Ciudad de México. Lejos de la idea preconcebida que proyectan la mayoría de los grandes medios de comunicación sobre Cuba, como un sistema político anacrónico, un “castrismo sin Castro”, en el libro “Cuba, el futuro a debate” del periodista Gerardo Arreola se registran los múltiples ángulos de una sociedad y unas instituciones atravesadas por un hervidero de discusiones y acciones, inmersas en un debate vivo, crucial, pleno de preguntas con respuestas pendientes.
Publicado por La Jornada y el grupo editorial Penguin Random House (en su serie Debate), el libro documenta en detalle la vida social y política de Cuba desde el momento en el que el líder Fidel Castro inicia la gradual transferencia del poder a su hermano Raúl, por los quebrantos de su salud (2006), hasta el periodo actual transición. La generación histórica de la revolución cubana “apeló a la legitimidad de origen”, dice el autor. En cambio, los gobernantes del relevo, con Miguel Díaz Canel (61 años) al frente, tendrán que construir su propia legitimidad.
Esta crónica panorámica de los 15 años de Raúl Castro, con sus antes y sus después, se extiende hasta la entrada en vigor de la Constitución de 2019, la forma como la pandemia de Covid 19 cabalga sobre la isla imponiendo nuevos desafíos a esta historia y un epílogo con la sacudida de la protesta social que estalló el 11 de julio en La Habana y 14 provincias.
Después de una mirada detenida sobre una reforma de gran calado que ha avanzado, no sin obstáculos y retrocesos, el final se subraya con una pregunta del autor –actualmente coeditor de La Jornada en línea, donde publica su columna “Del Gran Caribe” que queda en el aire. “¿Puede existir una esfera pública de debate sin que la discrepancia signifique exclusión o descalificación?”.
Raúl y la reforma
--¿Puede definirse a Raúl Castro como el reformador del sistema socialista de Cuba?
--No sé si con el artículo. Pero sí, él se puso al frente de un proyecto de reforma más ambiciosa y de mayor alcance que la que emprendió diez años antes su hermano Fidel. Es un reformador. En algunos tramos del libro se consigna que él lamenta que no se haya podido avanzar más en algunos aspectos e identifica que la traba principal es la falta de consenso: una manera de decir que hay tendencias y sectores que se oponen a la reforma. No es muy explícito pero cita que hay sectores nostálgicos de la Unión Soviética. Entiende, y gran parte de la sociedad cubana también, que nada puede ser como fue antes del 89. Hay un sector, al parecer influyente, que cree que se puede restaurar parte del modelo soviético.
--¿Cuál es el hilo conductor del libro?
--Es el viejo debate que surge alrededor de la caída del Muro de Berlín. En aquel momento las salidas fueron radicales: la Unión Soviética se parte en 15 pedazos, Checoslovaquia se divide en dos, las Alemanias se unifican. Yugoslavia se rompe y se mete a una guerra sangrienta. China y Vietnam están en procesos de reforma. Cada uno de los países socialistas, para bien o para mal, decidió su propio camino. Cuba no tiene una repuesta en primer momento. Pasan cuatro años para que se den las primeras reformas. Lo más interesante es que se abre una discusión que hasta el momento no ha terminado.
Corresponsal en La Habana
--Sobre las condiciones de trabajo de los corresponsales ¿Cómo se teje esa red de relaciones, indispensable para mantenerse informado sobre muchos asuntos que no se ventilan en medios o fuentes oficiales?
--Un paréntesis previo: antes de 1989 Cuba era uno más de los países socialistas con mayor cobertura periodística; los discursos de Fidel Castro eran mucho más atractivos y todo era mucho más interesante por el tipo de líder que era él. Con la crisis post soviética en los 90, Cuba se interesa por tener una mayor cobertura de prensa extranjera, con la idea de transmitir la imagen de un país que no se ha derrumbado, que resiste con su propio sistema. Llega a tener un mayor número de corresponsales, las fuentes oficiales se preocupan por transmitir con mayor diligencia sus mensajes. Aparecen elementos que están fuera del control de las autoridades. Hay empresarios extranjeros, una mayor cantidad de delegaciones culturales, comerciales y también sectores de la cultura, la economía y la actualidad que son más accesibles a la prensa. Pero en la sociedad, y aquí es lo más importante, se deja de temer hablar con un extranjero como ocurría en los ochenta y antes. Hablando de fuentes informativas cada vez hay componentes más diversos.
