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Estampas de José Agustín / La Semanal

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José Agustín, 2004. Foto Marco Peláez
22 de mayo de 2022 09:44
 
 
 
Personaje fundamental de la literatura mexicana de vanguardia del siglo pasado, y todavía, la obra de José Agustín (1944) conserva su vigencia y su influencia en la formación de nuevas generaciones. En esta conversación, la última que ofreció antes del lamentable accidente que sufrió hace trece años, se percibe su personalidad desenfadada, valiente y lúcida.

 

otra clara muestra de cómo las multitudes
diluyen la individualidad…

José Agustín

 

”Echeverría es continuidad auténtica de Díaz Ordaz, aunque ellos se pelearon mucho, y Echeverría pintó su raya con Díaz Ordaz quien, dicen, se ponía tan furioso consigo mismo que se veía en las mañanas al rasurarse y decía: ‘Tú escogiste a Echeverría. ¡Pendejo, pendejo, pendejo!’, y se daba de topes contra el espejo. Echeverría era nefastísimo, aún más que Díaz Ordaz porque dilapidó la supuesta estabilidad previa que se había venido creando desde principios de los años cincuenta con el ‘desarrollismo’. El ’68 fue la precrisis espiritual de la económica, la de 1976, la cual sólo fue el resultado de ésta.”

Así califica a dos expresidentes, a los cuales padeció el escritor José Agustín, nacido en Acapulco en 1944 y a quien, a los diecinueve años de edad el escritor Juan José Arreola le publicó su primera novela: La tumba.

Invitado especial para inaugurar el festival de cine musical In-edit que inició el miércoles 1 de abril de 2009 el Ayuntamiento de Puebla, Agustín explicó: “Aunque en el gobierno de Díaz Ordaz se obtuvo la sede de las Olimpiadas, del campeonato mundial de futbol y se hizo una muy buena olimpiada cultural –cuando vinieron grandes artistas a México– en realidad todo era una ilusión, un sueño absolutamente ilusorio del que había que despertar, y se despertó en el 68.”

Y más: “No se podía creer que el país perfecto de crecimiento anual de siete por ciento, de paridad fija, sin broncas económicas, resultara que se estaba despellejando…. Díaz Ordaz fue uno de los presidentes más nefastos que ha tenido nuestro país, era un autoritario definitivo, pero lo peor es que a él se le hacía la conducta correcta. El régimen estaba acostumbrado a la represión. Si alguien se la hacía de pedo, entonces había que darle de nalgadas o madrazos fuertes.”

Cronista de los años que le han tocado vivir, José Agustín recordó que Díaz Ordaz inició su gobierno por medio de represiones en 1965 contra los médicos, y de ahí, a un año de gobierno, se siguió. Agustín lo padeció con un escritor: José Revueltas, del cual opinó:

“Uno de los más grandes escritores mexicanos, y el hombre más puro que posiblemente haya existido en la historia de este país. Su obra es de una riqueza extraordinaria y una lección de integridad, rigor artístico y de capacidad y de sentido del riesgo, porque se puso a hacer novela política exactamente cuando era lo que más se desalentaba.”

Además de la literatura, José Agustín compartió con José Revueltas una estancia en la cárcel de Lecumberri. Sobre el autor de Los muros de agua agregó: “Definitivamente lo desconocemos como autor, sí. No todo mundo, por supuesto, pero una prueba de ello fue que, hace poco, la editorial Era me pidió una antología de cuento, de relato breve de José Revueltas. La saqué y quedó muy bonita, y resultó que se estaba vendiendo bastante porque la selección era muy estimulante, pero también porque la gente que los estaba comprando no tenía la más remota idea de quién es.”

“Aunque no se crea, el medio mexicano es de un conservadurismo verdaderamente espantoso y es muy rencoroso, entonces le agarró odio a Revueltas; y si hay algo que le fastidia al establishment es equivocarse. Entonces: se equivocaron con Revueltas, les da mucho coraje y, en el fondo, por eso mismo tratan de no darle la fuerza que debería de tener. Todo se va para Octavio Paz y para Carlos Fuentes, quienes podrían ser buenos o malos escritores, pero definitivamente son unos mamones y gobiernistas absolutos, y a Revueltas, a pesar de la muerte, lo siguen relegando”, agregó enfático.

