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Los conciertos masivos tienen su origen en una generación de jóvenes que protagonizó diversas luchas que alcanzaron su clímax en 1968. Esta generación creó una nueva cultura que le dio una fuerte identidad. Se conoce como contracultura, porque fue una explosión contestataria, disidente, fuertemente crítica de la cultura dominante. Escuchaban folk y rock and roll, géneros que se popularizaron vertiginosamente. De forma inédita, en los países del norte comenzaron a organizarse conciertos y festivales masivos. A finales de los años sesenta hicieron historia los festivales Monterey Pop, Woodstock y de la Isla de Wight. Pero en el México autoritario del PRI, durante mas de dos décadas fue prácticamente imposible organizar conciertos masivos.
Los primeros festivales multitudinarios en México los organizó el movimiento estudiantil de 1968. El movimiento desplegó una intensa actividad cultural. Se cuenta que el 18 de agosto, además de realizar mas de doscientos cincuenta mítines callejeros, el movimiento organizó un festival en Ciudad Universitaria y otro en Zacatenco. En un segundo festival, el 25 de agosto, hubo en la explanada de Rectoría teatro, intercambio de libros, exposición de carteles y tocó Oscar Chávez. Finalmente, el movimiento y su fiesta fueron ahogados a sangre y fuego en Tlatelolco.
Nación Avándaro
El primer gran concierto de rock en México es el Festival de Avándaro, que se organizó en 1971. Se considera el mito fundador del rock mexicano. Fue iniciativa de unos empresarios que organizaron una carrera de autos en Valle de Bravo, relativamente cerca de Ciudad de México, y quisieron complementarla con un concierto. Los organizadores han contado que esperaban unas 7 mil personas. Acudieron 150 mil jóvenes (se ha dicho que hasta 300 mil). Participaron once bandas, entre ellas Peace and Love, Tinta Blanca, Dug Dug’s, La División del Norte y Three Souls in My Mind, que cerró el festival.
Tras Avándaro vino un escándalo mediático por consigna del gobierno. Los medios descalificaron el evento con exageraciones y mentiras. El diario Ovaciones reportó “cinco muertos, quinientos lesionados y mil quinientos intoxicados. Droga, sangre y sexo en el festival”. El Alarma! tituló “Encueramiento, marihuaniza, degenere sexual, mugre, pelos, sangre y muerte.” Al escándalo le siguió una total censura gubernamental al rock y una mayor criminalización de las expresiones juveniles. Se prohibieron los conciertos, la radio se cerró al rock y las disqueras se mostraron muy poco interesadas en grabar a grupos mexicanos.
Avándaro generó también cierta polémica en la izquierda. No quedaba claro si había sido un acontecimiento genuino o, por el contrario, apolítico y con una intención enajenante por parte del gobierno. Lo cierto es que Avándaro ocurrió apenas tres meses después del 10 de junio, cuando Luis Echeverría reprimió nuevamente a los estudiantes, mientras que el propio festival tuvo el apoyo y los permisos del gobierno. El consumo de drogas era una práctica problemática para la izquierda estudiantil, pues tras el ’68 el gobierno fue muy permisivo y promovió la venta de drogas en los centros universitarios. En el festival hubo mucha presencia de la policía y el ejército, y hay bastantes testimonios señalando a la policía como proveedora de mariguana.
“¿Qué es la nación de Avándaro? –escribió Carlos Monsiváis en una carta a Abel Quesada–, grupos que cantan en un idioma que no es el suyo, canciones inocuas, pelo largo y astrología, pero no lecturas y confrontación crítica. Es uno de los grandes momentos del colonialismo mental en el tercer mundo.” Claro que, cuando la carta se publicó, el propio Monsiváis escribió que estaba abochornado “por haber caído siquiera un rato, en el bajo clima del moralismo”.
Atravesando el desierto
Lo que le siguió a Avándaro fue la difícil batalla del rock por encontrar espacios. Y esos espacios fueron los hoyos funky, como los nombró el escritor Parménides García Saldaña. Eran lugares donde se realizaban tocadas muy precarias y sin permisos. Se organizaron comúnmente en bodegas o lotes baldíos y generalmente en la periferia de la ciudad. Los setenta también son los años de las razzias, los chavos banda y los punks. En los hoyos funky se dio un rock crudo y directo que en general se perdió. Un grupo emblemático de esos años fue el TRI. También sonaban Náhuatl, Dug Dug’s, Paco Gruexxo, Javier Bátiz y Enigma. Otros espacios fueron las peñas, lugares reducidos donde se recluyó la música folclórica y la trova.
A finales de los años setenta, el Partido Comunista Mexicano organizó los festivales de Oposición. Su primera edición fue en 1977 y se siguieron haciendo cada año hasta 1985. Estos festivales se volvieron una tradición de la izquierda. Permitieron a un público numeroso ver en vivo a importantes exponentes de la nueva canción latinoamericana. En ese mismo ’85 se organizó además la Gran tocada de rock ¡A ver, a ver a qué horas!, donde se presentaron Enigma, Rockdrigo, Roberto González, Real de Catorce, TNT y Chac-Mol en el Palacio de los Deportes.
