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Una ciudadana de la Roma antigua
Cuando nos conocimos, Nélida Piñon (Río de Janeiro, 1937) expresó su fascinación por el antiguo mundo romano, plasmada en diversos libros. Me dijo: “De cuando en cuando imagino que soy una ciudadana romana en la época de los césares. Pienso en las efigies. Como escribí en una ocasión, he vivido desde la infancia épocas pretéritas, fundacionales.” Creadora de una imaginación exuberante e histórica, Piñon –una de las más trascendentes escritoras en lengua portuguesa y en el panorama de la literatura mundial– es miembro de la Academia Brasileña de las Letras y de la Academia de Filosofía de Brasil. También pertenece a la Academia Mexicana de la Lengua. En Una furtiva lágrima escribió: “A cualquier hora, en especial al caer la noche, suelo aguzar la imaginación. Gracias a este ejercicio, es fácil ver los Campos Elíseos más hermosos de lo que suponía, bajo la mirada que me brinda Virgilio, o incluso Eneas en busca de su padre, Anquises. Más tarde la propia imaginación deshace la visión del Hades. Sufro un duro golpe, pero me consuela perpetuar en el recuerdo a los seres queridos que ya se han ido. Aún me queda la ilusión de zafarme del infierno que el ilustre florentino concibió. De mirar a salvo el firmamento poblado de estrellas y quimeras.”
Piñon aseveró: “Escribir es lo que sé hacer. Narrando me introduzco en la corriente sanguínea de lo humano, y de ese modo me aseguro de poder seguir contando los minutos de las vidas ajenas. Pues nada debe olvidarse ni dejarse a la intemperie. Hay que extraer la historia de los sentimientos a partir de la perplejidad que sintió el hombre cuando, en la soledad de la caverna, encendió el primer fuego.”
Es autora, entre otros libros, de La república de los sueños, Voces del desierto, Aprendiz de Homero, Corazón andariego, Libro de horas, La camisa del marido, La épica del corazón, Una furtiva lágrima y Un día llegaré a Sagres, publicados en español. En esta entrevista inédita, la escritora habló sobre el exilio, la orfandad, “la narrativa eterna” y el sentido de salvaguarda de la literatura. La conversación tuvo lugar en los imponentes jardines de una bella ciudad latinoamericana.
–En Libro de horas escribió sobre una estancia en Nueva York: “No soy turista, soy una exiliada. No propiamente de la urbe, sino de mí misma.” ¿Qué significa ser una exiliada de sí misma?
–Me encanta la frase que usted cita. Mi exilio
no se trata de cortar las relaciones con el mundo. Quizá sea una exiliada que considera que el sitio donde se encuentra es el epicentro del mundo, aunque no te olvides de tu patria, de tu hogar, de tu origen, de tu cuna, pero está muy bien que te puedas sentir de cuando en cuando exiliada. Te confiere una cierta modestia hacia la vida. Para mí la patria es un sitio que amo. Pero me encanta el mundo, me encanta pensar que estoy en Nueva York como si estuviera en la Roma antigua. Me fascina estar en todos los sitios, siempre con el instinto de defensa de la humanidad y de los valores civilizatorios.
–En el Libro del desasosiego, Fernando Pessoa escribió: “Mi patria es la lengua portuguesa.”
–Es una gran frase. La dije de una u otra manera cuando era muy joven, antes de leer a Fernando Pessoa. La lengua de alguna manera definió mi manera de estar en el mundo. Soy de origen inmigrante. Entonces el amor al idioma portugués me dio el sentido de pertenencia, tomando en cuenta la cultura gallega, pero la lengua portuguesa fue un encuentro profundo para mi alma. Pienso que la lengua dice quién soy. Y recurro a ella en los momentos alegres y en los infelices.
–En los cuentos “La mujer de mi padre” y “Para siempre”, incluidos en La camisa del marido, aborda la muerte del padre y de la madre. Y Libro de horas está dedicado a la memoria de su padre, al igual que La república de los sueños. ¿Qué significado le da a la orfandad literariamente?
–Es muy importante que usted se refiera a la orfandad literariamente. Yo no me siento huérfana. Me siento hija del mundo iberoamericano. Publiqué La épica del corazón –cuyo título original es Filhos da América [Hijos de América]–, libro en el que viajé a diversos orígenes de nuestro imaginario colectivo. Tuve la suerte de descubrir la cultura desde muy temprano. La necesitaba para tener energía y fuerza. Desde siempre me siento parte del mundo. Terencio, el gran romano, decía: “Nada humano me es ajeno.” Yo me esfuerzo por repetir y creer en esa sentencia.