 

Parménides, Juan Tovar, el sectarismo…

Figura central de los años de la revuelta en los años sesenta del pasado siglo, José Agustín compartió su pasión vital con Parménides García Saldaña, del cual recordó: “Era mi hermano del alma. Los dos nacimos en el mismo año, 1944, él era acuario y yo leo. Vivíamos relativamente cerca y nos conocimos como a los dieciséis, diecisiete años de edad. Él era muy amigo de un fotógrafo estimadísimo por nosotros que se llama Ricardo Vinós, y de un escritor poblano, Juan Tovar. Ellos hicieron juntos un guión, que fue premiado, en un concurso donde yo también metí un guión, igualmente premiado. Nos conocimos en la entrega de premios. Y a partir de ahí… Reconocimos los tres que éramos grandes fans de los Rolling Stones y de Bob Dylan, en especial de éste, a quien en aquel entonces sólo lo escuchaba su chingada madre. Eso nos acercó muchisisísimo.”

García Saldaña es autor de Pasto verde, novela emblemática y de culto. José Agustín recordó: “Yo publiqué primero que él, y en cierto sentido, por eso, me tocó abrirles las puertas: la publicación de la Editorial Diógenes, donde se publicó Pasto verde… y después me tocó establecer un muy buen contacto con Joaquín Díez-Canedo, a quien le llevé a Parménides. Joaquín, para entonces, ya era el editor de los jóvenes y quería tener a todos los escritores jóvenes, y se puso feliz cuando Parménides llegó con un libro para él.”

Para el autor de Inventando que sueño, Parménides García Saldaña está “definitivamente subvalorado. Es un poco el mismo caso que Revueltas, pero más grave todavía, porque el establishment lo ve naco, folclórico… pirado, definitivamente pirado, y no les interesa en lo más mínimo, y casi nadie habla de él. Pero he visto que de diez años a la fecha su presencia está crecido muy fuerte –y de a devis– entre la gente que debe crecer. Ya tenía todas las raíces, pero ahorita ya, de plano, creo que se convirtió en un gran mito y un emblema de la contracultura mexicana.”

Le pregunté a José Agustín sin hubo un rompimiento entre él y el poblano Juan Tovar, quien abandonó la Facultad de Química en la BUAP para irse al entonces DF a hacer literatura. El escritor respondió: “Nos separamos mucho porque yo me fui a vivir a Cuautla en 1975, y él se fue después a Tepoztlán, y ahí todavía nos frecuentábamos, pero cada vez menos. Yo agarré actividades distintas a las de él y eso nos fue separando… Lo quiero muchísimo, y sigo en contacto con él.”

Pero parece que él llego a descreer de la cultura de los enteógenos, del rock, abjuró…

–Ay, sí, abjuró... ¡qué mamón! Nos daba mucha risa, y luego tristeza porque se puso a vender su colección de discos. Y tenía auténticas joyas, y por quince varos le podías comprar cosas inauditas. Yo nunca le quise comprar nada porque se me hacía como… gacho: Me decía: “Son sus discos. Este güey va a regresar a los discos.” Y sí, efectivamente después se le pasó la enfermedad infantil del sectarismo y muchos los tuvo que volver a comprar.

 

La banda sonora mexicana

Gran conocedor, crítico, coleccionista impenitente, José Agustín opinó sobre ese primer intento de hace cuarenta años de crear un rock auténticamente mexicano: “Había muchos grupos y músicos muy buenos: los Dug Dugs eran excelentes; el Love Army era sensacional; El Pájaro Alberto era una maravilla increíble; Tinta Blanca me gustaba menos pero también era bastante bueno. En el ’68 surgió el Tri, y hubo experimentos muy locos, como el grupo de Monsiváis y Alfonso Arau que se llamó Los Tepetatles, que viene siendo como el abuelito de Botellita de Jerez. Es la época de La Revolución de Emiliano Zapata que, como quiera que sea, hizo también unas rolas bastante estimables. Después, en los años setenta se prepara Sombrero Verde (actual Maná) en Guadalajara, en el DF Chac Mool…”

Pero, como ahora se sabe, el rock no pudo crecer, y José Agustín explicó por qué: “El gran inconveniente de esa época era, en primer lugar, la franca subestimación por parte de las empresas, que no les daban chance de nada; la cerrazón de espacios, porque sobre todo después de Avándaro prácticamente se canceló el rock pero, sobre todo, el hecho de que no compusieran en español. Cuando la rompieron en los años setenta, primero el Tri, después Rockdrigo y los rupestres, fue una maravilla: nació el rock mexicano”.

 

Que trece años no es nada

Han pasado trece años. Aquel 1 de abril de 2009, eran cerca de las dos de la tarde. El director del Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla (IMACP), institución del Ayuntamiento que había invitado a José Agustín, le envió un mensaje: debía ir a comer. Margarita, su esposa, lo esperaba.

En aquel entonces yo utilizaba una grabadora Panasonic de caset, a la que había puesto pausa algunas veces durante la entrevista con José Agustín, pues él, amable como siempre, aceptaba libros para autografiar, veía la edición, preguntaba quién era el destinatario de la dedicatoria, y firmaba. Entonces, volvía la cabeza y la charla seguía.

Pero cuando le dijeron que debería ir a comer, no le puse pausa a la grabadora, la apagué. José Agustín se levantó de sillón en el que había estado sentado para atender periodistas y me dijo: “Me voy a comer, pero vente a la conferencia. Me voy a quedar en Puebla y podemos seguir la entrevista mañana.”

José Agustín dio la conferencia inaugural en el festival sobre documentales y rock cerca de la seis de la tarde. Sí, se quedó en Puebla, pero en el Hospital de la Beneficencia Española. Me respondió aquel 1 de abril que continuaríamos la entrevista porque, pese a haber apagado la grabadora, le pregunté su opinión sobre Carlos Castaneda, y le dije que yo había entrevistado a Juan Tovar, su gran amigo, quien me dijo que cuestionó mucho a Castaneda como su traductor para el Fondo de Cultura Económica.

José Agustín sonrió con aquella sonrisa que lo caracteriza (aún hoy, aunque esté lejos), y me insistió: “Mañana podemos seguirle.”

Después, todavía rumbo a la puerta del espacio que nos habían asignado para la entrevista, le pregunté si seguía siendo seguidor número uno de los Rolling Stones, a lo que respondió con un “¡Claro...!” y le dije “Como Parménides.” “Sí, para él también eran los mejores”, replicó. No sé si usó ese adjetivo, pero sí recordó cómo él y Parménides estaban unidos por su admiración por la banda inglesa.

La conferencia de José Agustín fue un éxito y el Teatro de la Ciudad, en pleno centro de la capital poblana, lo mostró: sus seguidores, muchos de ellos verdaderos fans, abarrotaron el lugar. Cuando la gente comenzó a acercarse a José Agustín en el escenario, salí del patio de butacas, donde había estado, hacia la puerta de salida.

Entonces alguien, y después otros, dijeron que José Agustín se había caído, o lo habían tirado. Como siempre en estos casos, la información no era clara. Regresé al teatro y un inmóvil e inconsciente José Agustín yacía en el foso de la orquesta del lugar. Había angustia. Tardíamente, ya no permitían que la gente se acercara adonde el escritor estaba, bocabajo.

La ambulancia pareció tardar años, y la inmovilidad de José Agustín también. Todavía vi cuando los paramédicos lo atendieron y, con precaución y cuidado, se lo llevaron en camilla. Estaba vivo. Eso nos dio cierta tranquilidad a quienes creímos que podría haber muerto.

¿Qué me iba a contar de Carlos Castaneda, de Juan Tovar traductor, de Parménides y su gusto compartido por los Stones? ¿Qué me iba a seguir diciendo sobre el rock mexicano, pues ya no me alcanzó a responder qué grupos de ese momento (2009) escuchaba? No lo sabré. No lo sabremos. José Agustín estuvo varios días en el hospital de Puebla, hasta que pidió su alta; la exigió. Regresó a Cuautla. Creo que nadie ha podido volver a entrevistarlo con coherencia, después de aquel 1 de abril.

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