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Los jornaleros de 'berries' no escapan a la explotación en el agro

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Traslado de trabajadores en San Isidro Mazatepec. Foto Arturo Campos Cedillo
05 de julio de 2022 09:29

En esta segunda entrega toman la voz los trabajadores, que son los que dan vida a estos frutos que dejan miles de millones de dólares, principalmente, a un puñado de empresas. Es innegable que los nuevos plantíos han mejorado los salarios, pero aún falta mucho por corregir, pues las jornadas extenuantes y las condiciones poco favorables continúan latentes; sin embargo, la gente, sin mejores opciones al alcance, parece resignarse. Un equipo de La Jornada viajó varios días por esa región para contarlo.

 

Jocotepec, Jal., Son las 10 de la mañana en una cafetería de Nueva York. Ahí, una persona desayuna un tazón ayurvédico de quinoa con frambuesa y zarzamora, de 10 dólares. Las berries ayudan a retrasar el envejecimiento, le han dicho. Al mismo tiempo, pero a 4 mil 200 kilómetros de distancia, en un campo de frambuesa de Jalisco, un jornalero se sienta sobre el pastizal para almorzar un Gansito con Coca-Cola para recuperarse de tres horas de arduo trabajo y recargar energía para continuar hasta que el sol desaparezca.

La insaciable demanda de Estados Unidos ha llevado a que México se convierta en el tercer mayor productor de berries del mundo. Jalisco, en concreto, produce 60 por ciento de las bayas que se envían a dicha nación. Este auge, según cuentan los mismos trabajadores de los campos, ha traído beneficio a la región y a sus mismas familias, pues el salario es “un poco mejor”; y aunque su cuerpo refleja el cansancio de las que ellos describen “jornadas de sol a sol”, sus palabras sólo expresan resignación.

En la margen suroeste del lago de Chapala, en Jocotepec, Jalisco, existe un pequeño malecón con un parque arbolado, que es el punto de reunión de familias y jornaleros de campos agrícolas que los fines de semana llegan a ver el atardecer bajo el arrullo del tenue oleaje y la brisa.

En ese lugar, con el sol a punto de caer, están sentados en un tronco cuatro trabajadores de campos de berries que, a pesar de tener al alcance esta fruta que “retarda el envejecimiento”, sus cuerpos delgados, casi en los huesos, y profundas ojeras, que enmarcan miradas cansadas, reflejan la dureza de toda una vida de trabajo en el campo.

Es sábado, hoy se acaba temprano la chamba, dice Juan mientras sostiene una lata de cerveza en la mano. Es jornalero en la comunidad El Zapote, aunque por seguridad prefiere omitir el nombre del rancho en el que trabaja.

Con voz pausada y la mirada baja, comparte su experiencia en los campos de berries; “es la mejor chamba que se puede encontrar aquí”, y añade inmediatamente: “todo el año hay jale, a la semana ganamos mil 800 pesos, en otros lados es menos, aunque el dizque sindicato nos quita mucho dinero y también eso del seguro; cuando hay cosecha es lo bueno, por lo menos sacas unos 4 mil extras a la semana; yo en la pisca soy rebueno, lleno unas 270 cubetas, hay meses que me gano hasta 30 mil pesos, aunque sólo es una temporada”.

En el interior del país a la recolección de la cosecha, sobre todo de granos y frutos, se le conoce como pisca. En el caso de las berries es una actividad extenuante, pues los jornaleros, la mitad de ellos mujeres, se introducen en túneles tapados con lonas blancas que sirven para proteger a los frutos del sol, por lo que, si bien también evitan que los trabajadores reciban los rayos directos, hay temperaturas de hasta 40 grados.

Los piscadores, como se les conoce a los recolectores, no sólo deben aguantar ese calor, sino que, para protegerse de la resolana y los químicos que se concentran, es necesario llevar siempre una sudadera de manga larga, cachucha y de preferencia un pañuelo mojado tanto en la frente como en cuello.

“Es una chinga estar ahí adentro, si bien comido sientes que te desmayas, ahora imagínate otros que ni pueden comer. Hay muchos que no aguantan y se desmayan ahí adentro, sobre todo muchas mujeres, que por querer ganar más trabajan desde la mañana hasta que se hace noche”, dice sobre lo duro que es laborar en el campo.

“Hay patrones que no te dan chance de comer, por eso yo siempre les digo que está bien, entro a las 6 o 7, como quieran, pero a las 10 hay que parar para echar un taco, aunque sea una Coca y un Gansito. Le sigo chingando y a las 2 o 3 unas tortillas con frijoles y ahora sí, si quiere aguanto hasta las 9, pero sin comer no, así no se puede, es lo que les falta a muchos, exigir que les den chance de andar bien comidos”, añade Juan.

