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Almudena Grandes (1960-2021) / La Semanal

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02 de enero de 2022 09:37

Encuentra aquí el nuevo número completo de La Jornada Semanal.

 

Como Benito Pérez Galdós en otro tiempo

 

Almudena Grandes (Madrid, 1960-2021) –creadora prolífica, autora, entre otros libros, de Las edades de Lulú (xi Premio La sonrisa vertical de Tusquets Editores, Barcelona, 1989), novela publicada a sus veintiocho años y llevada al cine por Bigas Luna en 1990, donde la protagonista, “una niña de quince años, sucumbe a la atracción que ejerce sobre ella un joven, amigo de la familia.” Después Lulú, “ya con treinta años, se precipita, indefensa pero febrilmente, en el infierno de los deseos peligrosos”– escribió una saga trascendental, truncada por su muerte: el ciclo Episodios de una guerra interminable. En 2010 publicó Inés y la alegría, primer título de la serie. Siguieron El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2014), Los pacientes del doctor García (2017) y La madre de Frankenstein (2020).

Con Episodios de una guerra interminable (2010-2020) Grandes fue, según el crítico literario Juan Cruz, “como Pérez Galdós en otro tiempo, la cronista, la novelista, la testigo postrera de las hazañas tristes pero nobles de un país desesperado.” Fue enterrada en el Cementerio Civil de Madrid, “junto a los suyos. Un cementerio creado a mediados del siglo xix para albergar a librepensadores, ateos, sindicalistas, heterodoxos, protestantes, masones, suicidas y judíos”, conforme a la periodista Rosana Torres en El País.

Grandes fue galardonada, entre otros, con el Premio de la Crítica de Madrid, el de la Fundación Lara, el de los Libreros de Madrid y el de los de Sevilla, el Sor Juana Inés de la Cruz, el Rapallo Carige, el Prix Méditerranée y el Nacional de Narrativa 2018. Julio Neira Jiménez, catedrático de Literatura Española y Teoría de la Literatura, acompañó a Grandes en su investidura como doctora Honoris Causa por la Universidad Nacional de Educación a Distancia 2020 y recordó sus méritos. La autora española también escribió, entre otras novelas, Te llamaré Viernes (1991), Los aires difíciles (2002), Castillos de cartón (2004) y Los besos en el pan (2015). Como cuentista publicó los volúmenes Modelos de mujer (1996) y Estaciones de paso (2005).

 

Las caras de la muerte 

La escritora madrileña se aproximó a la muerte en diversos libros. Atlas de geografía humana (1998) contiene un pasaje sobre las labores funerarias:

A los diecinueve años me estrené como organizadora de entierros. Mi padre estaba destrozado por la muerte de su madre, y la mía demasiado ocupada en llevar toda la ropa al tinte. Soy hija única, y mi tía Piluca, única también por la rama paterna, no se ofreció a acompañarme, así que me fui sola, y encargué un ataúd de roble con herrajes de bronce dorado, más caro que barato, y tres coronas, una de claveles blancos, tu hijo no te olvida, otra de rosas rojas, tus hijas no te olvidan, y otra multicolor, tu nieta no te olvida, con margaritas, lirios, clavellinas y mucha tuya verde.

El inicio de la vida tampoco queda exento de una cualidad mortuoria. En Malena es un nombre de tango (1994) se lee: “Entonces fue al bebé fuerte y robusto al que llamaron Reina, mientras que la raquítica criatura que seguía en la incubadora, debatiéndose entre la vida y la muerte cuando yo ya estaba en casa, bien arropada en
mi cuna y hasta con pendientes de oro en los agujeros de las orejas, carecía incluso de un nombre.”

En La narrativa polifónica de Almudena Grandes y Lucía Etxebarria (Edwin Mellen Press, Nueva York, 2008), Elena Garcia Torres recupera la noción del suicidio de la escritora: “Para ello, Grandes conduce la trama a su punto tragicomico más álgido: Malena decide cometer suicidio esa misma noche, al tiempo que enlaza con el inicio del relato.”

