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Carlos Martínez Assad, gran rescatador de la nación / Elena Poniatowska

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En la imagen, el sociólogo e historiador Carlos Martínez Assad. Foto Francisco Olvera / Archivo
21 de noviembre de 2021 09:45

Ciudad de México. Si a alguien debemos el rescate de la mayoría de los archivos de nuestra nación, es al historiador Carlos Martínez Assad, quien fue director del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y ha formado a muchos futuros investigadores.

Lo conocí hace años con los fotógrafos David Maawad y Alicia Ahumada, quienes seguían de cerca y conservaban la obra de Mariana Yampolsky. Alicia también revelaba e imprimía las fotografías de Víctor Flores Olea, quien la adoraba.

Cubierto de premios y distinciones como la beca Guggen-heim y el Mérito Histórico Vito Alessio Robles, Carlos Martínez Assad se ha preocupado, mejor que nadie, por la identidad política de nuestras regiones y, seguramente, Andrés Manuel López Obrador tiene en mente su Historia de Tabasco, publicada en 2015. Ya 10 años antes había recibido el Juchimán de Plata.

Ligado a las mejores causas, el historiador y sociólogo siempre se ha preocupado por los más olvidados. Discípulo de Pablo González Casanova y de Rodolfo Stavenhagen, hizo su doctorado en la Universidad de París, y desde entonces imparte diplomados en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Tuve el privilegio de presentar a su lado, en el Museo Nacional de Antropología e Historia, uno de los libros de David Maawad, el fotógrafo de Pachuca, que añadió uno más a su gran obra académica. Investigador privilegiado, recuerdo que David Maawad recurría a su sabiduría, ya que Martínez Assad siempre se interesó en la fotografía, y la obra de David Maawad sale de su tierra, Pachuca.

–El archivo México indígena, de Raúl Estrada Discua, que rescatamos en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, es el más completo sobre grupos indígenas de México en fotografías que se realizaron entre los años 30 y 40, momento de mayor auge del indigenismo mexicano, cuando estaba esta teoría de Manuel Gamio, que hablaba de la integración de los indios a la sociedad mexicana.

–¿Alfonso Caso?

–Sí, también.

–Él sí hablaba mucho de la integración.

–Sí, pues esa fue la corriente indigenista dominante durante la Revolución Mexicana. Miguel León-Portilla pertenece a otro momento, pero el otro es muy importante, porque estableció que el indigenismo debía definirse como una forma de integración que venía desde la época de Juárez, donde la intención era que los indios se integraran a la sociedad mexicana. Esa fue la propuesta de los liberales: hacer que todos los mexicanos fuéramos ciudadanos iguales, sin diferencias, y que, por tanto, todos teníamos los mismos derechos y obligaciones frente a las leyes.

–¿Te acuerdas cuando fuimos a Pachuca con nuestro amigo David Mawaad y también presentamos un libro con nuestro amigo Antonio Saborit?

–Sí, ese sobre la población hñähñu, principalmente, que es la población otomí que, ya con su nuevo nombre reivindica el propio y no acepta que le llamen otomí, como se hizo durante mucho tiempo, porque el nombre otomí, como casi todos los apelativos indígenas, lo pusieron los españoles en la Conquista; es decir, con el tiempo fueron denominándolos de determinada forma, y cuando se reivindicaron como pueblos indígenas originarios lo hicieron con sus nombres, sus raíces. Ahora, a diferencia del indigenismo de Gamio –quien es el parteaguas más importante–, el nuevo indigenismo habla de ya no ser denominados indígenas, sino con el nombre de su pueblo: tarascos, mixes, mixtecos, tarahumaras, etcétera.

–¿Alfonso Caso dijo eso?

–Fue Manuel Gamio desde sus estudios del Valle de Teotihuacan, que fueron los que marcaron la dirección que llevaría el indigenismo mexicano, pero que recuperaron la tradición liberal, desde Molina Enríquez, de los grandes problemas nacionales, donde el indigenismo se definía, además, como problema.

–Como investigador e historiador, ¿cuándo empezaste a dedicarte así como hizo Miguel León-Portilla?

–Me he dedicado a diferentes investigaciones que tienen que ver con la heterogeneidad social. Como sociólogo e historiador he profundizado, sobre todo, en buscar las raíces históricas que permitan hablar del México no oficialista, porque las versiones oficialistas del Estado han orientado siempre mis investigaciones desde hace 50 años, por eso me dediqué al estudio de la diversidad del país y de las regiones; así estudié los grupos indígenas, sobre todo yéndome al Valle del Mezquital, donde viví más de un año, visitando las comunidades hñähñu de esa región.

–¿Hablas hñähñu?

