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Preludio
Una mañana. Una estrepitosa harmónica corriendo junto a una guitarra acústica te llevó
a conocer la famosa “Stuck inside of mobile with the Memphis blues again”. Era Bob Dylan. Nada volvió a ser lo mismo. Era una nueva lengua universal que estabas adquiriendo llamada rock –parafraseado de un escrito creado por Enrique Rivera Barrón a propósito del presente texto.
Un toque de rock
Hoy en su mayoría son jóvenes quienes dan vida a festivales musicales masivos en los cuales todavía el rock es la oferta principal, como los recién realizados Vive Latino (iniciado en 1998), Pa’l Norte (que comenzó en 2012), y otros eventos organizados en espacios públicos como el Zócalo capitalino, donde el rockero y activista Roger Waters, líder de la legendaria banda Pink Floyd, realizó un concierto memorable y sumamente politizado en 2016 –con el recuerdo/rencor vivo de la desaparición forzada de 43 jóvenes estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, en 2014. Fueron jóvenes quienes en septiembre de 1971 se congregaron por miles en el Festival de Rock y Ruedas Avándaro: piedra de toque en la historia del rock mexicano, que también trajo como consecuencia el veto al rock en nuestro país; sobre todo se prohibió la realización de conciertos masivos. Y eran jóvenes estudiantes quienes fueron masacrados meses antes en el llamado Halconazo, el 10 de junio de 1971, durante la realización de una marcha en demanda de libertad a los presos políticos y democratización de la enseñanza, entre otras consignas.
El camino ha sido largo para que llegaran a realizarse conciertos masivos de rock en nuestro país. Los años setenta fueron los de mayor cerrazón al respecto; sería hasta las siguientes dos décadas que paulatinamente la situación fue cada vez más favorable para el desarrollo del rock en México. Justo por esos años, Enrique Rivera comenzaba su paso por la fotografía y buscó documentar algunos de estos conciertos pioneros.
Primero fue la Reina
En 1981, la icónica banda Queen vino a México, primero tocó en Monterey y luego lo hizo en Puebla. Enrique Rivera tomó su cámara y acudió al segundo concierto. Refiere que al mismo llegaron muchas personas “que no sabían a detalle qué tocaba el grupo... apenas empezó la primera canción aquello fue un desmadre, se notaba la aridez de no haber tenido en donde abrevar rock”. Este fue para muchos jóvenes mexicanos su primer concierto de rock. Al término del mismo fue notoria la nula experiencia que se tenía entonces para la organización de este tipo eventos. No había suficientes corridas de autobuses a Ciudad de México, de donde habían viajado muchas personas; tampoco había lugares suficientes para hospedarse, entre otras pifias, como el control de la seguridad dentro y fuera del estadio donde se realizó el concierto.
Durante un par de años, Enrique Rivera vendió las fotografías que logró hacer durante ese suceso histórico en el tianguis musical organizado en el Museo Universitario del Chopo a partir de 1980, en lo que a la postre sería la cuna del Tianguis Cultural del Chopo, un espacio de creación colectiva en torno a la cultura rockera chilanga, en el cual Enrique participó desde sus inicios. Lamentablemente, los negativos de ese primer concierto se extraviaron.
Una imagen del rock
Durante los años ochenta, Enrique continuó su aprendizaje en la fotografía y en la siguiente década continuó sus andanzas fotográficas y rockeras, principalmente en Ciudad de México. En marzo de 1991 cubrió el concierto de Bob Dylan, en el cual Los Lobos fue la banda telonera –retomando al maese Parménides García Saldaña: antes que tener una guitarra Dylan tuvo el blues, y renunció a ser sólo un símbolo para idiotizar a la juventud, y con su vocación de compositor y cantante llego a ser Johnny B. Good. En junio de ese mismo año asistió al concierto de Carlos Santana, el único mexicano que forma parte del Salón de la Fama del Rock y que impactó al público durante su participación en el Festival de Arte y Música de Woodstock de 1969.
