París. El Museo del Louvre descubre al público francés a partir de este viernes una muestra de la rica pintura renacentista portuguesa, escasamente conocida fuera de sus fronteras.
En el siglo XVI Portugal se estaba transformando en un imperio ultramarino y su monarquía quería mostrar su poderío. Si era necesario, apelando a la gran escuela flamenca de pintura.
Un total de trece cuadros del Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa han sido prestados para esta exposición, que permanecerá abierta hasta el el 10 de octubre.
La muestra arranca con un "San Vicente" (hacia 1470) de Nuno Gonçalves, considerado el padre de ese Renacimiento portugués que floreció bajo el reinado de Manuel I (1495-1521).
Ese monarca asciende al trono sin ser descendiente directo de su predecesor, el rey Juan II. Y para asentar su legitimidad, no solamente impulsa la exploración marítima, sino que invita a destacados representantes de la escuela flamenca de pintura a fundar una tradición pictórica autóctona.
Uno de esos pintores flamencos pasa la historia con nombre portugués, Francisco Henriques, autor de una "Santa Cena" (1508-1512) que causa sensación en la corte manuelina.
El rey le paga con 650 kg de pimienta de las colonias y le encarga que vuelva a su tierra natal para reclutar a otros pintores.
Henriques volverá a Portugal con varios maestros, entre ellos probablemente Frei Carlos, que la exposición de Louvre está representado por tres cuadros, entre los cuales destaca "El buen pastor" y "Ecce Homo", ambos de 1520.
Los dominios de ultramar aparecen reflejados de forma muy diversa. "El infierno", de autor anónimo (1519-1520), muestra a un diablo ataviado con plumas, presumiblemente una representación de un indígena americano.
Cristóvao de Figueiredo optará por su parte por escenificar un grupo de músicos negros animando "La boda de Santa Úrsula con el príncipe Conan" (1522-1525), un combo de que existió realmente en la corte del rey Manuel.
El arte renacentista portugués es poco conocido fuera del país. En el Museo del Louvre solo hay tres cuadros.
Por un lado ello se debe al gran terremoto que devastó Lisboa en 1755, y que supuso un desastre nacional. Y en el siglo XIX, la desamortización eclesiástica, que provocó que el Estado se quedara con prácticamente todo el patrimonio.
"Nos gusta decir que fue algo bueno porque evitó una gran dispersión del arte portugués, pero por otro lado, al no haber una gran presencia en los grandes museos, el interés de los historiadores por este periodo es más limitado", explicó a la prensa Joaquim Oliveira Caetano, director del Museo Nacional de Arte Antiguo.