Ciudad de México. La novela Animales luminosos es una historia de amor entre migrantes
y el posible encuentro de dos personas que comparten la precariedad y la ansiedad del recién llegado en el nuevo territorio. Eso es muy latinoamericano
. Así explica el narrador peruano Jeremías Gamboa su obra, publicada por Literatura Random House.
El narrador dice a La Jornada: “Lo ves en los controles migratorios en México, que son muy estrictos para que no llegues a Estados Unidos. Desde que era niño, cuando Juan Luis Guerra tenía el tema Buscando visa para un sueño, en América Latina hemos estado mirando al norte”.
Gamboa (Lima, 1975) menciona que en su segunda novela, que se presentó ayer en México, el amor apareció como un tejido verbal en el que todo tiene referencia a un nodo central: un amor, porque el libro lo pidió así, hecho con las claves de la migración, la apariencia y la máscara, porque el migrante tiene que construir una extensión inexistente de él o de ella en la tierra nueva y eso es una tortura
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En la narración, un hombre de origen peruano parece estar buscando su lugar en Estados Unidos, pero su historia personal lo alcanza y explota una noche. Está en esa lucha constante durante una velada en la que sólo se tiene a sí mismo para enfrentarse a una sociedad que no entiende en absoluto. Ahí sinteticé las angustias que he tenido durante el tiempo que viví en Estados Unidos
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De acuerdo con el autor, Animales luminosos es una novela extraña, pues tiene esa estructura típica del cuento donde hay una segunda historia que va a explotar y va a modificar la primera. La primera es sólo una superficie, pero hay una cosa profunda que, cuando empecé a escribir, apareció como síntoma. El personaje escucha un ruido y ve luces. Hay una sintomatología que probablemente tendrá una revelación
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El también periodista afirma que en “sociedades de Perú, México y Centroamérica hay una sospecha muy grande de la identidad que estás llevando al nuevo país, porque se considera que tiene valencias inferiores. Eso genera una literatura verdadera y excelente sobre discriminación, problemas migratorios y frontera, pero también es una lucha interna, que suele interesarme más, respecto a qué experiencia mía vale la pena aquí, ¿qué partes de mí tienen sentido en el nuevo lugar?
He descubierto cuando me han entrevistado, o por lectores, que ese es un tema que aparece mucho en lo que he escrito: quién soy, de dónde soy. Por mi biografía y mi familia ayacuchana, que se mudó a Lima, estudié en colegios nacionales y luego en uno muy pituco, pijo, fifí. Me ha sido difícil unificar las piezas de mi historia.
Relata que el protagonista careció de nombre en buena parte de la novela y en “algún momento pensé que quizá se llama Américo, podría haber sido así porque había muchas experiencias que se traían de muchos lugares de América Latina, mientras Josefina mixtura muchos lugares de la región. Están hechos de una parte de la memoria. He conocido a personas con esas señas y también construidos con la literatura. Hay experiencia y lectura”.
El escritor menciona que en América Latina han aparecido “literaturas de gran nivel, extraordinarias, que modifican la manera en que escribíamos, que siempre era hombres blancos y sus cosas eran ‘Las Cosas’. En cambio, yo, que soy un hombre racializado, un cholo, tengo que describir mi verdad, lo que me toca decir, pero también sentir la presencia de muchas voces, de diferentes registros, mostrando todo ese mapa complejísimo de la región”.
Sostiene que la literatura latinoamericana es un muestrario muy amplio por la aparición de las voces de las mujeres de la región, voces trans y todas estas diversidades y divergencias, en el que a los hombres nos toca decir pequeñas verdades, pequeños asuntos que son nuestros y que tienen relación con modelos de deconstrucción
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Gamboa adelanta que “al final de mi novela vas a encontrar un punto de conexión con Santiago Roncagliolo y su novela Abril rojo”, ganadora del Premio Alfaguara. La ubica en Ayacucho, donde nació Sendero Luminoso, “una zona muy adolorida de Perú. La hora azul, de Alonso Cueto, que ganó el Premio Herralde, ocurre ahí en parte. De Ayacucho son mis dos padres y son quechuahablantes, es decir, que el tema lingüístico del protagonista de mi novela es un problema heredado.
Ellos migran y pasan por la negociación de cuánto de Ayacucho vale en Lima, sobre todo porque es la capital de Sendero. No era un motivo de orgullo, sino todo lo contrario, tenías que ocultarlo de todas las formas posibles porque si no te terruqueaban (acoso por ser de esa zona), como se dice en Perú. Es el lugar que sella la independencia del continente frente a España, por lo menos de Sudamérica. Es un foco de la literatura bien interesante porque esos libros están relacionados con él y se está pensando mucho el nudo colonial.
Refiere que “el último libro poderoso que he leído en literatura es el de mi amiga Gabriela Wiener: Huaco retrato, una reflexión muy fuerte sobre el nudo colonial peruano, que tal vez tenga correspondencia con el mexicano, este autorracismo, la dificultad para asumir tu rostro, la economía del blanqueamiento que nos atraviesa a todos, en Perú con mucha fuerza y quizá más descarnado”.
Sobre su personaje, Gamboa relata que harto del racismo, el clasismo y la diferencia de su país va al nuevo lugar con una herida que no ha explotado aún, pero que le va a explotar. El país te persigue, te guía, es una sombra, como dice el epígrafe
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