La mirada de Enrique en las imágenes inéditas que acompañan este texto estuvo en su mayoría concentrada en los músicos. La historia detrás de las mismas nos permite advertir el panorama complejo que fue para muchos rockeros y al mismo tiempo interesados en documentar estos primeros eventos masivos. Rivera Barrón refiere que, ante la negativa de poder pasar cámaras sin acreditación de algún medio informativo a los conciertos, había que ingeniárselas primero para meter la cámara al concierto y luego buscar hacer una buena toma.
Al año siguiente, en octubre de 1992, Enrique estuvo en el concierto de Iron Maiden; y ese mismo mes fue a escuchar al Auditorio Nacional a la banda Jethro Tull, para lo cual consiguió ser acreditado a través de la extinta revista independiente Avant Garage, y por tanto tuvo la oportunidad de tomar algunas fotografías mientras el grupo cantaba un par de canciones. Poco a poco el mercado musical fue controlando la documentación de los conciertos y, en cierta medida, la monopolizó. Aunque se diga que hoy con un teléfono celular se pueden hacer proezas, capturar imágenes de un evento musical masivo con él no es del todo fiable.
La ruta del rock
Enrique Rivera cerró 1992 tomando fotografías en el concierto de Black Sabbath el mes de noviembre. Para septiembre de 1993 fue a tomar fotos al multifacético y vanguardista Peter Gabriel, al Palacio de los Deportes; recuerda que las fotografías de ese concierto se las debe al fotoperiodista Arturo Bermúdez, y como él estaba acreditado pasaron los dos al evento. En ese concierto reapareció Sinnead O’Connor, lo cual fue un suceso, ya que un año antes la cantante irlandesa, durante una presentación televisiva en Estados Unidos –país que se autonombra defensor de la libertad a ultranza–, rompió una fotografía del papa Juan Pablo ii, a manera de denuncia en torno a los casos de pederastia en la Iglesia católica; la reacción contra O’Connor de buena parte de la sociedad estadunidense fue cruel y desmedida.
El último concierto que Enrique Rivera retrató en esa época fue el de la banda estadunidense Aerosmith, en enero de 1994. En torno a esta experiencia menciona que “el espíritu musical no cabe en una fotografía, ni en un libro”, y qué bueno que así sea, porque siempre habrá diversas formas de mirar el rock, ese género musical identificado aún con una actitud disruptiva y contestataria. Las versiones definitivas son asuntos de mercadotecnia.
Justamente en aquel 1994, cuando los demonios andaban sueltos y se habían hecho con el poder, y como en una novela negra en las cúpulas del poder las diferencias se arreglaban a balazos, fueron asesinados el entonces candidato presidencial del pri, Luis Donaldo Colosio, y José Francisco Ruiz Massieu, en ese momento secretario general del mismo partido; entró en vigor del Tratado de Libre Comercio; oficialmente surgió el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln) y en julio se realizó un concierto masivo de rock en apoyo al ezln en el Estadio de Prácticas “Roberto Tapatío Méndez” de la unam. De nuevo fueron las y los jóvenes unidos por el rock, manifestándose en torno a una causa social.
En la ruta del rock estos primeros conciertos y festivales fueron punta de lanza para la asimilación del género por la sociedad y el mercado, con todo lo que ello implica, y es sólo un aspecto de dicha ruta.
Coda
Entre 1994 y 2006, Enrique Rivera encabezó la galería callejera De la calle y en la calle, la cual se instaló sábado a sábado en el Tianguis Cultural del Chopo. Enrique conjuntó sus andanzas fotográficas… y su vínculo con el Chopo, donde forjó parte de su cultura musical, para dar vida a este proyecto colectivo en torno a la cultura fotográfica; en la galería se presentaron varias exposiciones dedicadas al rock (ver edición número 1388 de La Jornada Semanal).