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La odisea de Yunuhen González / Elena Poniatowska

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Aspecto del Desierto de los Leones en San Bartolo Ameyalco. Foto Marco Peláez
24 de julio de 2022 10:22

Ciudad de México. La joven estudiante Yunuhen González nos cuenta: “Vivo en San Bartolo Ameyalco, en la alcaldía Álvaro Obregón. San Bartolo es uno de los pueblos originarios de la Ciudad de México. Muchas de sus calles están empedradas, son estrechas, apenas puede circular un automóvil, aunque los burros con los bidones de pulque caminan cómodamente, lo mismo que los caballos que van al jaripeo. Antes veía rebaños de borregos y algunas vacas, no sé qué les pasó. Ahí hay un manantial que es como un tesoro que los ‘nativos’ del pueblo cuidan con mucho celo.

“El transporte es deficiente. Desde que llegué a vivir ahí, hace 23 años, hay dos rutas: una llega al Metro Viveros y otra al de Barranca del Muerto. La única avenida es de un solo carril para cada sentido. Antes del ‘ boom inmobiliario’, el trayecto de San Bartolo al Metro era, al menos, agradable porque podían verse los árboles de la reserva del Desierto de los Leones, los árboles de las diferentes barrancas de Álvaro Obregón. Cuando iba de camino a la universidad, contemplaba el amanecer, el sol entre el Popo y la Mujer dormida que se tiñen de naranja, rojo y amarillo.

“Hace unos tres años, varios vecinos se unieron para solicitar a la Semovi que metieran rutas de RTP para San Bartolo y Santa Rosa Xochiac porque el transporte que ya tenemos no es suficiente, además de que, como ya le comenté, el servicio es deficiente. La unión y perseverancia de este grupo de vecinos logró que llegara la Red de Transporte de Pasajeros a esta zona de Álvaro Obregón, estos camiones llegan a las estaciones del Metro Mixcoac, Zapata y Tacubaya.

“Cuando salí de la primaria, el pasaje no costaba más de 5 pesos, el boleto del Metro 2 pesos y no existía el Metrobús. Cuando mi mamá nos llevaba a la primaria a veces nos íbamos en taxi porque se nos hacía tarde y era más cómodo para ella transportar así a sus tres hijos; en el camino recogíamos a un amigo para que no se fuera solo. No nos gustaba que mi papá nos llevara o nos recogiera de la primaria porque nos íbamos caminando, se nos hacía lejísimos y muy cansado, aunque él cargaba las tres mochilas. Alguna vez se le hizo tarde para ir por nosotros y mi hermano y yo nos sentamos afuera de una iglesia que estaba junto a la primaria a esperarlo, mi hermano menor seguía en el kínder. Fue la única vez que nos regresamos en taxi a la casa con mi papá.

“Empecé a viajar sola en el camión cuando entré a la secundaria. Salía de la casa a las 6 de la mañana para llegar a la clase de las 7, mis papás no podían acompañarme a la escuela porque trabajaban y tenían que llevar a mis hermanos a la primaria. Con el tránsito de la ciudad es casi imposible ir de una escuela a otra sin quedar atrapado en un embotellamiento, hay familias que sí lo logran, no sé cómo. Por fortuna, nunca me tocó que el camión se descompusiera o que chocara, así que siempre llegué a tiempo a mis clases. El trayecto era por la avenida Toluca, recorría un tramo por donde pasaba el ferrocarril a Cuernavaca hasta llegar a Tizapán, en la calle de Frontera. Ahí estaba la secundaria y también el kínder al que fui, ése ya no existe.

