Moscú. Habida cuenta de que ni Vladimir Putin ni Joe Biden iban a ceder en la defensa de sus conocidas y antagónicas posiciones, los presidentes de Rusia y Estados Unidos –al hablar ayer por teléfono poco más de dos horas, menos el tiempo que consumió la traducción– dejaron abierta la puerta para que, dentro de un tiempo razonable, tentativamente a comienzos del año entrante, puedan sentarse a negociar sus diferencias, cara a cara, en una cumbre presencial, en la que no podrá haber avances sin concesiones recíprocas.
En tanto, la escasa información oficial de ambos lados –escudándose en el carácter secreto de la conversación de los mandatarios y dejando de lado las filtraciones interesadas que nunca faltan y poco aportan– permite concluir que el Kremlin y la Casa Blanca aceptaron darse una suerte de tregua en su confrontación, agravada desde que Rusia movilizó parte importante de sus tropas y armamento convencional hacia la frontera con Ucrania y este país, junto con los servicios de espionaje estadunidense, comenzaron a hablar de un supuesto plan de invasión rusa en territorio ucranio.
En este paréntesis de fin de año, Moscú y Washington no van a intentar mejorar su relación bilateral (ni siquiera restablecer el número de su personal diplomático en cada país, mermado por las expulsiones por actividades incompatibles con su estatus
), pero tampoco emprender pasos insensatos que pudieran desatar una guerra en torno al conflicto de Ucrania.
Todo indica que Rusia se comprometió a no empezar una operación militar contra su vecino eslavo, reservándose el derecho a intervenir si el ejército ucranio ataca las regiones rebeldes del sureste de ese país, lo que podría presentarse desde Washington como resultado exitoso de la mediación de Biden.
Y visto desde Moscú, lo cual se mostrará como gran triunfo de Putin, Estados Unidos ofreció no aplicar ninguna sanción económica contra Rusia ni suministrar más armamento moderno a Kiev ni menos instalar tropas estadunidenses en territorio ucranio.
Puertas adentro, queda la reacción de Biden a la propuesta que con toda seguridad le presentó Putin acerca de consensuar un acuerdo jurídicamente vinculante que otorgue garantías de seguridad a todos los firmantes, toda vez que Rusia plantea como demanda prioritaria que Estados Unidos y sus aliados acepten poner fin a la expansión hacia el este de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
No es probable que Washington acepte renunciar a sus pretensiones de hegemonía que encubre con la legítima aspiración de las repúblicas ex soviéticas, si llegado el momento de un referendo esa fuese la voluntad mayoritaria de sus habitantes, de ingresar algún día a la OTAN, hipotética posibilidad que Moscú califica de línea roja que nadie debe cruzar.
En la medida en que el tema de Ucrania pierda actualidad noticiosa y se relegue a segundo plano, tanto Putin como Biden querrán reunirse para dar luz verde a las labores de los grupos de funcionarios y expertos que acordaron crear hace seis meses, en Ginebra, con el fin de negociar distintos aspectos del control de armamento, lo que de suyo se antoja un complejo y largo proceso de estira y afloja hasta poder establecer un nuevo equilibrio estratégico.