Esto se cruza con una sociedad civil mucho más actuante y crítica que permite que uno se arme una idea más contrastada. Se lograba investigar ciertos asuntos preguntando casa por casa hasta lograr unas diez, veinte opiniones que daban una idea más amplia; fuentes conocedoras de los temas que estás tratando, que te tienen confianza y saben que compartir su conocimiento es socialmente útil.
--¿Es una ventaja adicional para un corresponsal con tus condiciones, con una pareja cubana, una hija cubana que va a la escuela, que comparte todas las incidencias de la vida cotidiana?
--Es el insumo principal. En un país con un sentido comunitario como lo tiene Cuba lo más normal es que un vecino te toque la puerta para pedirte un café; incluso que no te toque la puerta. Eso es absolutamente común y corriente. Las redes de comunicación y la confianza se van tejiendo siempre a partir de una taza de café. Y esta es una entrada muy importante a la percepción de los estados de ánimo que tiene la gente.
Para casi todos los medios internacionales, Cuba es una especie de roca inmutable. Quizás el problema principal es no saber escuchar a la sociedad. Al gobierno se le escucha a través de los medios oficiales; yo trato de reseñar esa discusión, muy viva, dentro y fuera de las instituciones, dentro y fuera del Gobierno, en foros informales que crean principalmente los jóvenes, en medios digitales, en las comunidades. Y el gran debate al que alude el libro es qué cambiar del modelo cubano, hasta donde moverse, qué quitar, qué conservar. No es una discusión de los últimos 15 años; viene de los 90.
Nuevas expresiones; la irreverencia entre lo prohibido y lo tolerado
--Entre los temas a debate está el de un sistema de partido único o no. El otro gira en torno al peso y los derechos de las minorías organizadas.
--La nueva Constitución que se promulgó en 2019 confirmó una de las viejas nociones del modelo socialismo real: el partido único que está por encima de todas las demás instituciones. La constitución lo define como la fuerza superior de la sociedad. Para algunos, que los cerca de 600,000 militantes del partido tengan la capacidad para decidir sobre los 11 millones de cubanos, es razonable. Para otros, es cuestionable.
La contraparte de este debate es precisamente el las minorías. Los votos a favor del gobierno siempre rebasan el 70 por ciento (ya los quisiera cualquier gobierno latinoamericano) pero ese apoyo ha ido disminuyendo. Años atrás era casi el 100 por ciento.
¿Qué garantías tienen esas minorías para organizarse, para expresarse? En ese entorno han surgido temas que, o no estaban en la agenda oficial, o que no tenían el énfasis que tienen ahora: la ecología, las cuestiones de género y muy destacadamente las acciones contra la violencia de género, que es un problema en Cuba más grave de lo que se ve a simple vista. Y en los años recientes ha surgido tanto en las redes a ras de piso como en la red demandas cada vez más cohesionadas de mujeres que están planteando legislación sobre la materia, una especie de #MeToo cubano.
Todo este conjunto de temas reclaman un espacio, una vía legal o institucional, donde expresarse y materializarse fuera de la marginalidad.
--Es llamativo el tono de irreverencia y confrontación con el que se expresan algunos sectores culturales, particularmente jóvenes; lo que generó en su momento el llamado movimiento de San Isidro y que, si no me equivoco, es el antecedente de las movilizaciones del 11 de julio.
--Justamente eso es lo que conforma esta recomposición de los grupos minoritarios. El problema que yo veo es que las vías institucionales están cerradas. Mezclado esto con el deterioro de la situación económica, con el ascenso del activismo social y con los recursos tecnológicos, da como resultado un cambio social muy importante.
--Planteas varias preguntas. Una de ellas es central: “¿Puede existir una esfera pública de debate sin que la discrepancia signifique exclusión o descalificación?”. ¿Qué respondes?
--Debería poderse. Pero es todavía parte de los fenómenos de tensión que se producen. Conglomerados sociales, sobre todo de jóvenes, tienen objetivos y demandas propias, locales, que no tienen que ver con un desafío al sistema ni con un derrocamiento del gobierno ¿por qué no podrían tener un espacio donde puedan decir sus cosas y ser interlocutores del gobierno?
