La institución cultural independiente Discos Corasón cumplió 30 años en abril, a pesar del desdén mediático, ocupado siempre en cositas. Es sabido que la cultura nunca ha sido generada por ningún gobierno. Somos los ciudadanos quienes la hacemos, siempre a pesar de. Lo más interesante de toda cultura de cualquier país siempre está en los movimientos independientes, que nadan a contracorriente y cuyos logros apenas algunos ven, y es el caso de Discos Corasón.
Este Disquero es una celebración de ese trigésimo aniversario: la cantidad de discos interesantes, apasionantes, hermosos que ha acrisolado en tres décadas esta empresa temeraria es impresionante y está a disposición de todos.
Invito a visitar la página web de Discos Corasón. Ahí están todos los discos disponibles para descarga digital y, mejor aún, en disponibilidad de discos físicos en formato cedé, a un precio que resulta prácticamente simbólico si observamos el comportamiento de la industria de la música: 120 pesos. Muchos de esos discos se pueden disfrutar en plataformas digitales gratuitas y de paga, como Spotify, la más socorrida.
El Disquero se precia de haber reseñado muchísimos de esos discos hermosos y de formar parte de esa gran familia de hermanos que es Discos Corasón, a la que pertenecen también, entre legiones, mi carnal Hermann Bellinghausen y esa gran eminencia mundial que es el historiador, mi paisano y jaranero Antonio García de León, de quienes La Jornada publicó hermosos textos en homenaje a Eduardo Llerenas hace un par de días.
La página principal del sitio web de Discos Corasón muestra todas las opciones, todos los discos que se pueden adquirir como descarga digital o disco físico. Hoy me concentraré en un solo ejemplo, que resulta representativo de la exquisitez musical disponible en todo el acervo de Corasón. Se trata del disco titulado Haïtí chérie, cuyo contenido es prácticamente imposible conseguirlo fuera de este sello.
Discos Corasón fue fundado en 1992 y el disco que hoy recomendamos fue publicado en 1993. Reúne a las agrupaciones tradicionales, los ti-bands
(apócope de petite bands) de diferentes partes de ese país. El título completo del álbum es Haïtí chérie. Méringue.
El méringue haitiano es el medio hermano del merengue dominicano, aunque menos energético, más suave y sensual (chenchual).
Eduardo Llerenas fundó Discos Corasón con su esposa, Mary Farquharson.
Eduardo falleció el pasado martes en su casa, en Tlayacapan, Morelos, y al día siguiente expliqué en la nota luctuosa que su principal aportación fue sacar la etnomusicología de la academia y convertirla en algo práctico, de uso común, a través de los discos que conforman toda la colección, que recomiendo toda, todos y cada uno de esos discos. Con su esposa, la también etnomusicóloga inglesa nacionalizada mexicana Mary Farquharson, Eduardo Llerenas logró una epopeya: toda esta inmensa colección de discos que es un tesoro cultural de México.
Eduardo alcanzó a celebrar en abril los 30 años de Corasón y apenas unos días antes de expirar publicó su último texto en el portal imprescindible Desinformémonos. Cerró ciclos. Se fue contento, me explica Mary Farquharson.
Precisamente en una de las entregas de su columna en Desinformémonos, columna titulada hermosamente El Vocho Blanco (el vehículo de mil batallas, en el que viajaban él y Mary), y que escribía a cuatro manos con Mary Farquharson, Eduardo explica la aventura que vivió con sus colegas en 1983, Beno Lieberman y Enrique Ramírez de Arellano, con quienes viajó a Haití para buscar las raíces musicales del kompas direct, el ritmo caribeño que creó Nemours Jean Baptiste en la época de oro del bolero.
“Para mí –escribió Llerenas– el kompas, que abrió paso al frenético kadans de los 90, es uno de los ritmos de mayor creatividad e imaginativa caribeña”. El kadans, o kadáns, es uno de los grandes y mágicos descubrimientos que debo a mi amigo Eduardo Llerenas.
Narra Eduardo que cuando el trío de orates (él, Beno Lieberman y Enrique Ramírez de Arellano), tránsfugas de los quehaceres científicos, descendieron del avión en Haití, pasaron a visitar a la gente del Ministerio de Cultura, quienes los mandaron a un hotel de conocidos suyos, donde no encontramos a ningún grupo con la calidad que buscábamos. Esta historia es conocida por nosotros; pocas veces encontramos a grandes músicos por medio de los canales oficiales, lo logramos más bien buscando entre la gente, escuchando, desarrollando el gusto que nos permite reconocer y apreciar la belleza musical tal como es
.
