Ciudad de México. La oleada extraordinaria de personas originarias de Venezuela ha saturado la capacidad de los albergues, mientras el gobierno mexicano aseguró que dará asistencia humanitaria a quienes se encuentran en distintas ciudades fronterizas.
En la Ciudad de México se encuentran varados cientos de venezolanos sin recursos, la mayoría expulsados de Estados Unidos, país que desde el 12 de octubre fijó nuevos criterios de asilo.
México es un embudo porque Washington decidió que sólo aceptará los casos de gente de ese país que lleguen por vía aérea, por lo que hay ya distintos sitios en los que se juntan personas sin techo, alimentos, ropa ni medicina.
En la Central de Autobuses del Norte, Milka Peña, residente en México desde hace un lustro, decidió ayudar a sus paisanos. Relata que hace algunos días llevó 150 tortas y fueron insuficientes, así que hoy preparó, con el apoyo de otras personas, 230.
Lorena Guzmán, coordinadora regional para temas de migración y desplazamiento interno del Comité Internacional de la Cruz Roja, fue a auxiliar a personas afectadas por las nuevas políticas migratorias, principalmente para dar apoyo básico en materia de salud y de alternativas en México.
El Instituto Nacional de Migración señaló que las instalaciones gubernamentales para albergarlos, en este caso pertenecientes a la Secretaría del Trabajo, son sitios abiertos. Son de puertas abiertas y en ellos se proporcionarán alimentos, atención médica, sanitarios, agua potable y regaderas, entre otros servicios
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Ayer se buscaba una solución para los migrantes en San Pedro Tepanatepec, Oaxaca, que han llegado a esa comunidad en semanas recientes, así como en Tapachula y Ciudad Hidalgo, además de Ciudad Juárez, Chihuahua; Tijuana, Baja California, y Matamoros, Tamaulipas.
En cuanto al trabajo de grupos civiles, La Jornada constató que en Casa de Acogida y Formación para Mujeres y Familias Migrantes en la Ciudad de México, con cupo máximo de 100 personas, ayer se atendía a 538, entre niños, adolescentes y mujeres en situación vulnerable. Son venezolanos que ya habían llegado a Estados Unidos, donde fueron detenidos y luego expulsados.
“Cada día llegan como 30 personas, es el flujo que estamos recibiendo. Arriban entre las 7 y 11 de la noche diciendo que no han comido y nos dicen ‘no tendrán una camiseta, ya para quitarme esto’”, cuenta María Magdalena Silva Rentería, fundadora del albergue, uno de los más grandes para familias migrantes.
Algunos buscan quedarse al menos por un tiempo aquí y, para eso la vía es la solicitud de refugio.
La red de albergues, algunos religiosos, otros de la sociedad civil, están en la misma situación y han duplicado su oferta.
Casa Tochán, con cupo de 30 a 35 personas, está sobrepasada con 70; en la Arquidiócesis hay también más de 70 y cuenta con capacidad para alojar a 30, lo mismo ocurre en la Casa Fuentes, Casa Peña y Casa Constitución, que son locales pequeños con capacidad para alojar de 20 a 30 migrantes.
Para Silva Rentería hay una intención de hacer invisible la situación por parte de las autoridades de migración y del gobierno, que se basan en cifras oficiales inferiores para tomar decisiones, comentó a la prensa. También hay personas con enfermedades respiratorias y que no reciben atención médica.