Una cuarta parte de los diputados de la cámara baja del Congreso están en el llamado caucus progresista; algo ni soñado hace unos pocos años. Algunos de los movimientos, sobre todo los renovados por los jóvenes, como Black Lives Matter (y su parte más radical Movement for Black Lives), el movimiento ambientalista, sobre todo en torno al cambio climático, en la batalla por controlar las armas de fuego, como el movimiento por los derechos de los inmigrantes llegaron a ser más grandes y amplios que sus antecesores. Movimientos que se definen como impulsores de cambio político como Democratic Socialists of America, el Working Families Party y otros también tienen dimensiones sin precedente. Mas aún, los que dicen favorecer el socialismo sobre el capitalismo nunca han sido tantos, incluyendo una mayoría de jóvenes.
En los últimos meses se han visto milagros en diversas luchas: la nueva vitalidad del movimiento laboral se expresa en que en sólo unos pocos meses más de 220 tiendas de Starbucks han votado por sindicalizarse, como nuevas luchas en Amazon y diversos sectores de lo que se llama la economía gig
. Hasta unas 30 trabajadoras en un club de caballeros
en Los Ángeles están intentando convertirse en el primer club de strip-tease sindicalizado en Estados Unidos.
En diferentes puntos del país, se intensifican las luchas contra la concentración de riqueza y las políticas neoliberales que han acelerado la desigualdad económica a niveles sin precedente en décadas.
Son esas fuerzas progresistas que son los aliados naturales de sus contrapartes en América Latina y que, a fin de cuentas, están luchando contra esencialmente el mismo enemigo definido como los conservadores, el fascismo, los promotores del neoliberalismo y más. Sin alianza y solidaridad internacional no habrá futuro.
Ante ello, lo que más asombra en esta coyuntura es que parece que estas fuerzas en norte y sur están mas distantes y separadas que en cualquier momento durante las últimas cuatro o cinco décadas.
En parte se puede explicar por el surgimiento de un nacionalismo a veces bastante superficial que simplifica las relaciones internacionales a una sólo entre cúpulas y no pueblos. Para los países del sur, las razones para promover el nacionalismo son obvias dada la historia que todos conocemos y el contexto es defensa o escudo contra el poder estadunidense, europeo o sus empresas trasnacionales. Pero al mismo tiempo, el nacionalismo
de gobiernos o partidos progresistas antimperiales también puede distorsionar o borrar uno de los principios más sagrados de la izquierda: el internacionalismo.
El historiador Howard Zinn, autor de La otra historia de Estados Unidos, entre otros libros, colaborador de La Jornada, y cuyo centenario de su nacimiento es este 24 de agosto, insistía en rescatar la historia de resistencia, rebelión y solidaridad dentro y fuera de esta nación, y por supuesto fue un feroz opositor al poder imperial de su país. En 2005, cinco años antes de su muerte, escribió en La Jornada:
“¿No es el nacionalismo –esa devoción a una bandera, a un himno y a una frontera, tan feroz que engendra un asesinato masivo– uno de los grandes males de nuestro tiempo al igual que el racismo y el odio religioso? Estas formas de pensamiento, cultivadas, alimentadas y adoctrinadas desde la infancia, han sido siempre útiles para quienes están en el poder, y mortales para quienes no lo están”. (https://www.jornada.com.mx/2005/05/20/index.php?section=opinion&article=033a1mun).
La tarea es cómo definir el nacionalismo. Sin alianzas y solidaridad internacional entre las fuerzas democratizadoras del norte y el sur, a la larga no habrá futuro para nadie.
Ani DiFranco, Utah Phillips. The Internationale. https://open.spotify.com/track/4Zli2LtC2tYF83mZQwMpIF?si=b0b890920f1b4b51