Lo dicho: la cultura no la hacen los funcionarios de Cultura, la hacemos las personas, a pesar de.
El trío de científicos en vías de desarrollo… de convertirse en etnomusicólogos, reporteó las calles de Haití y encontró en Carrefour, barrio popular en las afueras de la ciudad, la pista de baile de madera del Salón El Lambí, que se extendía hacia el mar, como en un sueño. Allí la gente se perdía en la suave sensualidad del kompas direct, bailando ombligo con ombligo.
La tarde del martes, hace apenas cuatro días, cuando falleció Eduardo Llerenas, escribí de una sentada (maquinazo
, en el argot periodístico) la nota informativa y de inmediato puse a sonar el disco que hoy recomiendo: Haïtí chérie. Méringue, y me la he pasado bailando en mi asiento y siguiendo el compás con una cuchara golpeando el borde de mi taza de café, vacía, porque estoy seguro que a mi querido amigo le hubiera gustado que en su funeral sonara esta música y todos bailáramos y comiéramos y bebiéramos, como lo hicimos juntos durante más de 30 años.
Mi querida colega de La Jornada, Gloria Muñoz, me acercó algunos de los textos que le publicó a Eduardo en Desinformémonos, y de ahí es que extraigo citas para este homenaje y demostrar mi aserto de que él y Mary elevaron la disciplina de la etnomusicología a la condición de obra de arte.
Cito: “El méringue se interpreta por las ti bands, llamados así por ser ‘petit ensembles’ de cuatro a seis elementos, que combinan el banjo con la guitarra sexta y una manouva o bajo, equivalente a la marimba dominicana. Las percusiones incluyen un tambor parecido a la tumbadora cubana; una tarola con un solo platillo: unas chacha o maracas, un güiro de metal y una clave que podía ser una botella del sobresaliente ron haitiano, El Barbancourt que –vacía– se percute con una piedrita o una moneda”.
Lo dicho: atiné al seguir el ritmo en mi escritorio percutiendo mi taza de café, vacía, con una moneda, llena (chiste muy Eduardo Llerenas).
La letra del méringue se basa en temas sobre los héroes locales, la naturaleza y el amor, con unos versos más coloridos o poéticos que otros.
“Los temas más famosos incluyen Ti Zwazo (Pajarito), una historia de amor perdido que grabó Harry Belafonte en los años 50 y que, arreglado como un mento jamaiquino, fue conocido mundialmente como Yellow Bird. Otro tema icónico, que tocaban todos las ti bands es Haïtí chérie, un himno popular a la belleza del país”. El repertorio de varios de los grupos incluía temas del vudú, sacado de su contexto religioso y arreglado para bailarse como cualquier otro méringue.
Nos instruye el docto etnomusicólogo Llerenas: “El vudú es una religión participativa, que busca encontrar el consuelo directamente de los dioses, invocados a descender a la tierra por el llamado de los tambores, sobre todo por el manman que ‘habla’ a los loa, llevándolos hacia la persona que será ‘montada’. Cada toque, más y más intenso, ayuda a que el loa invocado entre más profundamente en la cabeza de la elegida. Cuando lo recibe, será tratada con respeto y con cariño, por haberse convertido temporalmente en divina, hasta que los tambores marcan la salida del loa y la posesión se acaba”.
En el lugar de la ceremonia, por cierto, no había luz eléctrica, de manera que nuestro querido trío de orates grabó el audio usando sólo la batería del coche.
Así lo hicieron durante muchos y gloriosos años en el vocho blanco Mary Farquharson y Eduardo Llerenas, a quien recordamos sonriendo, haciendo juegos de palabras, levantando el vaso de ron y levantándose a cambiar el disco en el tornamesas y a ecualizar el sonido, y todos en su casa seguimos comiendo, bailando, bebiendo.
Así es la vida de Eduardo Llerenas, celebrémosla bailando al escuchar su disco Haïtí chérie. Méringue.
¡Auch!, ¡pinche Eduardo, me pisaste un callo; baila bien, cabrón!