Salvador Rodríguez tiene una amplia trayectoria como pintor. Estudió pintura en la Universidad de Guadalajara y sus primeras intervenciones plásticas datan de finales de 1970. Sus iniciales exposiciones ya denotan una preocupación que será recurrente y con el paso del tiempo y su madurez técnica se hará permanente. Esa preocupación se podría expresar en la existencia de un campo de tensión entre dos vectores: el paisaje urbano y sus personajes marginados.
Ese campo tenso lo ocuparán distintas figuras, temáticas, tonalidades, trazos y volúmenes: las diferentes manifestaciones de lo popular, la gente de abajo, sus creencias y vivencias, el día a día en el barrio, las preocupaciones cotidianas, el caminar de los trabajadores, las condiciones de marginación de las clases populares-urbanas, etc. Un recorrido por los títulos de algunas de sus exposiciones ya nos indica este derrotero plástico de Salvador Rodríguez: “La Calle” (1995), “Los Chingados” (1998), “Personajes Contenidos” (1998), “Guadalupe” (1999), “La Patria” (2000), “Paisajes con alambres” (2001), “Barrio” (2003), “Mayahuel” (2007-2008), entre otras. Esta vocación por trazar panoramas y personajes de la ciudad, también lo han llevado a “tomar” la calle y hacer de los muros de ésta un lienzo: ha pintado varios murales en zonas populares de la ciudad de Guadalajara, alguno de ellos de carácter efímero.
Cuadro incluido en la serie "Los embozados"
Dicen que origen es destino. Pues bien: un aspecto clave para comprender esta trayectoria estética han sido dos proyectos en los que Salvador Rodríguez y otros pintores (Martha Pacheco, Campos Cabello, Miguel Ángel López, Gabriel Mendoza, Irma Naranjo, etc.), estuvieron involucrados: El “Grupo Trabajadores Culturales Tenamaztli” y el “Taller de Investigación Visual” (TIV), que de alguna manera definió el posicionamiento crítico de esta generación en relación a las funciones sociales de la pintura en ese período de la historia mexicana y global. Hay que tener en cuenta que los años 80 marcan el inicio de la catástrofe que ha significado el neoliberalismo en México y el mundo. La crisis económica del 76 y luego la del 82, seguido de las contrarrevoluciones neoliberales que implicaron el traslado de la riqueza social a manos privadas, el desmantelamiento de derechos sociales, la malversación de empresas públicas, el sometimiento del Estado a la clase empresarial y el incremento de la desigualdad, son las bases materiales que deben tenerse en cuenta al ponderar la obra de Rodríguez.
Frente a esa contrarrevolución que llevaría a la actual potencial catástrofe climática, de precarización laboral y desigualdad, la generación pictórica de Salvador Rodríguez fue educada en el compromiso social, la idea que el arte moviliza las conciencias y la posibilidad de otro mundo, cuyo horizonte era el socialismo. No hay que olvidar que en ese período la Universidad de Guadalajara consideraba entre sus matrices formativas, así fuera retóricamente, al socialismo. Salvador Rodríguez forma parte, pues, de una importante generación de pintores en la plástica mexicana que tiene su locación en Guadalajara y que se formó política y estéticamente a contracorriente del agandalle de las elites económicas y políticas. Esta consistencia estético-política de Rodríguez, se debe tener en cuenta al valorar su obra. Una consistencia política que es posible encontrar en las figuras, tonalidades, composiciones y trazos de sus obras pictóricas. En otras palabras: plástica y política —medidas por el dominio técnico— son las constantes en la obra de Rodríguez.