--¿Dónde se expresan?
--Hay muchos espacios. El diario digital El estornudo, El toque, con un podcast buenísimo que se llama El Enjambre, Periodismo de Barrio. También hay académicos e investigadores que a través de sus cuentas sociales mantienen un seguimiento sistemático de distintos temas cubanos, desde la economía hasta asuntos internacionales.
Por la vía de los hechos todo esto se expresa frente a una relativa tolerancia, aunque estrictamente por ley están prohibidos.
--Sobre los efectos a largo plazo que tuvo la normalización de relaciones bilaterales que establecieron Barack Obama y Raúl Castro.
--Esas relaciones diplomáticas no se han roto. Aún después de Trump y ahora con Biden todavía queda un hilito. En ese año y medio que duró el ambiente favorable en el diálogo bilateral, llegan a firmarse 20 memoranda de entendimiento. El problema es que ese paréntesis de año y medio se dio únicamente entre los dos gobiernos. En Estados Unidos no pasó por el Congreso y no tiene una base jurídica de mayor permanencia. Eso es lo que permite la continuada agresión económica del bloqueo.
Pero sí es verdad que ese periodo permitió a muchos cubanos ver que había vida más allá de la historia de conflictos con Estados Unidos.
¿Café cubano? No, vietnamita
--Sobre lo difícil que fue el cambio de mentalidad, relatas un episodio: después de la guerra, en 1975, técnicos cubanos fueron a Vietnam a capacitar en la cafeticultura. 35 años después ya era el segundo exportador del mundo. Y Cuba compra su café al exterior. Es Raúl Castro quien cuenta, en uno de sus discursos a finales de 2010, que un funcionario vietnamita le preguntó a su par cubano cómo era posible ese despropósito. “No sé que habrá contestado el cubano –dijo Castro--, seguro le dijo …`el bloqueo´”.
--Es un argumento recurrente entre las voces anticastristas asegurar que el bloqueo no es la causa del retraso económico de Cuba, sino un pretexto…--
--Una parte importante de la política de agresión de Estados Unidos tiene más de 60 años; eso crea daños decisivos en la economía. Pero aparte de la anécdota del café, el propio Raúl Castro dijo varias veces que no se puede culpar siempre y todo el tiempo a EU por los problemas internos. Reúno varias citas suyas insistiendo en que el mayor problema de Cuba ya no es EU sino la mentalidad anacrónica, los errores, limitaciones y falta de apertura que contribuyen tanto o mas –según dichos de los propios Raúl y Fidel—a dañar la situación de la vida cotidiana de los cubanos.
--Sobre la relación México-Cuba…desde que Fidel Castro publicaba sus “Reflexiones”, columnas que también se publicaron en La Jornada, hay una constancia de amistad profunda y correspondida con Andrés Manuel López Obrador. ¿Cómo se ha traducido en el terreno de lo concreto?
--Hasta 1989 hubo un entendimiento entre México, Cuba y Estados Unidos que permitió un cierto equilibrio. A partir de 1990 Cuba se queda sin ese respaldo porque México refuerza su relación con EU por el tratado de libre comercio. Ninguno hace un esfuerzo por actualizar esa relación bilateral acorde con los cambios de época. Eso es lo que permite los desencuentros con Carlos Salinas, más con Ernesto Zedillo y mucho más con los dos panistas, Vicente Fox y Felipe Calderón. Peña Nieto trata de mejorar la situación pero no de manera importante. Y ahora sí, con López Obrador la relación es mucho más intensa, de mayor confianza. Pero en el plano simbólico. Hasta ahí.
Hay un hueco importante en la relación que es reconocer es que la migración no solamente es un tema del triángulo norte de Centroamérica. Haití también, por cierto. Esto es un tema que debiera llamar la atención del Gobierno de México más allá de los discursos. Para México hay un problema de seguridad nacional, que es la migración, que ya tiene un componente cubanano, ya sea en las caravanas organizadas o en el flujo gota a gota. Ya hubo un cubano que se sentó a negociar con las autoridades mexicanas como un cubano que no representa al Gobierno.
“Cuba, el futuro a Debate. La era de Raúl Castro y los retos de la transición” se presentará el 22 de enero en Casa Refugio Citlaltépetl, colonia Condesa.