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La diversidad creadora de Luisa Josefina Hernández obliga a pensarla desde distintos miradores críticos que, si bien deben trenzarse en una articulación de cosmovisiones, también están llamados a desdoblarse para atender la profundidad de sus alcances en cada género y aventura creadora.
Desde los años cincuenta del pasado siglo se perfila el monumento literario que ha derivado en eso que llamamos su obra; sin embargo, en los últimos veinticinco años se han realizado visiones más precisas, hagiográficas pero críticas y sustanciosas, sobre su ejercicio artístico.
Compañeros de ruta
En las últimas tres décadas han muerto los compañeros más significativos de Luisa Josefina, las luces que han iluminado nuestro teatro y nuestra narrativa, y cuyo eclipse sincopado equivale a lamentables interrupciones, cortes abruptos como el que significó la muerte de Ibarguengöitia (en los ochenta), el enorme deterioro de Sergio Magaña, a quien se llevó la vida que llevó, la desaparición de Emilio Carballido, y la de Hugo Argüelles.
Muchos dirán que Hugo Argüelles estaba en las antípodas del mundo de Luisa Josefina, pero me atrevo a sostener que, en el fondo, fue su mejor alumno y uno de nuestros maestros que replicó de manera extraordinaria las enseñanzas y las distinciones genéricas de Eric Bentley (ese gran iluminador de la estructura epistemológica de lo teatral con su hermoso libro La vida del drama), el amor a Shakespeare y al linaje que venía de él, desde Wilde hasta Pinter.
El teatro en lo narrativo y lo narrativo en el drama
La relevancia de la obra de Angelina Muñiz-Huberman es una de las medidas justas para pesar la obra de Luisa Josefina Hernández, incluida la experiencia teatral. En el caso de Muñiz-Huberman (incluida su pasión por Shakespeare y su traducción amorosa para Margules de Como gustéis), hay una forma de teatralidad profunda, innovadora y poderosa en muchos de sus cuentos escénicamente sonoros (habría que escuchar algunos en Voz Viva para visualizarlo) y su poesía escénica, canto que hechiza como lo hace el actor que declara en la plaza un verbo que sabemos mediatizado por su corporalidad, pero es portador del mensaje de la posteridad.
Le creo a Luisa Josefina en su empeño por separar la vida de la novelista y de la dramaturga. Ochenta obras de teatro contabilizan los encargados del inventario estricto, contra veinte y pico novelas (algunas parece que siguen en el cajón), bastarían para establecer esa identidad dramática por encima de la novelística, ensayística y de traducción, si bien Eve Gil ya tramitó el pasaporte definitivo de Luisa Josefina novelista.
Sin embargo, la extensión y largueza de ese universo creador no está por encima del narrativo, en el que se atreve a ofrecernos algunas claves postreras del universo, la temporalidad y permanencia de lo humano, sus conflictos y los horrores que todavía no imaginamos, aunque me parecen anticipados en buena parte de su narrativa, hermética y reveladora para quienes ya están iniciados en el mundo de los signos que contiene el futuro, el borgeano y el no borgeano.
Celebración del demiurgo
En este reconocimiento múltiple que el contexto actual permite a través de las celebraciones y el reconocimiento a las creadoras literarias vivas más importantes en nuestro país, como Elena Poniatowska y Angelina Muñiz-Huberman, Luisa Josefina Hernández se les suma en tanto una más entre quienes nos han ofrecido un futuro enorme sin proponérselo, un entendimiento de lo femenino y de los procesos creadores, los recorridos eruditos y aleccionadores sobre la tradición, los géneros y las rupturas, de una manera emocionante.
Las tres son mujeres de teatro, con una producción distinta; avasallante la de Luisa Josefina, pero con preocupaciones afines, dotadas de humor, inteligencia, erudición y dispuestas a romper cualquier tabú que las confronte; arquitectas de un templo y un devocionario que mira a las estrellas y construye cifras, pero de una terrenalidad capaz de reconocer la ética y la responsabilidad creadora como la seña de identidad más profunda y válida.
Lo contemporáneo, caducidad y permanencia
De la enorme cantidad de obras que conforman este vasto paisaje creador destaco Los grandes muertos por su raigambre (identificaciones y memoria, no costumbrismos historicistas) en la mente creadora de la autora. Los recuerdos del porvenir aquí son anticipaciones de una moralidad y un provincianismo que encontramos ahora en todas partes, en lo urbano, en el ejercicio del poder y en la presencia de la derecha con sus devociones. Su gran aliento tiene un enorme alcance en la exhibición de un universo muy amplio en lo conceptual, y es poseedor de una gran cantidad de recursos retóricos, por su capacidad de mostrar que el sentido de lo histórico no reside en la precisión del dato, así como por el registro múltiple en la creación de personajes, desde la posibilidad de jugar con arquetipos, estereotipos, psicologías y expresiones del flujo colectivo de lo inconsciente grupal y personal.
También destaca su gran capacidad de asimilarse a la más rica tradición literaria moderna y contemporánea, y pienso en su consanguinidad literaria con el alcance y riqueza de tramas y personajes, como Chéjov en el teatro, hasta las tramas del Gogol de Almas muertas y el romanticismo a lo Dostoievski de Noches blancas, pero también está la sabiduría de quien conoce el ilusionismo del suspenso anglosajón y el poder estructural de los avasallantes Lowry, Lawrence, Fitzgerald y Dos Passos, tanto como las advertencias de Thomas Mann y Robert Musil.