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Por lo anterior, la relación entre los paisajes urbanos y los personajes citadinos no es de forma bucólica, idealizada o romantizada. Es un cruce cargado de resonancias políticas porque la mirada del pintor está puesta en los dramas, las tensiones, las tragedias, las vidas llevadas a los límites y aplastadas por los procesos inhumanos de la sociedad capitalista, que siempre descarga en los más vulnerables las peores consecuencias. Es por ello que se trata de un campo de tensión y conflicto entre lo urbano y sus habitantes. De un lado, la línea del muro, la banca del parque apenas insinuada, la sombra de un edificio, las machas cromáticas de la urbe; del otro, los “embozados”, que también son “los chingados” (como indica el título una de sus exposiciones), aquellos que tienen que levantarse temprano para ir a trabajar durante diez horas, exponerse al contagio del mortífero virus (microorganismo, pero también metáfora del macroorganismo igualmente mortífero del capital) y al final del mes apenas tienen para pagar la renta. Aquellos que sufren por la inseguridad, la pobreza, la miseria, los bajos salarios, la explotación, el maltrato, las violencias estructurales y cotidianas (¿Qué otra cosa podríamos desocultar tras ese instrumento llamado cubrebocas). Parafraseando El Manifiesto Comunista, podríamos decir que así como para Marx & Engels la historia de la humanidad es la “historia de la lucha de clases”, para Rodríguez la historia de la pintura se traduciría en la “historia de los chingados” de siempre.
No es casualidad que la estética de Salvador Rodríguez sea, a pesar de todo y de las crisis de la representación, insistentemente figurativa. Porque justamente es el cuerpo humano y sus rostros, en los que se expresa dolor, angustia, miedo y zozobra, que expresan esos crudos fenómenos sociales. El cuerpo es el que sufre y el rostro, así esté embozado, expresa ese sufrimiento. Por más que el rostro esté apenas bosquejado, porque más que sus ojos, boca y facciones sólo sean unas cuantas líneas o estén cubiertos por el cubrebocas, percibimos el drama cotidiano de las personas. El temor a ser desalojados por el rentista, la angustia de quedarse desempleado, el no tener para comer, el drama de la madre enferma en el hospital, el temor del contagio, la rabia del ser despedido injustamente, la violencia en las calles: figuras, sombras, trazos, volúmenes y manchas que simbolizan el peso de la ciudad sobre los hombros de los expulsados de las tasas de ganancia del capital.
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La muestra que se exhibe en esta exposición se compone de un par de docenas de cuadros, la mayoría en pequeño formato y realizados en acrílico, dibujo y técnica mixta. Son una especie de crónica visual-urbana de la ciudad en la que sus habitantes pasaron a usar de forma cotidiana el cubrebocas. Trapo de tela o de material sintético que se sumó al drama cotidiano de las personas, pero sin que desparecieran los anteriores dramas de los marginados. El cubrebocas introdujo la falsa percepción de la igualdad: todos lo usan y de esa manera todos nos cuidamos; pero trató de ocultar la profunda desigualdad económica y social de las personas. Porque con la pandemia, los fenómenos de miseria, hambre, expulsión y precarización no desaparecieron sino que se incrementaron por otras vías. Uno no deja de preguntarse por las personas reales que se encuentran detrás de los cubrebocas. ¿Quiénes son?, ¿Qué dramas pesan en sus vidas? Quizá por eso algunos de estos formatos que se exponen son una especie de rápidos bosquejos, esquemas, delineamientos borrosos, rostros y cuerpos difusos y difuminados.
La crónica visual-urbana de Salvador Rodríguez en estos dibujos y pequeños formatos no sólo es un retrato instantáneo de la pandemia sino representa una persistente y cruda continuidad. “Los embozados” son personajes que atravesaron con incertidumbre y dolor los dos años de pandemia, pero de alguna manera son los mismos “chingados” que Rodríguez pintó en 1998. Esos 24 años que han trascurrido desde la exposición “Los chingados” a la actual de “Los embozados” no hace sino reiterar un similar fenómeno en diferentes planos: la persistencia estética-política del pintor, por hacer de su plástica un espacio no sólo de dominio técnico sino de compromiso político con los expulsados de los beneficios del capital, al tiempo que relata con su misma obra la catástrofe política y económica que han significado los 40 años de neoliberalismo.
La exposición "Los embozados, obra reciente de Salvador Rodríguez", se inaugura el 8 de abril, a las 19 horas, en La Resistencia (Cuba 34, Centro Histórico de la Ciudad de México).
*Profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa