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Evoca Gabriela Ortiz a mentores en melodioso ingreso a El Colegio Nacional

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“He aprendido a expresarme mejor por medio de los sonidos que de las palabras, porque explicar la música implica ir levemente contra su naturaleza”, declaró Gabriela Ortiz en su lección inaugural en El Colegio Nacional. Foto Cristina Rodríguez
01 de septiembre de 2022 10:46

Con altares que ponen de relieve la música y los colores en los oídos, la cultura popular y a sus mentores de vida, la compositora Gabriela Ortiz ingresó a El Colegio Nacional en una ceremonia en la que estableció la convicción de abrir puentes a las manifestaciones más diversas del arte, esa expresión sublime que irradia profundidad, reflexión, filosofía, belleza, abstracción y tanto más. Ahí se encuentra la música, nuestro máximo logro como especie, ese milagro misterioso, intrínsecamente humano que logra transmutarse en un espacio infinito donde el tiempo, sonido y silencio logran unificarse.

Durante su lección inaugural el pasado martes, en el aula magna de la sede en Donceles 104, agradeció su incorporación a una institución generosa, integrada por un grupo selecto de científicos, intelectuales y artistas, aunque, advirtió, como músico he aprendido a expresarme mejor por medio de los sonidos que de las palabras, porque explicar la música implica ir levemente contra su naturaleza. La música no se lee, se escucha.

La lección inaugural de la recién elegida fue respondida por el escritor Juan Villoro, presidente en turno del órgano colegiado, quien afirmó: Esta noche Gabriela Ortiz se convierte en la cuarta representante de la música, se trata además de la primera mujer que ingresa al área de artes y letras; su llegada marca un hito decisivo y anticipa las necesarias transformaciones de este espacio de la ciencia y la cultura.

Después de los discursos, llegó la música, con un concierto en el que se interpretaron cuatro obras de Gabriela Ortiz que describen mejor aquel misterio del arte infinito, que parte de la tradición académica, el folclor y las identidades híbridas. Para culminar la cita nocturna, se hizo entrega de un diploma y un fistol a la nueva colegiada.

Al pronunciar su discurso, Ortiz relató los largos caminos de logros, descubrimientos, las complicaciones intelectuales y emociones que se entretejen y resuelven con la imaginación sonora, así como las cuestiones éticas de su formación y trayectoria. Dedicarme a la música ha sido una forma de entender el mundo, quizá por eso mi obra difícilmente encaja en una estética pura y restringida, pues navega dentro la alta cultura y la cultura popular sin negar un compromiso social y sin depender de él tampoco. Parte de la motivación es ejercer con dignidad y libertad mi búsqueda artística.

Definió que la identidad es todo aquello que podemos llevar a donde vayamos, en este aspecto mi música representa un punto de encuentro entre lo local y lo global, entre la tradición escrita y la oral, entre lo rural y lo urbano. Narró que al estudiar en Londres no encajaba en las corrientes estéticas imperantes, y un profesor le pidió dejar el ritmo y el pulso. Si lo hago es como si me amputara el brazo, defendió, pues su raíz latinoamericana es parte de su ser.

Ejemplo claro de la multiculturalidad es su ópera ¡Únicamente la verdad!, que comenzó cuando vio una trágica y violenta noticia en la revista Alarma y después leyó en el periódico de izquierda La Jornada (28/12/99, como parte de la tradicional broma del Día de los Inocentes) una entrevista (ficticia) con Camelia, protagonista de la sangrienta historia. La confluencia de la obra de género escénico con guiños a la cultura popular le valió una nominación al Grammy.

La mejor comprensión del lenguaje de la música se instaló con la presencia del flautista Alejandro Escuer, la mezzosoprano Carla López-Speziale y Orlando Espinosa en el violonchelo. Tres haikus, con versos de la poeta mexicana María Baranda, de cielos como piedra cincelada, fueron la fuente de esta pieza, que además está dedicada a Mario Lavista y su creación de delicadeza excesiva y refinamiento.

Los espacios del arquitecto Luis Barragán son la inspiración en la siguiente obra para piano, Patios serenos, interpretada por Edith Ruiz. Siguió Estudios entre preludios, en honor a la oaxaqueña Jesusa Palancares, a la mujer de pueblo, luchadora en todos los sentidos.

Finalmente, llegó el turno a Exilio, nuevamente con el flautista Escuer y el cuarteto de cuerdas José White, en el que hace un homenaje a los republicanos españoles que llegaron a México huyendo de la guerra civil, especialmente a tres que dejaron una huella personal en la vida de la compositora: su maestro José de Tapia Bujalance, la científica Lydia Rodríguez Hahn y Julián Escuer Fustero, padre de su esposo.

El momento con la sensación de que algo milagroso e irracional estaba ocurriendo, como expresó Gabriela Ortiz, se transformó en un espacio sereno construido por ritmo, sonidos y silencios.

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