estarías con nosotros (me refiero a la #4T y Morena); pero estarías con nosotros, con las zapatistas, los comuneros, las buscadoras de desaparecidos, los familiares de los 43, las que luchan contra los feminicidios, los defensores del bosque y del agua, los altermundistas…
A 100 años estás vivo, camarada Ricardo.