Ciudad de México. Antes de dedicarse a la columna política, el periodista Luis Enrique Ramírez, asesinado este jueves en su natal Culiacán, fue en los años noventa una de las plumas más destacadas del periodismo cultural en México, reconocido por sus puntillosas y certeras entrevistas.
En su hombro lloró Elena Garro; brindó con Chavela Vargas; Angélica María le confesó su simpatía por el alzamiento zapatista; con Gloria Trevi habló sin tapujos de norteña a norteño; Rufino Tamayo le explicó su amor por la vida; en su charla con José López Portillo, el ex presidente le contó por qué para él era un honor que le dijeran perro
, y Elena Poniatowska lo definió, entre los jóvenes periodistas de aquel momento, como el más fino, el más perceptivo, el más talentoso y, desde luego, el más encantador
.
Luis Enrique nació en 1963 en la capital de Sinaloa. Tenía 17 años cuando comenzó a reportear en El Diario, después en el periódico El Debate (donde publicaba su columna El Ancla), y luego comenzó a hacer entrevistas, su género preferido, para Noroeste, todos medios de su terruño.
Estudió en la Escuela de Comunicación Social de Sinaloa y participó en un congreso de periodismo organizado por la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, de la mano de su maestra María Teresa Zazueta, quien le abrió el mundo cultural de la Ciudad de México, donde se estableció en 1988.
Colaboró para El Nacional y El Financiero, antes de llegar a la sección de Cultura de La Jornada en noviembre de 1992, en la cual destacó por sus charlas con personajes del mundo del espectáculo como Chespirito e intelectuales y artistas como Manuel Álvarez Bravo.
Tiene el don de crear una historia en torno a cada uno de sus entrevistados. Los envuelve en una atmósfera de su invención. Cada personaje le sugiere un universo distinto, un teatrino en el que él jala los hilos, hábil titiritero
, escribió Poniatowska acerca del periodista en el prólogo del libro La muela del juicio (publicado para la Colección Periodismo Cultural del Conaculta), que reúne muchos de los brillantes textos de Ramírez, un referente para las nuevas generaciones de reporteros.
Nadie mejor que la autora de La noche de Tlatelolco para describir a quien fue también uno de sus cercanos colaboradores: Luis Enrique Ramírez es norteño, alto, 1.86 de estatura, de cabello muy tupido y muy negro, ojos negros, cejas negras, a veces intenciones negras y sonrisa seráfica y luciferina (...) Escribe en una laptop tan importante para él que hasta nombre le puso, Miss Jujú, mientras que su pobre gata sigue sin ser bautizada (...) Su pulcritud alcanza su escritura, revisa sus textos casi neuróticamente para evitar cualquier arruga, cualquier doblez, los rocía y los plancha con esmero, y aún así, al verlos publicados dice: ¡Chingüentes, se me fue esa coma!
También colaboró para las revistas Viceversa, Cuartoscuro, Kiosco, Milenio y en el suplemento cultural El Ángel, del periódico Reforma. Su segundo libro fue La ingobernable, en el que recopiló las largas conversaciones que tuvo con la escritora Elena Garro en Cuernavaca.
De regreso a Culiacán, fundó el portal Fuentes Fidedignas, del que también era director.
Ramírez recibió diversos reconocimientos estatales y nacionales por el oficio al que se entregó con pasión toda su vida: el Premio Pablo de Villavicencio de la Universidad Autónoma de Sinaloa (en dos ocasiones), el Premio de Periodismo del Festival Cultural de Sinaloa y el Premio Nacional de Periodismo Juvenil José Pagés Llergo del CREA.