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Al sol de las piedras de San Ildefonso / Elena Poniatowska

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Octavio Paz y Marie-José Tramini captados por Rogelio Cuéllar en septiembre de 1975 en su departamento de la calle Río Lerma, una imagen que utilizaron las autoridades culturales de México en la ceremonia donde fueron depositadas las cenizas del poeta y su esposa, en San Ildefonso, sin poner el crédito del fotógrafo
03 de abril de 2022 09:33
La cultura mexicana sufrió dos grandes golpes: uno en 1965, la salida de Arnaldo Orfila Reynal del Fondo de Cultura Económica por orden de Díaz Ordaz, y otro el 8 de julio de 1971, la de Julio Scherer García del diario Excélsior. De inmediato, Octavio Paz renunció con todo su equipo a la revista Plural que dependía de Excélsior. A Julio debió reconfortarlo que un intelectual de la talla de Paz se solidarizara con él y con los 103 periodistas que quedaron literalmente en la calle.

Recuerdo la fundación de Vuelta, en octubre de 1971. Al regresar de India (porque había renunciado a la embajada como protesta por la masacre del 2 de octubre de 1968), Paz pensó en fundarla porque siempre fue un hacedor de revistas: Barandal, en 1931, Vuelta 40 años después. En pocos países puede verse la continuidad que logró Paz en las revistas literarias que promovió; en América Latina, crear y sostener una es una hazaña.

En una comida en el restaurante Champs Elysées –entonces situado en un primer piso de un edificio de Paseo de la Reforma– Octavio Paz sugirió a mi padre que formara yo parte del Consejo de Redacción de Plural, pero seguí siendo reportera al lado de Carlos Monsiváis en la revista Siempre!, que dedicaba a la cultura unas páginas color chocolate.

Plural era una revista tabloide, con un tamaño equivalente a la mitad de una plana de Excélsior. La diseñaba Kazuya Sakai (sin nada de chocolate) y la escribían Danubio Torres Fierro, José de la Colina, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Alejandro Rossi y Tomás Segovia, que eran los guapos, y Gabriel Zaid, que era el deslumbrante. Si no fui integrante del Consejo de Redacción al lado de mi muy querida y admirada Julieta Campos, Octavio me encargó varios reportajes, el primero sobre el Festival de Avándaro, el Woodstock mexicano, en las noches del 11 y 12 de septiembre de 1971, en el que entretejí las voces de los jipitecas con las rolas estruendosas del rock. Para escribirlo, muchos chavos de la onda vinieron a la casa con sus jeans y su pelo largo, y me rogaban a las nueve de la mañana que me “agenciara unas chelas”, cosa que disgustaba a Guillermo Haro, aunque no le disgustó la fotografía de una joven que se atrevió a enseñar sus pechos –por cierto preciosos– sentada a horcajadas sobre los hombros de un liberador. ¡Me van a correr de mi casa! –lloraba después la quinceañera. “¡Ya ves, te lo dije! ¿Para qué te diste ése toque?” –lamentaba su cuata Teté. Total, un mundo frágil en el que las familias todavía eran cajas fuertes y muchos preparatorianos condenaban al horrible PRI de sus papás, también horribles.

Permítaseme un pequeño paréntesis para recordar aquí la entrega de Julieta Campos y confirmar que el Pen Club mexicano nunca alcanzó un nivel tan alto como durante los años en que Julieta tomó sus riendas.

Cuando Octavio me pidió otro reportaje sobre el aborto, me retorcí como gusano. ¡Qué mala onda! ¿Por qué yo, por qué yo? Todo lo feo yo. ¿Por qué no puedo escribir un poema como Ulalume? No, tú, el aborto¡Qué gacho, no quiero! ¿Por qué no puedo flotar como Ulalume con la mirada en el cielo y la esperanza de que algún día me hable Lewis Carrol? ¿No que te importan tanto las causas sociales? –respondía irónico.

Ya Octavio tenía conciencia de las demandas del feminismo y el tema del aborto le parecía central; había que contribuir a su despenalización. Fui a las vecindades a escuchar historias de agujas de tejer que perforan el intestino y mejunjes de hierbas abortivas al alcance de todos en el mercado Sonora.

Una felicitación de Octavio Paz era un paso a la gloria. Me citaba en su departamento de la calle de Lerma en el último piso (luego en el de Guadalquivir). Corregía con ojo de águila. No se le iba una. Del artículo sobre la Jesusa Palancares, de Hasta no verte Jesús mío, cortó el párrafo final. Ojalá fueras espiritista como Jesusa –protesté. Octavio reía mucho, reía con facilidad. También hablaba mucho y las interrupciones lo irritaban. Se refería con frecuencia a André Breton; por eso creo que Francia y el surrealismo influyeron tanto en su vida.

La revista Plural duró de octubre de 1971 al 8 de julio de 1976, los años de Echeverría, los años de don Daniel Cosío Villegas y los del Excélsior de Scherer García. Scherer manifestó en incontables ocasiones cómo lo emocionó la renuncia solidaria de Octavio Paz a la cabeza del grupo de Plural.

A lo largo de sus viajes y estancias en universidades de Europa y de Estados Unidos, Octavio y Marie-Jo hicieron amistades profundas y duraderas. Octavio tenía una prodigiosa capacidad de convocatoria y echó puentes con los talentos de su tiempo. Cioran comentaba que, en Francia, los intelectuales eran muchísimo más provincianos que en México, porque Octavio lanzaba a escritores que pronto serían célebres y que nadie, hasta entonces, había descubierto. Era verdad, Paz supo conjugar los más diversos talentos. En su revista publicaron desde Ítalo Calvino a Julio Cortázar, desde Cioran a Castoriadis, desde Carlos Fuentes (su gran seguidor y amigo) a Mario Vargas Llosa, de los disidentes rusos: Brodsky y Mandelstam a Mario de Andrade y a Haroldo de Campos, de Claude Levi-Strauss a Elizabeth Bishop, de Claude Roy, Daniel Bell a Charles Tomlinson y a André Pieyre de Mandiargues.

Una tarde encontré en la calle de Guadalquivir a otra amiga queridísima, Esther Selingson; al verla tan contenta, le pregunté si se le había aparecido la Virgen de Guadalupe, y me respondió: “Me van a publicar en Plural”.

Plural fue la voz inconfundible de Octavio Paz que batalló contra los ideólogos, sus enemigos naturales. Desde ahí promovió su versión de la democracia y conjuntó la creación y la crítica. Todas las bibliotecas de las universidades de Estados Unidos exhibían en sus anaqueles la revista de Octavio, maestros y estudiantes del Spanish Department se suscribían a Plural. Harvard, Princeton, Stanford o Mount Holyoke la reclamaban. Plural nos situaba en el concierto de las literaturas del mundo, y gracias a ella podíamos leer a autores que nos abrían su puerta. Octavio supo que las bibliotecarias destacaban a su Plural y a su persona. ¡Oh, he is such a lovely poet! Desde el lanzamiento de Barandal, en 1931, al lado de tres compañeros de San Ildefonso: Rafael López Malo, Salvador Toscano y Arnulfo Martínez Lavalle, Paz fue piedra angular en la construcción de nuestra cultura.

Las blancas páginas (que leía yo al comprar Plural en un puesto de periódicos) que se convirtieron en Vuelta después del golpe a Excélsior y, más tarde en Letras Libres –fundada en 1999– ahora permanecen como testimonio del poder de continuidad del pensamiento de Octavio Paz en lo más alto de la cultura mexicana y sus cenizas en San Ildefonso son ahora sí una piedra de sol, como pidió en su poema.

 

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