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El concepto estratégico y los muertos / Beñat Zaldua

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Jefes de estado integrantes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se reúnen en Madrid, España, el 29 de junio de 2022. Foto Ap
02 de julio de 2022 10:53

Madrid ha estado estos días tomada por la OTAN, literalmente invadida. Las principales arterias de la ciudad han estado cerradas y las autoridades han pedido a todo el que pueda que teletrabaje. El alcalde ha asegurado que la cumbre de la Alianza Atlántica dejará en la ciudad una lluvia de millones, de esas que uno nunca sabe a quién mojan, mientras lo cierto es que hay vecinos que ni siquiera han podido cruzar la calle debajo de su casa. Madrid condensa estos días todo lo que es la OTAN: un temor que se rearma a costa de inflar presupuestos para combatir problemas que, en gran medida, ella misma crea.

La frase original es del Centre Delàs, aunque bien la podría firmar la rama grouchista del marxismo: La OTAN es la mejor solución a los problemas provocados por la misma OTAN. En realidad, no es tanto ni tan calvo. Achacar a la OTAN toda la responsabilidad por la invasión rusa de Ucrania no deja de ser una absolución inmerecida para Putin, de quien tampoco puede aceptarse el derecho a hacer lo que quiera en lo que considera su patio delantero. Por otro lado, es el ataque sobre Ucrania lo que ha convertido en inevitable un rearme europeo que Trump no había logrado.

Pero es un marco como el de la OTAN, que no sirve más que para supeditar la política exterior europea a los intereses de EU, el que impide una relación de vecindad razonable entre Moscú y Bruselas, que es la que debiera interesar a la UE en tiempos críticos para materias primas que faltan en el viejo continente y abundan en la tundra siberiana. Entramos en una época de escasez global en la que los grandes productores de materias primas pueden, jugando bien sus cartas, tener la sartén por el mango.

Si un experto en geopolítica llegase hoy a la Tierra desde quién sabe qué planeta, preguntaría con razón a los europeos qué carajo hacen ligando su futuro a EU. La OTAN fue una renuncia a la soberanía europea desde el principio de los tiempos, pero lo acordado estos días en Madrid, en plena decadencia –interna y externa– estadunidense, es de juzgado de guardia.

Concretamente, la OTAN ha aprobado en Madrid un nuevo concepto estratégico, que es como la organización llama a la hoja de ruta con la que cada década calibra y ajusta sus objetivos. En él, además de ahondar en una idea cada vez más amplia de defensa–la cual permite extender la activi-dad de la alianza militar en sectores de lo más diversos–, los ideólogos de esta cosa dibujan un mundo competitivopeligroso y lleno de amenazas en el que sólo un estúpido renunciaría a armarse hasta los dientes. Rusia pasa de socio estratégico a la amenaza más directa y significativa; mientras China, que apenas aparecía en el horizonte, se convierte en un desafío sistémico.

Es muy difícil entender porqué Europa se ata de pies y ma-nos en la que se anticipa como la gran pugna de las próximas décadas, lleve o no razón la profecía de Tucídides, un viejo griego que decía que el choque militar es inevitable cuando una nueva potencia desafía el equilibrio existente. La historia lo desmiente parcialmente, pero Tucídides vive días de gloria.

El caso español es más incomprensible, si cabe. En un giro inesperado, el presidente Pedro Sánchez apoyó en marzo la posición de Marruecos en el conflicto saharaui, renunciando a sus deberes como antigua potencia colonial y acabando con décadas de ambigüedad. Se alineó así con la posición inaugurada por Trump y seguida por Biden, y provocó la ira de Argelia, principal suministrador de gas natural. Al menos hasta mayo, mes en el que, por vez primera en la historia, EU se convirtió en el principal exportador de gas al Estado español. No es cuestión menor.

El saldo de la maniobra española queda más o menos así: se traiciona la justa demanda del pueblo saharaui; se tensan relaciones con un socio estratégico como Argelia; se prioriza el gas licuado estadunidense, más caro y menos ecológico –ya que recorre por barco al menos 7 mil kilómetros–, frente al ducto argelino, que apenas recorre 750 kilómetros; se complican las relaciones con los socios de gobierno y de investidura del PSOE –Podemos y los soberanistas vascos y catalanes–; liga su política exterior y de defensa a la voluntad de Washing-ton –dos destructores más tomarán el camino de la base de Rota–y se externalizan las labores fronterizas, que quedan en manos de Marruecos.

Y la monarquía alauita no es una campeona de los derechos humanos, por decirlo deportivamente. Al menos 37 personas muertas e imágenes dignas de los peores episodios de la humanidad dejó la represión del intento de entrar en Melilla que centenares de migrantes realizaron hace una semana. La Guardia Civil española colaboró y Pedro Sánchez aplaudió el sudor de la gendarmería marroquí contra las mafias internacionales. Apenas cinco días después, en su nueva doctrina aprobada en Madrid, la Alianza Atlántica calificó de desafío la evolución de las naciones del norte de África. Hay que tener cuidado con el lenguaje, porque a lo que la OTAN llama concepto estratégico, en África bien pueden llamarle muerte.

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