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La feria de las flores del parque de la Bombilla / Elena Poniatowska

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Desde 1857, los vecinos de la alcaldía Álvaro Obregón se reúnen para poner sus tendidos de flores. Foto Pablo Espinosa
17 de julio de 2022 09:25

Ciudad de México. La Feria de las Flores es una tradición en el parque de la Bombilla desde hace 165 años. Primero una macetita con la más humilde de todas las flores: la margarita.

En este 2022, para nuestro gusto y sorpresa, el empedrado en torno al monumento a Álvaro Obregón volvió a cubrirse de puestos y de toldos que protegen macetas de flores. Me pareció que los vendedores sonreían tanto o más que sus productos. Además, se apersonaron señoras comideras que ofrecían moles verdes y rojos, así como grandes ollas de pozole que bullen de alegría. Fue un gusto oír risas que no se oyeron durante dos años porque la sonrisa de los niños de la pandemia quedó tras la puerta de su casa.

Desde 1857, el presidente Ignacio Comonfort declaró la fiesta anual de las flores. Desde entonces, los vecinos de la alcaldía Álvaro Obregón se reúnen para poner sus tendidos de flores y hasta de matas de maíz como hicieron sus bisabuelos y sus tatarabuelos. Recuerdo que hace años, Alejandro Aura dio mucha vida a la feria al subir a una tarima, bailar, cantar, decir poesía y ayudar a los expositores a vender sus jabones de olor y sus aguas floridas.

Recuerdo que una señora que vendía miel de abejas lo cubrió de bendiciones porque él le ayudó a vender. Más que ningún otro artista, Alejandro Aura hacía cosas inesperadas. Esa tarde se puso a vocear entre cabriolas y paso de baile: Miel, miel de abejas, puritita miel en penca; cambie sus penas por miel, échele miel a sus sueños.

Pregunte, sin compromiso

Ahora, en julio de 2022, una marchanta muy activa no pierde de vista a posibles compradores y levanta una maceta de geranios.

–¿Han vendido muchos geranios este año, señora?

–No nos podemos quejar, aquí nos va bien –explica detrás de su cubrebocas–. Quién nos vea desde el cielo, ha de sorprenderse al mirar nuestros tapabocas entre flores que nadie puede oler.

Una vendedora le dice a todo el que se acerca a su puesto: Lo que le agrade, pregunte sin compromiso.

Me maravilla ver la eclosión verde que te quiero verde de unas lechugas que provienen de Xochimilco. Lechugas hidropónicas, dice el letrero frente a tanta hoja desmelenada y apetitosa. De una estructura de tubos de PVC, surgen otras lechugas más pequeñas e igualmente risueñas. Todo lo que está a la vista lo vendemos: corazones de lechugas, lechugas crecidas, betabeles hidropónicos, semillas de cempasúchil, jitomates y rábanos.

Más adelante, una mesa logra que todos nos detengamos. Sobre ella se levantan altos ramos de flores de pétalos blancos tan frágiles que parecen papel de China. El vendedor explica: Esta flor se llama lunaria. Nosotros la cosechamos, tarda siete meses en crecer, después la limpiamos de sus pecados, esperamos dos meses y hacemos los manojos o los adornos como el que está usted viendo. Todo lo hacemos nosotros. Por ejemplo, el florero ese flaquito cuesta 250 pesos y el grande 2 mil.

La señora Luz María cuenta a Yunuhen González: El fin de semana sí hubo mucha gente y vendí. Estoy contenta porque gracias a Dios ya estamos aquí otra vez.

Lo que guste, clienta; esa se llama Garra de Oso, es de sombra. El Belén está a 40 pesos, el color que le agrade. Nos vamos el sábado 16, el día de la virgen del Carmen, el último día de la feria recogemos todo. ¿Usted vive por aquí? Algunos compañeros se quedan hasta el día siguiente a ver si venden todo. Aquí estamos para servirle, madre.

En la Ciudad de México, en 1942, cuando mi hermana y yo llegamos a este país, una revista de Estados Unidos, quizás el National Geographic proponía que los jóvenes sembráramos Victory Gardens (jardines de alimentos) para ganar la guerra.

Como mi papá se quedó en el frente y mis primos mayores se fueron al combate (Marie-André Poniatowski murió en Holanda) sembré un Victory Garden en un rincón del jardín de La Morena 426, en la colonia del Valle.

Entre los compradores y los paseantes nadie recuerda a Álvaro Obregón, asesinado el 17 de julio de 1928 en el momento en que se llevaba a la boca su cucharada de sopa. Ese crimen no amedrenta a nadie porque varias señoras comideras, muy quitadas de la pena, ofrecen caldos y moles en una mesa larga.

Al ver mi pelo blanco, una hierbera me tiende un manojo de distintas hojas y dice con voz de mando: Hágase su té. Tengo para la diabetes, la presión, los riñones, el insomnio. También gotitas para los nervios, todo es natural. Mire mis cremas: son superhumectantes y muy buenas para sus manos; tienen cuatro aceites que le ayudan con la piel seca. También tengo el champú contra la caída del cabello y esta pomada buenísima para los dolores de espalda, cuello, rodillitas... Huélala, clienta, sin compromiso. También hago acupuntura, aquí mismo le puedo poner las agujas o voy a su domicilio, si no le gustan las agujas, tengo este cinturón antiestrés... Con 20 minutos que se lo ponga queda usted como nueva. Aquí la esperamos, madre.

 

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