Una sociedad que se organiza
Los años ochenta fueron un parteaguas en la historia de los conciertos masivos. El terremoto de 1985, el crecimiento sostenido de la izquierda democrática y de un nuevo movimiento estudiantil, abrirían la puerta a festivales y conciertos autogestivos ante un gobierno incapaz de evitar su realización.
También fue la década del surgimiento de una escena de rock alternativa. Las nuevas bandas se presentaban en lugares como Rockotitlán, Tuttifrutti, el LUCC y Rockstock, entre otros. Estos espacios formaron una escena subterránea muy importante para el despliegue de un nuevo rock mexicano, que canta en español y fusiona múltiples sonidos latinos.
La tragedia del terremoto del ’85 dio paso a un gran movimiento ciudadano en Ciudad de México. Surgió una sociedad civil solidaria y activa que tomó en sus manos la vida de la ciudad en plena emergencia. En ese contexto surge la Unión de Vecinos y Damnificados 19 de septiembre, la UVyD 19, que realizó decenas de festivales y conciertos en plazas públicas. Fueron de pequeño o mediano tamaño, pero relevantes porque fortalecieron los lazos identitarios del movimiento de damnificados y permitieron la participación de artistas que se politizaron en aquella experiencia.
Poco después surgió en la UNAM el Consejo Estudiantil Universitario (CEU). Fue el primer movimiento estudiantil de masas después del ’68 que tomó la calle y recuperó el Zócalo para la protesta de los jóvenes. El CEU enfrentó entre 1986 y 1987 las primeras reformas de carácter neoliberal en la educación y salió victorioso. Entre asambleas y marchas, el movimiento organizó también actividades culturales. En enero de 1987, horas antes de estallar la huelga, los estudiantes organizaron el primer concierto masivo después de Avándaro. Participaron Recuerdos del Son, Banco del Ruido y Cecilia Toussaint.
Es en el movimiento del CEU donde aparece en escena La Maldita Vecindad. Se le recuerda arriba de un camión de redilas recibiendo en el Zócalo a una marcha multitudinaria. En los siguientes años, el CEU continuó realizando conciertos masivos. Descubierta esta capacidad organizativa del movimiento estudiantil y la creciente convocatoria que logran grupos de rock politizados, es que surge una nueva tradición. En los siguientes años otros movimientos estudiantiles también organizarían grandes conciertos. El último fue el movimiento #yosoy132, en 2012.
A principios de los noventa son los Caifanes la primera banda mexicana que logra vender miles de discos y tener una gran cantidad de seguidores. En 1989 logran lo que parece imposible para una banda de rock mexicana: llenar en dos ocasiones el Auditorio Nacional. En 1990 tiene una serie de conciertos muy exitosos junto con La Maldita, Fobia y Los Amantes de Lola, y finalmente en 1993 tiene un lleno total en el Palacio de los Deportes.
El último coletazo autoritario tuvo lugar en 1995. Un concierto gratuito de los Caifanes en la Delegación Venustiano Carranza terminó muy mal. La gran cantidad de gente que llegó y algunos apretujamientos provocaron la intervención desmedida de la policía. Un helicóptero aventó gases lacrimógenos y hubo una redada con más de 150 detenidos. Derivado de eso, el último regente que tuvo la Ciudad decretó la prohibición de conciertos de rock. Afortunadamente eso no duraría mucho.
Finalmente, en los años noventa hace su aparición la industria del espectáculo organizando decenas de conciertos con grupos internacionales. Entre los mas destacados están Bob Dylan en el Palacio de los Deportes y Bon Jovi en Guadalajara, en 1990. El Foro LUCC organiza un maravilloso concierto en Cuatro Caminos con Mano Negra, La Maldita, Café Tacvba y la Lupita. En 1992, cuatro impresionantes fechas de U2 en el Palacio de los deportes, y The Cure llega a Monterrey. En 1993 se presentan Peter Gabriel, Paul McCartney, Madonna y Guns and Roses. En 1994 llegan Pink Floyd y Kiss y, finalmente, en 1995 los Rolling Stones tocan en Ciudad de México. En 1997 viene David Bowie al Foro Sol y en 1998 tiene lugar la primera edición del festival Vive Latino.
Solidaridad con los indígenas
De forma paralela al despliegue de la industria del espectáculo, a partir de 1994, en Ciudad de México inicia un capítulo fundamental de esta historia. El levantamiento armado en Chiapas y la potentísima legitimidad que adquirió, provocaron el despertar de un movimiento de solidaridad. La mayoría de los más importantes grupos de rock mexicano (donde destaca sin duda Rita Guerrero, líder de Santa Sabina), junto con decenas de estudiantes, organizan de forma autogestiva grandes festivales con el objetivo de apoyar al movimiento indígena.