Luisa Josefina Hernández no es una novelista que escribe teatro ni una dramaturga que escribe novelas. Lo suyo es algo mucho más complejo que se sitúa por encima de los géneros de un modo totalmente demiúrgico; es capaz de elegir el traje que le viene bien a sus ideas, como pasa con Shepard, Becket, Pinter, Ionesco, Arrabal y Jodorowski.
La respuesta nacional a su universalidad
No es este el espacio para detallar los aportes particulares de las ochenta obras teatrales que consignan los responsables de hacer el inventario; lo cierto es que lo conocen y periódicamente provoca el entusiasmo de promotores, gestores, compañías de teatro, directores y escritores que se inspiran en estas visiones universales y universalistas de las problemáticas nacionales, que ella trata con sabiduría y profundidad.
Al fin y al cabo, una generosa profesora que no sabe decir que no, Luisa Josefina Hernández ha trabajado por encargo, haciendo trajes a la media, interesada, ¿seducida? por las propuestas, los directores, los grupos, por sus procesos teatrales que la ponen siempre en el desafío de la originalidad, de esa poesía que está en frases contundentes que se desprenden de diálogos complejos, de gran riqueza rítmica y conceptual.
Me parece que en la valoración del teatro de LJH destacan las formas de actualidad que conservan y que han perdido algunas de sus propuestas. Es muy difícil pensar que muchas compañías recientes estén interesadas en buena cantidad de los temas que esta generación abrió, propuso y publicó, que montó al alimón con compañías muy sugerentes y valientes, con temas que siempre ponen en problemas a grupos teatrales del interior del país, en contextos donde la asistencia a misa es primordial, que se casan, bautizan a sus hijos y viven en ese filo difícil entre lo que dicen y hacen, entre lo que piensan y dicen que piensan.
Hace falta pensar qué tanto de la irreverencia política, sexual, religiosa, íntima, todavía conservan varias de las obras emparentadas en la cronología que va del medio siglo hasta el año dos mil, por ejemplo, con el trabajo de dramaturgos como González Caballero, Sergio Magaña, Carballido, Fernando Wagner, Miguel Sabido, Felipe Santander, Willebaldo López, Rafael Solana, Luis G. Basurto, Fernández Unsaín, Maruxa Vilalta y Marcela del Río, sin contar a los novelistas y escritores que han pseudoinnovado en la escena como Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Carlos Fuentes y Octavio Paz, pasando por Andrés Henestrosa, León-Portilla y Fernando Benítez.
Visto en conjunto, el teatro de LJH es poderoso, pleno de humor, subversivo y anticipatorio, pero creo que, al desgranar el abultado conjunto, muchas piezas ya recibieron su carta de jubilación. El paso del tiempo reclama una mayor presencia de las luchas feministas, del activismo y la protesta social, de la pelea y conquista de nuestros derechos humanos, derechos sexuales y reproductivos, la puesta en crisis de una Iglesia pederasta y encubridora, el crecimiento de la violencia y la crueldad de los grupos delictivos (venga de funcionarios corruptos o “emprendedores” privados), todo lo cual le ha dado un rostro distinto a las preocupaciones que se expresan sobre la escena.
Sin embargo, no se trata tampoco de colocar por decreto una fecha de caducidad artificial a una obra deslumbrante y propositiva, que conserva su humor y una exploración profunda de la condición humana, su ética y su psiquis. Tal vez se trate de actualizar muchas cosas, como lo hizo José Caballero de una manera extraordinaria en Los grandes muertos. Caballero es un director de largo aliento para una dramaturga monumental.
Puntos de inflexión
Este recorrido por el teatro de LJH necesariamente debe pasar por algunos puntos de inflexión que sostienen en parte esta reflexión. Alejandro Ortíz Bullé-Goyri, uno de nuestros grandes maestros, ha velado por la comprensión y permanencia de nuestro teatro. Aquí lo hizo a través de la tesis que presentó en 2015 Violeta Durán Ruiz, con una epistemología abiertamente psicoanalítica y semiológica sobre la trilogía compuesta por las obras Afuera llueve, Los frutos caídos y Los huéspedes reales.
Otro trabajo académico importante es la tesis doctoral que presentó José Abel Bretón Mejía en 2015, titulada Función y sentido del sistema textual dramático. La obra de Luisa Josefina Hernández, en la Universidad de Murcia. También está una curiosidad que presentó en 1975 Francine Cadete Patenaude: Luisa Josefina Hernández: teatro y novela, sin tutoría, realizada en el entonces Centro de Enseñanza para Extranjeros.
Otros dos puntos de esta valoración fueron las celebraciones que se hicieron en el INBAL con motivo de los noventa años de LJH, donde ella ofreció un mensaje que es una declaración de principios sobre el teatro y su creación. Las palabras de la dramaturga Silvia Peláez serán una forma de tomar la estafeta.
El último punto de esta ruta es el homenaje que le hizo la cátedra Bergman, al otorgarle su Medalla en 2019, y que reunió los comentarios sobresalientes de José Caballero, Margarita Sanz y Fernando Martínez Monroy, de acuerdo con la propia Luisa Josefina, “mi mejor alumno”, palabras sabias y postreras que la definen con el amor más auténtico y apasionado que puede expresar un crítico.