Como la crisis global causada por la pandemia no es suficiente, el mundo acaba de entrar en una nueva y grave fase de deriva bélica, que podría sumergirlo en una crisis aún mayor. La causa próxima de este agravamiento es la invasión de Ucrania; el autor próximo es Rusia y el autor remoto es Estados Unidos, habiendo ignorado las preocupaciones rusas sobre su seguridad durante tres décadas. Hay un momento de tensión extraordinaria que se expresa en la cobertura mediática de la crisis de Ucrania, especialmente en el eje del Atlántico Norte, que también incluye a Australia, Japón y Brasil.
En otras partes del mundo, la crisis de Ucrania o se relativiza porque se refiere a agresiones armadas (invasiones, bombardeos, muertes de civiles inocentes) de las que han sido víctimas repetidamente o porque ahora se enfrentan a otros problemas que parecen más graves o al menos más cercanos a ellos (hambre, falta de agua y vacunas, violencia yihadista). Y cuando la crisis de Ucrania adquiere algún dramatismo es por cuestiones que no son visibles o no tienen sentido cuando se miran desde la perspectiva de la opinión pública en el eje del Atlántico Norte. Por ejemplo, el 28 de febrero la Unión Africana emitió una declaración vehemente contra el comportamiento escandalosamente racista
de las autoridades fronterizas ucranio-polacas, al discriminar a los ciudadanos africanos que viven en Ucrania y tratan de huir de la guerra, sometiéndolos a un trato desigual debido a su color.
En el eje del Atlántico Norte, la polarización de opiniones es tal que ya no es posible introducir complejidad en la discusión, posición muy similar a la vivida inmediatamente después del 11-S. Cualquier posicionamiento que contextualice o problematice se considera traición. Vladimir Putin también tiene seguidores igualmente primarios. Algunos sectores de izquierda se negaron a condenar la invasión de Ucrania. ¿No se habrán dado cuenta de que Putin es un líder conservador cercano a la extrema derecha europea (excepto la de Ucrania), crítico de Lenin y con contactos privilegiados con Marine Le Pen y Donald Trump? De hecho, el apoyo del Partido Comunista Ruso a Putin es moderado y algunos de sus líderes no han dudado en distanciarse de él.
En una entrevista con la BBC el 28 de febrero, Mikhail Matveev, vicepresidente del Comité de Política Regional del Estado del Partido Comunista Ruso, dijo: “A mi entender, no se utilizó el potencial de reconocer a las repúblicas (Donietsk y Lugansk) y darles un nuevo estatus más protegido, como fue el caso de Abjasia y Osetia del Sur (…) Este es un grave error de los líderes rusos: no utilizaron todas las posibilidades para una solución pacífica al problema. Decidieron cortar inmediatamente todas las preguntas acumuladas como un nudo gordiano de un solo golpe”.
En estas condiciones, ¿es posible pensar? ¿Es posible mirar esta crisis como el ahora de una larga historia que, además de las causas próximas, incluye las lejanas y amplía tanto el número de agresores como el de víctimas? ¿Será de alguna utilidad tal ejercicio mientras mueren vidas inocentes? ¿Por qué no actuar en lugar de pensar? ¿Por qué no dirigir las energías de la indignación hacia manifestaciones masivas en todo el mundo contra la criminal invasión de Ucrania? ¿Qué nos separa de 2003, cuando 15 millones de ciudadanos de todo el mundo salieron a las calles para manifestarse contra la criminal invasión de Irak, que se saldaría con más de un millón de muertos? ¿Por qué sería diferente ahora? ¿Renunciamos a hacer la guerra, venga de donde venga, o hay guerras justas y guerras injustas? Y, en ese caso, ¿quién lo definió y con qué criterio? Una cosa es segura: una invasión ilegal no justifica otra invasión ilegal. Las múltiples invasiones y bombardeos ilegales de Estados Unidos, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, no pueden utilizarse para justificar la invasión y los bombardeos que se están produciendo en Ucrania.
Pensar el pasado en un momento de crisis es pensar la anticipación del presente. ¿Se podría haber evitado esta crisis? Si Estados Unidos fuera verdaderamente amante de la democracia, ¿habría intervenido en el golpe de Maidán (2014) contra un presidente elegido democráticamente, Viktor Yanukovich, que fue cuestionado en los días posteriores a su negativa a acercarse a la Unión Europea, lo que implicaba romper relaciones preferenciales con Rusia? ¿Por qué los conocidos grupos neonazis, como el Batallón Azov, se integraron en la Guardia Nacional de Ucrania y los medios occidentales los transformaron en héroes nacionalistas? ¿Por qué el think tank informal de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Atlantic Council, a pesar de reconocer en 2018 que Ucrania tenía un problema de extrema derecha, publicó un artículo el 24 de febrero de 2020 titulado Por qué Azov no debería ser designado como organización terrorista extranjera
?
