Ciudad de México. Temprano, al abandonar el Antiguo Palacio del Arzobispado, hoy Museo de la Secretaría de Hacienda, donde depositó su voto, el presidente Andrés Manuel López Obrador se acercó al corral donde se encontraban los reporteros, y al pedirle un mensaje a la población sobre la consulta, mostró su credencial de elector con la mano derecha, y sujetando con la izquierda la de su esposa, declaró el deber de convertir la democracia en un hábito.
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El tabasqueño se mostró impasible, sereno, y en menos de medio minuto expresó el mensaje solicitado: El mejor sistema político es la democracia, no hay algo mejor y es como una forma de vida: tiene que haber democracia siempre, en la familia, en la escuela, en el trabajo, en los sindicatos y, desde luego, en la vida pública, y hay que participar. La democracia tiene que convertirse en México en un hábito, porque eso va a ayudarnos a que nadie en ningún nivel de la escala se sienta absoluto, que nadie olvide que el pueblo es el que manda, que el pueblo pone y el pueblo quita, el pueblo es el soberano
.
Ayer se le esperaba desde las ocho de la mañana a que cruzara la puerta de la calle Moneda, de Palacio Nacional a la entrada principal del Antiguo Arzobispado. Desde antes, ayudantes encabezados por su hombre de confianza, Alejandro Esquer, revisaban que la instalación de las urnas y la papelería electoral se encontraran listas para la asistencia del Presidente.
Afuera los reporteros, fotógrafos, camarógrafos y youtuberos fueron orillados al frente del edificio virreinal, y se conformaron dos grupos de mujeres militares –vestidas de civil– como barreras de contención cubriendo los costados de la entrada del museo. A las ocho y media, en la esquina de Moneda y Correo Mayor se dejaron escuchar los acordes de un mariachi, y segundos después, casi al mismo tiempo, en la otra esquina, en Moneda y la Plaza de El Seminario, apareció una batucada acompañada de un malabarista con aros.
Unos cinco minutos después salió López Obrador en compañía de su esposa, Beatriz Gutiérrez; venían tomados de la mano, a lo lejos (a unos 60 metros de distancia) los curiosos observaron y sus simpatizantes gritaron el estribillo habitual en sus presentaciones públicas: ¡Es un honor estar con Obrador! ¡No estás solo, no estás solo!
El tabasqueño mantuvo el paso, se detuvo para saludar ante las cámaras, se volteó y se dirigió a la puerta del ex Arzobispado. El funcionario de la casilla hizo el protocolo para todos los votantes, les aplicó gel y dio a la pareja un par de cubrebocas porque no lo portaban.
En el recibidor del museo López Obrador fue atendido por el presidente de la casilla. Éste con el índice revisó el listado. “No existe, no lo pusieron; López Álvarez… López… López… ¡cómo es que no lo pusieron, señor Presidente!”, le dijo.
Entonces, un segundo funcionario de la casilla tomó el listado y comenzó a buscar. El mandatario se mantenía observante y el encargado se levantó de su lugar y le pidió que se tomará una selfi. López Obrador accedió, se acercó sin despojarse del cubreboca, mientras escuchaba la justificación de aquella búsqueda –hasta entonces infructuosa–, me pone usted nervioso, señor Presidente, ¡es usted el mejor presidente del mundo!
Pasaba el tiempo y el dedo índice del segundo funcionario de casilla seguía buscando el nombre del mandatario, que se estiraba para buscar también, hasta que les repitió lo que desde la segunda mesa escuchó: la página 20
, y otra voz completó con un en la esquina de hasta el lado
.
¡Aahh, aahh!
, descansaron los dos funcionarios de casilla cuando encontraron el nombre, y de inmediato le entregaron la boleta. Así pasó López Obrador a la mampara, donde escribió Viva Zapata
(ayer fue el 103 aniversario del asesinato del líder campesino). Después se dirigió a la urna, que estaba a unos pasos y esperó unos segundos, miró hacia las cámaras y mostró el sentido de su voto con el apellido del prócer sureño. Y una vez captado, depositó el papel en el cubo de poliuretano.
Antes de abandonar el inmueble histórico, aceptó tomarse selfis con las mujeres y hombres que acudieron a la casilla, y con algunos de los funcionarios de la misma. Su esposa regresó a que le untaran el dedo con tinta indeleble y le devolvieran su credencial para votar.
Con disposición, tomada de la mano, la pareja salió del Antiguo Arzobispado. Saludaron. Uno, mostró su credencial y la otra, el dedo con tinta. Y así como llegaron solos, se dirigieron solos a la puerta de Palacio Nacional.