“Hice mi examen de admisión a la UNAM y me quedé en la Prepa 8, en Plateros. Para entonces ya no me daba miedo andar sola en la calle; sólo me sabía el camino de mi casa a la escuela. Para ir a la prepa, mi papá me enseñó la ruta que él conocía, como para seguir sus pasos porque estudié en su misma secundaria y eso lo entusiasmó, aunque él escogió una vocacional. Ahora, mi trayecto es de Camino viejo a Mixcoac hasta llegar a la Liga Maya, no tan lejos del Metro Barranca. En esa ruta también podía ver los árboles, eso me gustaba mucho y se me quitaba el sueño que aún tenía. En Las Águilas, el tráfico no me parecía tan pesado (hay casas con fachadas bonitas) hasta que empezaron a construir la Supervía Poniente. Derribaron miles de árboles, fue una tristeza. Empezó también la construcción de decenas de edificios de departamentos, muy altos. El paisaje ya no es verde.

“Álvaro Obregón se convirtió en un caos. A raíz de tantas construcciones, las vialidades se colapsaron, los trayectos de 40 minutos se hicieron de una hora y hasta dos para llegar al trabajo, se complicó el suministro de agua en la zona. Sé que sucedió lo mismo en Coyoacán y Benito Juárez, por ejemplo. Los grupos inmobiliarios compraron casas y terrenos de reserva ecológica para ‘aprovecharlos’, pero creo que no hicieron un estudio adecuado de la zona.

“Con este problema aún vigente, tuvimos que salir más temprano de nuestra casa, no sabíamos cuándo nos iba a tocar un camión de carga o una mezcladora atravesada en la avenida para instalar las tuberías del drenaje.

“Siempre he dicho que llegando a San Ángel o al Metro ya no me cuesta trabajo desplazarme por la ciudad, lo difícil es ‘bajar’ del pueblo. Decimos bajar porque es lo que literalmente hacemos, San Bartolo Ameyalco es parte de un cerro, por eso es difícil que en temporada de lluvias se inunde, toda el agua corre hacia las barrancas, lo que sí puede suceder es que haya desgajamientos o que la corriente se lleve a alguna persona, que sí ha ocurrido.

“No sabía transbordar en el Metro y mucho menos usar el tren ligero hasta que entré a un empleo de verano en el Instituto de la Juventud. Era un programa en que los chavos reforestarían algún parque o reserva ecológica, también pintamos bardas y levantamos basura. Me gustó porque me permitió conocer más la ciudad y aprendí, ahora sí, a desplazarme sola. Antes de eso, yo no sabía que se podía llegar en camión a Tres Marías, tampoco cómo llegar a Xochimilco; aprendí a ir al estadio Azteca y al Country Club, descubrí los diferentes caminos para regresar a mi casa. Todo eso me dio independencia en el sentido de que ya no tuve que pedirles a mis papás o a mi tía que me llevaran. Dice mi mamá que me hice pata de perro y tiene razón.

“Pero todavía me faltaba algo: saber moverme en el Centro de la ciudad. Me parecía un monstruo o un laberinto, pero ya sé que no. Conocí a Carmen de la Guardia, la vestuarista del grupo de danza al que me integré hace casi 15 años. Ella me llevó a conocer el Centro, me dijo: ‘Que no te vean que tienes miedo porque eso llama la atención, tú camina segura.’ La acompañé varias veces a comprar telas para hacer los trajes. Recorrimos Venustiano Carranza, Jesús María, Correo Mayor, República de Uruguay, República del Salvador, Moneda hasta que me dijo: ‘De aquí ya nos regresamos porque empieza Tepito’. Recordé lo de caminar sin miedo y ahora voy y vengo por el Centro como si fuese mi casa.

He tenido mucha suerte al estudiar y trabajar más o menos cerca de mi colonia. Cuando mucho, tomo dos camiones para llegar al trabajo y eso porque hay tráfico y me tengo que bajar y tomar otro camión, lo malo son los aumentos del pasaje. Trabajo cerca del Metro Miguel Ángel de Quevedo, el rumbo es muy bonito, me queda muy cerca Ciudad Universitaria y Coyoacán; a veces me voy a Mixcoac para comer en el mercado. Me gusta mucho caminar. Si voy más lejos, el Metro es la mejor opción; el Metrobús me gusta cuando tengo ganas de ir viendo la calle, es un buen transporte aunque aún no conozco todas sus rutas.

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