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La destrucción de guitarras, ritual del rocanrol que data de los años 50

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Paul Simonon, de The Clash, haciendo lo suyo. Foto tomada de la portada de London Calling
05 de abril de 2022 09:50

El 31 de marzo de 1967, mientras las llamas surgían de las cuerdas de la guitarra de Jimi Hendrix, la multitud en el Finsbury Park Astoria de Londres parecía presenciar una mezcla de ceremonia sicodélica con piromanía desatada. The Jimi Hendrix Experience cerraba su participación en el concierto de The Walker Brothers con una nueva canción llamada Fire, cuando Hendrix tomó una guitarra empapada en un líquido, la acostó en el centro del escenario y encendió un cerillo.

Hace 55 años, ese momento elevó a Hendrix a un nivel en la mitología del rock sesentero. ¿Por qué lo hizo? Decidí destruir mi guitarra al final de una canción como un sacrificio, señaló alguna vez. Uno sacrifica las cosas que ama. Yo amo mi guitarra.

La inmolación por Hendrix de esa primera Fender Stratocaster –que, según se dice, fue salvada y restaurada por Frank Zappa, y luego vendida en subasta por 280 mil libras en 2008– se volvió una representación física del poder elemental del instrumento, que conectaba las emociones primigenias del rocanrol con el misticismo de los antiguos.

En 1967, la destrucción de instrumentos se había vuelto esencial para dar al rocanrol esa actitud de peligro y rebelión. Sin embargo, la práctica precede al género, se dice que el cantante country Ira Louvin aplastaba mandolinas desafinadas en la década de 1940.

El primer ejemplo que los historiadores citan se remonta a 1956, cuando el trompetista de grandes bandas Rocky Rockwell se rebautizó como Rockin’ Rocky Rockwell y se estrelló una guitarra acústica en la rodilla al final de una interpretación sarcástica de Hound Dog, de Elvis Presley, en el programa de Lawrence Welk.

Sin embargo, los roqueros adoptaron pronto la idea. Hay relatos, tal vez apócrifos, de que el notable maltratador de teclados Jerry Lee Lewis terminaba sus interpretaciones en vivo de Great Balls of Fire en la década de 1950 prendiendo fuego a su piano.

A principios de la década de 1960, destruir instrumentos era dominio de los músicos de concierto. Nam June Paik rompió un violín de un golpe en una pieza titulada One for Violin Solo en 1962. Robin Page sacó a patadas su guitarra del Instituto de Artes Contemporáneas. Y John Cale, futuro experimentador de Velvet Underground, rompió a hachazos su piano en el Conservatorio Eastman, en Massachusetts, en 1963.

La intención de esos artistas era destruir y reconstruir la ortodoxia clásica. Esos actos inspiraron a Pete Townshend a aplicar la misma actitud al rocanrol después de romper por accidente su primera Rickenbacker contra el techo de la Railway Tavern, en Harrow & Wealdstone, en 1964.

“Yo esperaba que todo el mundo dijera ‘Mira, rompió su guitarra’”, declaró a Rolling Stone, pero nadie hizo nada, lo cual me enojó en cierta forma, y me decidió a hacer que el público notara tan precioso suceso. Y sin duda lo notaron cuando después usó el instrumento como martillo contra el piso y el amplificador. Hice añicos la guitarra y brinqué sobre los pedazos, y luego tomé la de 12 cuerdas y continué tocando como si nada hubiera pasado, comentó en un número de Sound International en 1980. Al día siguiente el lugar estaba atestado.

La demolición de guitarras se volvió una forma de arte autodestructivo para Townshend y fue adoptada con entusiasmo por el baterista maniaco de The Who, Keith Moon. Mientras Townshend destruía su guitarra, Moon devastaba su batería detrás de él, a veces dos en una noche. En 1967, al final de una interpretación en televisión de My Generation, Moon llenó de explosivos un bombo. La explosión encendió el cabello de Townshend, y Bette Davis, invitada al programa, se desmayó.

Jeff Beck hizo trizas a pisotones una Hofner Senator en la cinta Blow Up, en 1966, y pronto se volvió un suceso regular en los shows de rock duro de la década de 1970, en la que numerosas guitarras tuvieron un fin violento en manos de Ritchie Blackmore, de Deep Purple, y Paul Stanley, de Kiss.

Noción romántica

Estos momentos glosaron la noción romántica del rocanrol como una fuerza más grande que cualquier instrumento usado para crearla. Que, una vez que una canción termina, el instrumento ha servido a su fin último y que la música, el momento en sí, es más valioso que cualquier guitarra. Por eso Prince lanzó su guitarra tan alto al final de su solo abrasador en While My Guitar Gently Weeps en la ceremonia de inducción al Salón de la Fama del Rocanrol en 2004.

Por eso también Nirvana apiló su batería el frente del escenario al concluir su participación en el Festival Reading 1992 y lanzó sus guitarras contra ella.

Algunos expertos consideran que la demolición de instrumentos es una muestra extrema de la ansiedad del ejecutante. Los artistas ponen gran esfuerzo en sus ejecuciones, dice el sicoterapeuta musical Tamsin Embleton. Requieren mucha preparación mental y física, vulnerabilidad, valor... Pero, desde luego, las cosas no siempre salen como se planea. A veces el público desilusiona; muestra poco interés, se burla. Un ejecutante puede sentirse rechazado o avergonzado; estas emociones pueden generar ataques de ira.

El mayor asesino serial de guitarras es Matt Bellamy, de la banda británica Muse, quien destruyó 140 nada más en 2004. Sus tendencias destructivas empezaron en sus primeras actuaciones, cuando destruía cualquier guitarra desafinada que sus inexpertos asistentes le presentaran. Con el tiempo se volvió un acto de gozosa rebeldía; Bellamy solía terminar sus shows arponeando la batería de Dom Howard con el mástil de su guitarra.

Esos apetitos de destrucción son una nadería comparados con la reina de todos los tiempos en la aniquilación roquera. En un espectáculo en el Pier 62 de Nueva York, en 1980, la heroína punk Wendy O Williams, de los Plasmatics –quienes ya se habían hecho célebres por cortar guitarras a la mitad con motosierras– irrumpió en el escenario en un Cadillac lleno de explosivos, y saltó del vehículo segundos antes de que todo el espectáculo estallara en llamas. Fue lo que podría llamarse Hendrix elevado al máximo.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

 

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