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"Emperatriz del maguey y baronesa del papel... nos has hecho felices a muchos"

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Elena Poniatowska, acompañada de sus nietas, durante la celebración de su cumpleaños 90 en el Palacio de Bellas Artes, ayer. Foto Luis Castillo
20 de mayo de 2022 10:08

Gracias es una palabra muy bella, exclama Elena Poniatowska, los brazos abiertos, danzando Las mañanitas como si fueran un vals. Agradecimientos y cariños vuelan y rebotan desde el escenario hasta las butacas de Bellas Artes, ida y vuelta, para cerrar con un broche de felicidad el homenaje que la nación rinde a su escritora emblema, a la cronista de nuestros tiempos, a la cumpleañera que ahora se estrena como nonagenaria.

GALERÍA: Poniatowska recibe homenaje en el Palacio de Bellas Artes por sus 90 años

Quedan en el aire festivo de Bellas Artes las últimas frases del capítulo penúltimo de su libro más reciente, El amante polaco: Yo me quedé entrelíneas, envuelta en un sudario de letritas. ¿Me han hecho feliz? ¿Hice a alguien feliz con las letritas?.

La feminista Marta Lamas, una de sus amigas más cercanas, oradora en el evento, responde. “Sí, Elena, nos has hecho felices a miles, y también hemos sufrido y llorado con tus ‘letritas’. Tu escritura, un grito de amor por México, conmueve”.

¿Qué quería Elena para su cumpleaños? Dijo que niños y niñas. Platicar con ellos. De modo que el homenaje se llenó de chavitos.

Primero, los de la comunidad maya quintanarroense de Solferino (camino a Holbox, en plena selva), que llevaron una exposición de pinturas inspiradas por la lectura de los libros El niño estrellero, El tren pasa primero y La noche de Tlatelolco. Bajo la orientación del profe Roberto, jóvenes artistas plasmaron estilo naiv las luchas de los ferrocarrileros: las locomotoras varadas, las compañeras tendidas sobre los rieles, las mantas de la huelga que rezan Nos matan, pero este tren no se va. Luego, el universo de la astronomía, los telescopios de Guillermo Haro, el marido de Elena, o bien otra frase: Elena de día, Haro de Noche. Del lado diurno, caballitos blancos en el cielo azul. Del otro, las estrellas.

Y las del 68, con muchos puños en alto. Antonio, autor de una de las obras, 15 años, demuestra la semilla que quedó de la lectura de Poniatowska: Gracias a ese movimiento estudiantil hoy tenemos opinión y voz.

Y empieza la función

En primera fila, tres presidenciables: la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum, el canciller Marcelo Ebrard y el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, y representando al presidente Andrés Manuel López Obrador, el director del Sistema Público de Radio y Televisión, Jenaro Villamil, los tres hijos de la escritora, sus diez jóvenes nietos, su primo, el ex secretario de Relaciones Exteriores Bernardo Sepúlveda. Y la directora de Bellas Artes, Lucina Jiménez, que presume: “Estamos de manteles largos… como debe de ser”.

La secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, magnífico rebozo purépecha al hombro, la define: Referente literario, mujer símbolo, que pregunta como niña, sin agenda, sin filtros.

Se han reunido los talentos de la Orquesta Carlos Chávez, de la Escuela Nacional de Teatro y de las comunidades Semilleros de varios estados para interpretar las causas de Elena-luchadora.

Claudia Sheinbaum, después de los saludos de rigor a los principales reunidos, que incluyen a Carlos Monsiváis y a la Chaneca Maldonado, que asisten mirando entre las estrellas, resume: Nos has dado tanto, Elena, que hoy sólo te toca recibir. Y le agradece, a nombre de todos los presentes: Por tu franqueza, por no claudicar, por darnos la voz a las mujeres.

En su turno, Villamil refiere ese pasaje de la vida de Elena en el que su compromiso en la lucha de López Obrador en 2006 –el año del fraude de Felipe Calderón– la llevó al centro de las campañas de odio de panistas y priístas. Relató aquella llamada que le hizo Carlos Monsiváis cuando un publicista de las derechas latinoamericanas utilizó la imagen de la autora de Tinísima para colocar su lema de campaña: AMLO es un peligro para México.

Clamaba Monsiváis, escandalizado: Son unos fascistas, esto es una campaña de pánico moral, de odio. Pero Elena es mucha pieza. Resistirá.

En escena, niños de Tenancingo, Tlaxcala, ponen alma y corazón en la representación de la huelga ferrocarrilera de los cincuenta; una chamaca de 14 años de Monclova, Coahuila, representa a Rosario Ibarra de Piedra en la huelga de hambre de la catedral en 1978 y los alumnos de teatro y danza del Semilleros de Ecatepec conmueven con el cuadro simbólico de la masacre estudiantil de 1968.

Tecleando la máquina de escribir en su mesita alejada de todo y todos, la actriz Laura Padilla, personificando a Elena, hace una lectura dramatizada de El amante polaco, donde habla de un momento muy oscuro de su propia vida: “No entendía nada… la azotea, la sábana blanca tendida, la bofetada”.

Es Marta Lamas la que pone los puntos sobre las íes: ¡Uf, qué bárbara, en estos tiempos, cuando la mayoría de las personas nos queremos mostrar sin grietas, qué enorme valor tiene reconocer ese abismo. Ella se hace en voz en las duras preguntas que algunas de nosotras también nos hemos formulado. ¿Cómo se salva a un hijo? ¿Cómo se salva a un país?.

Y atrapa su esencia: Tal vez lo más impresionante de Elena Poniatowska es la forma en que ella se ha ido construyendo en contra de lo que le deparaba su destino. Hija de aristócratas, desechó la engañosa grandeza asociada a ese estrato social y la gente la ha coronado de otras formas, como la princesa roja o la princesa del jitomate.

Son Jesusa Rodríguez y Lili Felipe quienes la ungieron con esa noble orden y es el momento para que este fantástico dueto de cabareteras salten al escenario para cantarle, sacando de sus chisteras más títulos nobiliarios: Reina con corona de hule, emperatriz del maguey, baronesa del papel, señora de los aguaceros.

María Teresa Priego es la última oradora y remata con más definiciones: El habla te dio a beber toloache en las calles y plazas; coleccionista de lo diminuto.

Llega la hora de regalarle flores: girasoles y nubes, muy celestiales. Los niños las entregan a ritmo de Qué paso tan chévere. Y luego, en el lobby, en ese mismo lugar donde hace añísimos Diego Rivera pasó al lado de una mujer, que dejó olvidada en París, sin reconocerla (Quiela, la pintora Angelina Beloff, que Elena convirtió en uno de sus personajes), se prodigó entre miles de elenófilas y elenófilos el pastel de ocho pisos que cruzó a pie el Eje Central bajo el sol. Al final, un largo, cariñoso, interminable besamanos que Elena aguanta sin arriar la sonrisa un solo momento.

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