–“La muerte es nuestra mayor enemiga, y, si
no la conocemos suficientemente, ¿cómo podremos enfrentarla?”, escribió en La república
de los sueños. ¿Cómo contrasta la muerte y la literatura?
–Escribo celebrando la vida, trayéndola a la memoria, descartando el mundo que se pierde si no estamos atentos. La literatura tiene un sentido de salvaguarda porque no podemos perder lo que hubo a lo largo de la historia. Eres responsable de tu genealogía. Entonces la muerte está presente en todo. Lo mismo ocurre cuando no hablas de la muerte. Sabes muy bien que todo fenece, que todo se va aniquilando con el tiempo. El arte parece pronunciar: “escribe porque con la escritura ganarás más tiempo de vida.” Quién sabe si un texto que quede en la gaveta puede ser la prueba de tu existencia, que ha seguido un joven del futuro. La muerte es un componente de la vida, sobre todo cuando piensas en su significado y se avecina a través de la edad.
–Aprendiz de Homero reúne veinticuatro ensayos en los que reflexiona sobre literatura. Homero, Machado de Assis y Cervantes son algunos escritores que examina. Y dedicó La camisa del marido “A Machado de Assis, maestro de todos.”
–Nadie lo había hecho antes. Se me ocurrió dedicarle a Machado de Assis La camisa del marido en un instante luminoso de mi vida. Imaginé a una palomita que me hablaba: “Nélida, hágalo.” Le contesté: “Yo lo hago.” Obedecí a la palomita. Machado de Assis es mi pasaporte brasileño. En la Academia Brasileira de Letras –donde fui electa en 1989 y que presidí de 1996 a 1997– hay un busto de Machado. Desde que ingresé a la academia, yo me detenía y muy discretamente hablaba con él. Era una ceremonia. Nunca lo tuteé. La gente no se daba cuenta por mi discreción. Pasaron los años. No sé en qué momento comenté: “Yo hablo con Machado.” Entonces establecí un hábito entre los jóvenes: les digo que hay que fotografiarse cerca de él. Es un privilegio. Machado de Assis eternizó a Brasil en su obra. Explica quiénes somos. Su funeral fue extraordinario. Ya lo consideraban el mayor escritor brasileño vivo. Murió bajo esta rúbrica. Se consagró en vida en un país en el que no se leía. La élite ya lo consideraba un gran escritor, un genio, sin duda.
–También reflexionó sobre la importancia de Homero y de Cervantes.
–Homero resulta esencial para mí. Me encantaría invitar a Homero a comer garbanzos, una feijoada a mi casa. Yo le serviría con mucha elegancia, con mucho cariño. Cuidaría de Homero en mi hogar. Sobre Cervantes he dicho que alcanzó la plenitud de su lengua y que expuso todo lo que compete al ser humano. Por ejemplo, la Constitución y los derechos humanos están dentro de Cervantes. No hay un ser humano que no esté encerrado o inspirado de alguna manera en Cervantes y en Don Quijote.
–¿Cuál es el origen de su fascinación por Las mil y una noches, reflejada en Voces del desierto?
–Es el sentido de la narrativa eterna. Se empieza a escribir después de la oralidad. Uno empieza a contar. Porque la escritura viene de esa oralidad extraordinaria. En tu casa, en la cuna, escuchaste historias. Mi madre fue mi Scheherezade. La historia tiene una continuidad tan importante –fundacional– como la vida humana. Mientras estemos aquí, vivos, tenemos que seguir adelante con la narrativa. Elegí a Scheherezade porque Voces del desierto es un homenaje a la imaginación. Recurrí a Oriente Medio. Elegí deliberadamente a la gente del desierto que contaba historias. Todo es precario pero la voz no lo es. Había un desprecio por el pueblo de la plaza que contaba historias. Scheherezade enseña al dueño del poder, al Califa, que la historia, la narración, es más importante que las construcciones de piedra.
–¿Cómo es su proceso creativo?
–Mi proceso creativo no es fijo porque con la edad cambias mucho. No es que tengas más o menos paciencia. Tampoco significa que aciertas mucho más. Sigo con una constancia. Es hacer muchas versiones de la misma historia para buscar una posible, mínima, perfección. Se trata de buscar aquello que la frase de verdad quiere contar. Pienso que la frase tiene una historia. Para sentarme delante de la computadora tengo algunos procedimientos narrativos organizados. Sobre todo pongo a prueba –y eso no ha cambiado con los años, con la experiencia–, como si fuera un examen, el nivel del lenguaje. Es como si el lenguaje tuviera fiebre y yo quisiera valorar la calentura para definir qué reimaginación nguaje voy a utilizar en el libro. Cada libro tiene una manera peculiar de contarse en términos de la lengua.