Chihuahua vive un recrudecimiento de la violencia que hace patente que se requiere un cambio en la estrategia gubernamental para enfrentarla, considera Víctor M. Quintana, sociólogo y colaborador de este diario.
En entrevista telefónica, el coordinador de asesores del grupo parlamentario de Morena en el Congreso local afirma que el gobierno estatal no está haciendo nada
para atender el torrente de violencia que no sólo se expresa en un aumento de los homicidios, sino en desplazamientos forzados y desapariciones.
El gobierno federal, opina el ex diputado, sí ha puesto de su parte para atender las causas del problema y mantiene inversiones sociales por más de tres mil millones de pesos en el estado, pero requiere reformular su abordaje del problema “con una estrategia diferente, muy aterrizada en las comunidades.
“Este año se han ido incrementando las masacres. Tan sólo el 12 de junio mataron a seis personas en Cuauhtémoc, luego otras cuatro; mataron en Chihuahua a cuatro más, el viernes pasado cuatro más en el Denny’s de Ciudad Juárez, el fin de semana encuentran cuatro cuerpos decapitados entre Parral y Jiménez, y luego viene lo de los sacerdotes jesuitas y el guía de turistas en Cerocahui”, expone Quintana.
Advierte que el desborde de la delincuencia no se puede explicar en su totalidad sólo por el enfrentamiento entre grupos criminales y que si bien en las ciudades se había visto una baja en las ejecuciones, en la sierra siguen las desapariciones, los desplazamientos forzados de comunidades, la tala clandestina, los incendios de casas, del bosque, que no todos se deben al temporal seco, sino a acciones de amedrentamiento de grupos criminales contra las comunidades
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En su visión, “se necesita una estrategia diferente, muy aterrizada en las comunidades. Las estrategias desde arriba tienen un punto donde ya no funcionan, porque los narcos están abajo, están actuando en las comunidades, a unas las aterrorizan, se cobijan en otras”.
El reto es cómo luchar contra un fenómeno que ha permeado la estructura social de la sierra, que tiene varias generaciones
y en el que “los indígenas han llevado la peor parte.
“El narco no es nuevo en la zona. La actividad de siembra de enervantes viene desde los años 40. Comenzó en Sinaloa, en la zona fronteriza con Chihuahua, durante la Segunda Guerra Mundial con la necesidad de plantar amapola para surtir de opiáceos al ejército de Estados Unidos. Mucha gente se dedicó a eso por estrategia mínima de supervivencia y porque durante muchos años no tenía connotaciones delincuenciales.
Tuvo que suceder el asesinato de los jesuitas y el guía de turistas para que se conmocione un poco. Esto debería ser una llamada de atención para revisar bien la estrategia.