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Talleristas cambian vidas en penales capitalinos

26 de julio de 2022 08:45

Ciudad de México. Su estancia en el Centro Femenil de Reinserción Social de Santa Martha Acatitla por los delitos de lesiones y robo marcó la vida de Dulce Ciete, hoy trabajadora del Gobierno de la Ciudad de México, quien regresó al sistema penitenciario para dar clases de rap, danza africana, hip hop, yoga, talleres de cartonería de catrinas y hasta grafiti.

Por conducto del colectivo ArteArma, que se inició hace más de una década con 30 integrantes y hoy suman 200, de los cuales más de la mitad estuvieron internos, se ofrece a la comunidad la posibilidad de acercarse al arte y convertirlo en un arma para salir adelante.

El objetivo, explicó Dulce, es que los presos expresen sus emociones o sueños con canciones, bailes o pintando paredes, y salgan con ganas de cambiar su vida, como hizo Valeria, a quien el rap la hizo acercarse a los estudios y hasta entrar a la universidad.

Admitió que su regreso al sistema fue difícil, por los presuntos nexos que pude tener con las compañeras en el corto tiempo que estuve, por lo que continuó con sus talleres y en 2010 la invitaron a darlos en el Reclusorio Varonil Norte.

“Les regalaba mi chamba, pero me ofrecieron realizar un acto cultural al final de cada taller, que duraba tres meses, y metía a pintores, fotógrafos, rutinas de rap, breaking y danza”, indicó.

La pandemia, explicó, detuvo esas actividades y las que impartía en la Torre Norte 1 y 2 de la cárcel de máxima seguridad ubicada al lado de dicho reclusorio, pero empezó a trabajar hace seis años en la comunidad de menores infractores.

Ahí soy su camarada, hice clic por mis tatuajes, mi forma de vestir y de hablar; tengo muy buena asistencia a mis clases, donde hasta les hablo de perspectiva de género y adicciones, y he logrado que algunos cambien su forma de ver la vida al salir del internamiento, dijo.

El rap como denuncia

Recordó que una de sus alumnas, Valeria Paola Gómez, ganó un concurso como solista y grupal de rap, género donde la palabra es un arma muy poderosa y por medio de la cual evidenció unas cuestiones con su directora, Lucía María de los Ángeles Morales Rubio.

Ello, dijo Valeria, quien ahora es soldadora y abandonó la comunidad hace cinco años, donde estuvo por homicidio, me significó amenazas y dejar de ver a mi mamá y mi bebé porque critiqué al sistema, que te cosifica y es violento, y el proceso que enfrenté.

Sin embargo, permitió que la Comisión de Derechos Humanos local interviniera y darme cuenta que la libertad es una forma de vivir y la sociedad es muy dura, que evita que quienes cometemos un error podamos reinsertarnos, afirmó.

Lamentó que colectivos como ArteArma, que busca que dejemos ser sólo expresidiarios, estén en el anonimato, aun cuando te ayudan a salir adelante.

 

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