La temporada de cosecha es la oportunidad que tienen los trabajadores para incrementar sus ingresos, pues regularmente su salario semanal es de entre mil 700 a 2 mil pesos; sin embargo, de acuerdo con testimonios de trabajadores y productores, la pisca les puede dejar ingresos adicionales de 4 mil pesos en promedio.

Según diversos testimonios recogidos por La Jornada, cada cubeta que llena un trabajador, de aproximadamente 30 centímetros de largo, es pagada a 3.5 pesos. En promedio, un piscador llena entre 150 y 200 cubetas, aunque hay algunos más hábiles como Juan, que de sus 35 años de vida, dice que lleva casi 20 en el campo.

Toño es otro jornalero de la región que parece aún no llegar a los 30 años, él se dice contento con su trabajo, porque además de que el salario es bueno, también tiene seguridad social. Y aunque el trabajo es “muy pesado”, añade, “deja para comer. Aquí hay chamba, tanta que hasta vienen de otros estados, el que no tiene para comer es porque es güevón”.

Cerca está Miguel, un peculiar jornalero, es californiano de origen mexicano que no rebasa los 20 años de edad y apenas habla español, dice haber venido a Jalisco a “vivir la experiencia mexicana”. No se queja, dice que el trabajo es duro, muchas veces agobiante, pero de eso se trata, de conocer la tierra de sus padres y reconocer sus raíces en el trabajo del campo.

No tiene planes específicos, pero por ahora está en México para que sus familiares le enseñen todo lo que saben del campo y luego regresar a EU a aplicarlo.

Otro caso es el de Manuel Herrera, capataz del rancho Los Mangos, cuenta que los jornaleros tienen horarios de 7 de la mañana a 4 de la tarde, aunque los sábados salen a las 2 y los domingos no se trabaja. “Eso cuando no hay cosecha, porque trabajo todo el año, hay que armar los túneles, limpiar el campo, dejarlos limpios. Cuando se pisca es distinto, si hay mucha fruta la gente se va muy tarde”.

En Teuchitlán, en la zona arqueológica de Guachimontones, en la que destacan las únicas pirámides circulares que se conocen en el mundo –construidas 100 años antes de la era cristiana–, María, una mujer que integra el grupo de vigilantes que cuidan los singulares edificios prehispánicos, se aburre y bosteza cumpliendo su turno de ocho horas.

“Aquí uno tiene que estar batallando con los turistas, con los visitantes, muchos son muy majaderos cuando les pedimos que no se sienten en las escalinatas, que no se suban a las pirámides. La verdad prefiero el campo, es más duro el trabajo, pero ahí uno es más libre, a campo abierto, ahora con la llegada de las plantaciones de berries, gana uno un poco mejor y, como aquí, tienes todas las prestaciones”, dice.

“Además a una como mujer le va mejor, somos mejores en el corte de la frambuesa, más delicadas, no lastimamos tanto la fruta. Los patrones nos prefieren. Y en época de cosecha ganamos más”, agrega.

¿Una retribución justa?

Datos proporcionados por Juan José García Flores, presidente de la Asociación Nacional de Exportadores de berries, señalan que la industria da empleo a alrededor de 420 mil personas en todo el país, aun así, dice, en la época de cosecha hacen falta piscadores, por lo que en el caso de Jalisco, hasta 60 por ciento de jornaleros recolectores son de estados del sureste del país.

El auge de las berries, dice, es tanto que hay empresas que, pese a traer de otras entidades, les falta entre 8 y 10 por ciento de los trabajadores. “En las berries hay trabajo todo el año; antes los salarios promedio eran de mil 800 a la semana, ahora ya son de 2 mil, además, somos ejemplo en equidad de género, pues 50 por ciento son mujeres. Aquí lo más peligroso es que les pique una abeja si son alérgicos”.

García Flores también asegura que todos los trabajadores laboran jornadas de ocho horas, y si llegan a hacer más tiempo, se les pagan horas extras.

Cuestionado sobre si los jornaleros reciben un pago justo y digno por lo duro de su trabajo, el presidente de la Aneberries dice: “Se cumplen las normas conforme a la Ley Federal del Trabajo, hay un salario arriba de los mínimos, se trabaja en la mejora, pero creo que muchos tienen un salario más que digno”.

La población dice que trabajar en los campos de berries significa un mejor ingreso, pues los 8 mil pesos mensuales que ganan son mejores a los 5 mil que se perciben en otros rubros, como el maíz o la caña. Aunque esto aún esté muy lejos de los 30 mil pesos que ganan los trabajadores en EU por el mismo trabajo pesado. Al final, la vida en el campo se reduce a las palabras de Juan: “Es la vida que nos tocó vivir, una de chingarle de la mañana a la noche, no nos queda más que darle para adelante, y cuando se puede echarnos una chelita o hasta un toquecito para aguantar la chinga”.

 

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