La trifulca desatada el sábado en el estadio Corregidora de Querétaro entre las barras del Atlas y de los Gallos Blancos, que de acuerdo con el recuento oficial dejó saldo de 26 personas hospitalizadas, tres de ellas muy graves, es una expresión y consecuencia de algunas de las tendencias más preocupantes que tienen lugar en el país.
Por principio de cuentas, las bárbaras y descontroladas agresiones físicas contra la porra de la escuadra invitada dan cuenta de un fallo catastrófico en la organización del partido de futbol, en la administración del recinto y, sobre todo, en la ausencia de un dispositivo de seguridad digno de ese nombre: los pocos policías de corporaciones públicas y privadas que estaban presentes no pudieron más que observar la saña inaudita con la que decenas de asistentes fueron tundidos por partidarios del Querétaro.
Tal es el resultado de la privatización de la seguridad pública, de la ausencia de fiscalización de las autoridades sobre las empresas contratadas y de la falta de preparación y disposición de la fuerza pública de la entidad –la cual intervino tarde y mal– para asumir sus responsabilidades legales.
Además de la responsabilidad que incumbe al gobierno del panista Mauricio Kuri, debe señalarse que la Liga BBVA Mx, organizadora del encuentro del sábado reciente en la capital queretana, falló en supervisar las condiciones de seguridad del estadio y puso en peligro de ese modo la integridad física de los espectadores.
El doble descuido no puede explicarse sino como efecto del desmedido afán de lucro que impera tanto en la administración pública de Querétaro –que concesiona a privados todo lo imaginable– como en la organización deportiva, que no debieran escatimar gastos para proteger la vida y la seguridad de los aficionados al futbol que asisten a los estadios y que constituyen un pilar fundamental de ese deporte espectáculo.
Sin embargo, más allá de responsabilidades que pudieran ser civiles y penales, en ese deplorable episodio fue inocultable la rabia irracional que con tanta rapidez se extendió por grupos de asistentes y la facilidad con la que se convirtieron en hordas dispuestas al linchamiento sin más motivación que el odio a un equipo rival y a sus simpatizantes.
Es difícil no ver en la barbarie de las agresiones una profunda insatisfacción colectiva, una ira mal dirigida y un acentuado malestar emocional entre los agresores, en su gran mayoría hombres queretanos jóvenes.
Este hecho debiera ser visto por el gobierno local como un foco rojo, indicativo del ánimo social generado por los procesos de descomposición social que se viven en la entidad.
En lo inmediato, debe exigirse una investigación a fondo de los errores que hicieron posible esa lamentable tarde de rabia en el estadio Corregidora y deslindar las responsabilidades que correspondan, así como identificar a los atacantes y presentarlos ante los órganos jurisdiccionales correspondientes.
Sería pertinente, por último, que los directivos del futbol nacional hagan un examen de conciencia y se pregunten qué ha fracasado para que ese deporte, que incluso convertido en espectáculo comercial debiera ser motivo de convivencia, sea capaz de detonar tan graves manifestaciones de brutalidad sin sentido.