Después de las intervenciones de la OTAN en Serbia en 1999, Afganistán en 2001, Irak en 2004 y Libia en 2011, ¿es posible seguir considerándola una organización defensiva? Si la seguridad internacional se consideró indivisible después de la Segunda Guerra Mundial, ¿por qué Estados Unidos se ha negado a reconocer y discutir las preocupaciones rusas en los pasados 30 años? Si desde 2015 la región del Donbás ha estado en guerra, lo que ha dejado entre 10 mil y 14 mil muertes, ¿dónde estaba la Organización de Naciones Unidas (ONU) para detener las hostilidades? ¿Por qué ésta no fue más activa en el cumplimiento de los acuerdos de Minsk?
En cuanto al futuro, dos notas. La primera es sobre las consecuencias de la probable humillación rusa. Estados Unidos no estaba satisfecho con el fin de la Unión Soviética ni con ver a Mijail Gorbachov haciendo el comercial de Pizza Hut en la televisión rusa en 1998. En las pasadas tres décadas ha estado humillando a Rusia, especialmente en los años recientes, cuando quedó claro que Rusia sería el aliado preferido de China, que, mientras tanto, surgió como el gran rival de Estados Unidos.
Sin lugar a duda, China no se fortalece de esta crisis porque, al ser un imperio en ascenso, tiene interés particular en la liberalización del comercio. Pero la humillación de Rusia puede tener consecuencias impredecibles, especialmente para Europa. En 1919, Alemania firmó el Tratado de Versalles con el que terminó la Primera Guerra Mundial. Un economista inglés, John Maynard Keynes, abandonaba la conferencia de paz en protesta por las condiciones excesivamente punitivas impuestas por los aliados en Alemania. Keynes predijo que las reparaciones exageradas y otras duras condiciones impuestas a Alemania conducirían al colapso de ésta, lo que tendría graves consecuencias económicas y políticas en Europa y el mundo ( The Economic Consequences of the Peace, 1919). Resultó ser profético. Desafortunadamente, el mundo no parece tener un Keynes hoy.
La segunda nota se refiere al gobierno global. Después de la crisis de Ucrania, el mundo estará más polarizado que nunca entre China y Estados Unidos. Éste continuará su declive histórico y aumentará su agresividad para asegurar zonas de influencia. Acaban de completar la conquista de Europa, una oferta de Putin. En el futuro, las regiones del mundo que, por la razón que sea, no quieran alinearse plenamente, tendrán más dificultades para lograrlo. La infame injerencia del cambio de régimen, que hasta ahora ha sido exclusiva de Estados Unidos, ahora ha sido desastrosamente intentada por Putin. ¿Hasta cuándo confiará China en el atractivo de sus propuestas para prescindir del cambio de régimen? Una de las razones que llevó a Estados Unidos al colapso de Yugoslavia fue la presencia, aunque tenue, del Movimiento de los No Alineados en Europa, nacido en 1961 principalmente por iniciativa de países jóvenes que salían del colonialismo europeo (India, Indonesia, Egipto, Ghana) que propusieron seguir un camino de desarrollo propio, equidistante del capitalismo occidental y del socialismo soviético. En las próximas décadas se impondrá un movimiento con el mismo espíritu, y esta vez será entre el capitalismo de las multinacionales y el capitalismo del Estado chino.
Además, se impondrá el surgimiento de sujetos políticos globales que son portavoces de los intereses de las sociedades civiles y las comunidades a menudo olvidadas, abandonadas o desinformadas por los gobiernos cada vez más rehenes de los intereses económicos y financieros globales e imperiales. La ONU es una organización estatal, y fracasó el intento de Kofi Annan de hacerla más abierta a la sociedad civil. Después de la crisis de Irak y Ucrania, la ONU seguirá el camino del descrédito. Y esto sólo se profundizará cuanto mayor sea su sumisión a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos. Si vivimos permanentemente en guerra a pesar de que la gente común del mundo (excepto aquellos vinculados a la industria militar o ejércitos mercenarios) quieren vivir en paz, ¿no es hora de que tengamos una voz organizada y global que se haga escuchar?
Traducción: Bryan Vargas Reyes