Ciudad de México. Durante mucho tiempo se les llamó enfermedades tropicales, pero no lo son. Llevan nombres como giardiasis, amibiasis, dengue o chagas, y no son tropicales porque su prevalencia no tiene que ver con el trópico ni con las altas temperaturas. “Los problemas que originan estas enfermedades son la pobreza, la ignorancia y la mala organización social”, sostuvo Adolfo Martínez Palomo, doctor en ciencias médicas y miembro de El Colegio Nacional.
En la primera de cinco charlas que abordan las enfermedades olvidadas, Martínez Palomo insistió una y otra vez: “No son enfermedades tropicales, son enfermedades de la pobreza”.
¿Por qué llamarlas enfermedades olvidadas?
Porque los gobiernos no les prestan la atención debida pues muchas veces no son causa de un gran número de muertes. Porque la industria farmacéutica no desarrolla medicamentos porque las poblaciones afectadas “no son mercado potencial”. Y porque tampoco se les presta la atención adecuada desde el campo de los investigadores, usualmente financiados por las farmacéuticas.
El colegiado puso claros ejemplos del olvido. Con datos “de hace unos años”, expuso la disparidad: con 346 millones de personas afectadas por la diabetes, se publicaron casi 200 mil investigaciones sobre ese mal; en cambio, para la elefantiasis, que afecta a 120 millones de personas en el mundo, sólo hubo mil 858 publicaciones. Un caso similar ocurre con el sida, que afectaba a 34 millones de personas en el mundo y dio lugar a 154 mil investigaciones publicadas; en tanto que los gusanos intestinales, que afectan a mil millones de seres humanos, hubo un poco menos de 11 mil estudios publicados.
Martínez Palomo dio también un dato muy reciente, publicado en la revista Nature: “Actualmente están en desarrollo 56 mil productos para mejorar situaciones de salud, y 57 por ciento de ellos son para tratamiento del cáncer. ¿Y cuántos son para estas enfermedades olvidadas? Menos del 0.5 por ciento”.
El doctor refirió que Naciones Unidas ha planeado la necesidad, para enfrentar estos males, de aumentar el gasto público en salud y propiciar que las naciones en desarrollo desarrollen programas de investigación en salud de largo plazo.