Por su parte, El corazón helado (2007), novela sobre la memoria y narración de vidas familiares, deviene en canto a la muerte:

La muerte es atroz, es salvaje e impía, insensible, cínica y mentirosa, también mentirosa. Pero saberlo no me servía de nada. […] Mai me miraba con los ojos muy abiertos y una sonrisa indecisa, la expresión de una persona inteligente que sabe que nunca encontrará la manera de consolar a nadie frente a la devastadora hazaña de la muerte. […] Yo quería a mi padre. Lo admiraba, lo necesitaba, lo echaba de menos, y sabía que sería así toda la vida, pero aún no había aprendido a conjugar los verbos en pasado. No era fácil. muerte iguala a los mortales, les da nombre y naturaleza, pero su mísera magnanimidad democrática se estrella contra la despojada conciencia de los supervivientes. Todos los muertos son iguales, decimos, pero no es verdad, no en la memoria de cada uno. […] El abuelo la besó, la miró. No había dejado de sonreír y Raquel [hija y nieta de exiliados en Francia] no había visto nunca, y nunca volvería a ver, una sonrisa tan triste. Eso fue lo que recordaría siempre de aquel día, de aquella noche del 20 de noviembre de 1975, la tristeza de su abuelo, una pena honda, negra y sonriente, el balance de aquel día de risas y de gritos, de champán y de tortillas de patatas, de juramentos feroces y de honores imprevistos, una fiesta española, salvaje y sombría, feliz y luminosa, a sus órdenes, mi capitán, y aquel hombre cansado que sonreía a su último fracaso, una derrota pequeña, definitiva, cruel, cínica, ambigua, despiadada, insuperable, obra del tiempo y de la suerte, victoria de la muerte y no del hombre que la había esquivado tantas veces.

 

El último artículo: las fugas de los destinos

Almudena Grandes envió su último artículo el martes 23 de noviembre de 2021 para su publicación en el número del 5 de diciembre de El País Semanal. Tras la muerte de la escritora, la revista del periódico español adelantó el lanzamiento de “Unos ojos tristes”, la última entrega de su columna “Escalera interior.” En ese espacio literario se lee:

Es el valor de compartir la tristeza y la desgracia, el valor de una normalidad esperanzada que puede regular las vidas y salvar destinos. […] Cada vida es una consecuencia del lugar en el que se han barajado las historias generacionales y las fugas de los destinos.

 

Una canción, una necesidad fundamental, un método

La música acompaña a los muertos. En uno de los salones de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2021 sonó la canción “Noches de boda”, de Joaquín Sabina, una de las predilectas de Almudena Grandes. La noticia de su muerte circuló durante el día inaugural del encuentro literario. La escritora fue recordada por algunos colegas. Ella había pedido, reiteradamente, que dicha pieza de su amigo cantautor se escuchara el día de su funeral. La periodista cultural Sonia Ávila narró que sucedió algo similar durante la noche del martes 30 de noviembre, en un homenaje póstumo para honrar la memoria de la escritora fallecida el sábado 27 de ese mismo mes de 2021, a los sesenta y un años de edad. Ávila evocó un pasaje de la última entrevista que Grandes dio en la fil Guadalajara:

Soy escritora porque me gusta leer, todos los escritores lo somos porque experimentamos una necesidad insuperable de escribir y no se puede valorar en términos de placer o sufrimiento, sólo sé experimentar esa necesidad fundamental. Jamás doy nada de leer a nadie, sólo escribo por las mañanas no más de cinco horas, escribo a mano en un cuaderno, creo a los personajes y sólo después elaboro el libro.

 

La rareza de la finitud 

Como si la propia Grandes se hubiese despedido anticipadamente en El corazón helado –llena de perplejidad–, recordé el siguiente diálogo:

 

–Qué raro todo, ¿no? –dijo ella al rato, cuando ya circulábamos por la autopista.

–Sí. O no –la muerte es tan rara, pensé–. No lo sé.

 

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