Se recuperan las experiencias autogestivas de los años ochenta. Finalmente, la mayoría de las bandas habían surgido y se habían politizado en esas batallas, pero llevan los festivales a otro nivel de organización. Además, convocan a miles de jóvenes a los que les urge bailar slam y que también quieren manifestarse y apoyar a los indígenas. Pagan sus boletos y acuden con sus kilos de arroz o frijol para las comunidades indígenas.
El primer festival se llevó a cabo el 19 de enero de 1994. Se llamó Rock por la Paz, Justicia, Democracia y Libertad, tuvo lugar en las islas de Ciudad Universitaria y se congregaron unos 30 mil asistentes. En 1995 se organizan cuatro grandes festivales. Destaca Doce Serpiente, que es el festival emblemático de toda esta época. El Estadio de prácticas de CU se toma sin permiso y asisten más de 40 mil jóvenes.
Vale la pena destacar que en estos festivales se participa de forma voluntaria, nadie cobra por su trabajo. Además, no sólo se realizan en Ciudad Universitaria, también en otras escuelas, en el Ángel de la Independencia (en protesta por la matanza de Acteal) y en el Zócalo, donde tuvo lugar un concierto histórico en 2001, Zapata en el corazón, días después de la llegada de la Marcha del color de la tierra. Llegan cien mil personas. Un Zócalo lleno.
Ciudad democrática
En 1997 se realizan las primeras elecciones de jefe de gobierno para Ciudad de México, resultado de muchos años de lucha por la democratización del otrora llamado Distrito Federal. Una mayoría eligió un gobierno de izquierda, lo que permitió llevar a cabo una política cultural propia y comprometida con la ampliación de los derechos y libertades de los habitantes de la ciudad. El primer programa se llamó La calle es de todos. Significó la apertura del Zócalo y otras plazas para las actividades culturales gratuitas. En 1998 se presentaron Celia Cruz en el Zócalo y Silvio Rodríguez en el Monumento a la Revolución, entre otros. Las Siete Tocadas Capitales fue un programa de conciertos de mediano tamaño, que significaron el inicio de la acción de gobierno en la organización de conciertos de rock.
Al inicio, al interior del gobierno hubo resistencias para organizar conciertos de rock multitudinarios. Con el tiempo se disiparon las preocupaciones y en 1999 tiene lugar el primer concierto de rock organizado por el gobierno en el Zócalo: Charly García. Más adelante se organizaría el programa DeFiesta y también el festival Radical Mestizo. Con estos programas se organizan muchos conciertos para todos los públicos. Igual se presentó Manu Chao en dos ocasiones, Café Tacvba y Panteón Rococó, que Thalía, Maná o Paquita la del barrio. Juan Gabriel se presentó en 2000 y 2004, cuando rompió el récord del concierto más largo. Juan Gabriel cantó de forma ininterrumpida durante siete horas. También se presentaron grupos extranjeros como Madredeus, Paul McCartney, Rogers Waters y, más recientemente, Residente.
Cambio de siglo
En los últimos veinte años hemos vivido la completa normalización de los conciertos y festivales masivos de música en Ciudad de México y en otras importantes ciudades del país. Con el cambio de siglo hay al menos dos fenómenos nuevos. El primero fue la aparición de la cultura rave. Aunque los primeros festivales de música electrónica comienzan en la década de los noventa, se vuelve un fenómeno de masas entre 2000 y 2004, cuando se organizó el Tecnogeist y el Love Parade en Ciudad de México.
El otro aspecto nuevo es el surgimiento de mujeres artistas con una gran capacidad de convocatoria. Expresan el crecimiento del movimiento feminista y la conquista de espacios antes dominados casi por completo por hombres. En 2020, en el marco del Festival Tiempo de Mujeres, se presentaron Anita Tijoux y Mon Laferte. Vivir Quintana estrenó ahí “Canción sin miedo”, que se convirtió en un himno del movimiento feminista latinoamericano. Fue la primera vez que la voz
de las mujeres consiguió llenar el Zócalo.
Hoy las organizaciones y los movimientos sociales de masas tienen ganado el espacio público para manifestarse y realizar conciertos masivos y otras actividades culturales. Esto es resultado de importantes avances democráticos. La acción pública debe continuar garantizando la diversidad de propuestas musicales, así como impulsar nuevas para no desentenderse de movimientos culturales emergentes que enriquecen a la sociedad. Por su parte, la iniciativa privada debe abrirse a la competencia para beneficio de los públicos.
Esta historia deja en claro que los conciertos masivos son más que un negocio o un mero entretenimiento. La música nos congrega, necesitamos sentirla, cantarla y bailarla juntos. Por eso fue la sociedad la que reclamó, organizó y finalmente abrió las puertas a estos rituales contemporáneos y es la sociedad la que acude masivamente, cuando apenas suenan los primeros acordes en la plaza pública.