–No lo hablo; es un idioma, como el náhuatl y otras lenguas, porque, de acuerdo con las investigaciones de esto que trabajé, había 43 lenguas indígenas; ahora, los censos dicen que son casi el doble, cuando menos, lenguas originarias con estructura; es un grupo amplio; sin embargo, en esa diversidad me fui a estudiar a Tabasco y San Luis Potosí; así estudié la obra y el paso por esas tierras tumultuosas de Tabasco, de Tomás Garrido Canabal y todo lo que ese personaje dejó en términos de su laicismo, de su radicalismo anticlerical, que fue brutal...

–Llegó a matar gente...

–Obviamente, como todos los personajes de fama, hay muchas leyendas en su contra. La leyenda negra de Garrido la hicieron mucho los conservadores de México, sobre todo el grupo de Roberto Brito Fuché, quien, debes saber, dirigió la Facultad de Derecho, rector de la UNAM, y, sin embargo, fue uno de los personajes más conservadores que se recuerdan en la historia reciente de México.

–Y racista.

–Sí, tú lo has dicho. Entonces esa leyenda negra comenzó a generarse por los mismos tabasqueños que están en su contra, porque además tuvieron que abandonar el estado. Después vino Graham Greene a México, el británico, y escribió su libro El poder y la gloria, novela muy famosa, que construyó solamente con base en lo que escuchó en Tabasco, porque cuando vino a México, en 1939, Garrido salió del país en 1935; entonces, aunque el libro de reportajes de Graham Greene es muy importante, Camino sin ley es un libro bien importante, porque encuentra un México convulsionado, atento a la amenaza de la rebelión de Saturnino Cedillo, en San Luis Potosí, durante el gobierno del presidente Cárdenas. Esa es otra investigación que realicé: buscar bien los orígenes de esa rebelión y, todo verídico, del encono hacia Cárdenas. Encontré algunas cuestiones muy importantes. Entrevisté a los cedillistas vivos, a los que habían combatido al lado de Cedillo, personajes que aceptaron recibirme muy afectuosamente, algunos prácticamente en el lecho de muerte, pero que querían contarme lo que sabían, cómo habían participado con la rebelión de Saturnino Cedillo. Todas esas investigaciones sobre la diferenciación tan fuerte que existe en México pues me llevaron al planteamiento de que en México no hubo una Revolución Mexicana, sino varias revoluciones, según los estados de que se trata. Claro, tenemos la del norte, la más afamada, la de Francisco Villa; Carranza, que también jugó un papel importante.

–¿Leíste El rey viejo, de Benítez?

–Sí, ahorita en una conferencia comienzo citando El rey viejo, que me parece una excelente novela...

–También El agua envenenada.

–Pero esa no es sobre la Revolución Mexicana, es más de un evento que tiene que ver con la cultura indígena y con los problemas de un poblado en el que el cacique envenena el agua por sus intereses. Benítez marcó varios caminos con su gran obra de los pueblos indios, justamente, que fueron estos tomos publicados por ERA... Los indios de México. Todo eso son referencias constantes, sobre todo, de alguien que se propone a ir, como decía Guillermo Bonfil, al México profundo, pero me interesaron muchas cosas a lo largo de estos años, porque me fui encontrando con las diversidades religiosas, ya que también hay una gran diferencia entre el pensamiento religioso de Guanajuato, al de Chiapas, al de Nuevo León; hay mucha diferenciación social. Que captó muy bien esto, aunque ya a finales del siglo XX, el subcomandante Marcos, cuando hizo ese recorrido por todo el país que culminó con un trabajo en el que habla de la diversidad de México, que las autoridades harían bien en atender y entender, porque no es lo mismo gobernar Nuevo León, que Jalisco o Oaxaca. Son lugares muy diferentes.

Dentro de toda esa diversidad del país di con el asunto que tú has conocido muy bien, los inmigrantes extranjeros en México, las migraciones históricas en México...

–La libanesa, la francesa... Nosotros somos fanáticos del Líbano.

–La judía, la italiana, la china –que tuvo tantas dificultades–, y he encontrado, con todo eso, que México es un país muy rico por su diversidad, y tendríamos que captar mejor que ésta ha enriquecido al país y que contradecimos la versión de que sólo somos un producto de un mestizaje español-indio. Somos producto de un mestizaje de una diversidad de pueblos enormes. Tú terminas siendo polaca, francesa, mexicana, gringa, inglesa.

–Sobre todo gringa, porque mi abuela, la que se casó con mi abuelo, se llamaba Elizabeth Sperry Crocker.

–¿Viviste en Inglaterra?

–Durante la guerra iban mucho a Inglaterra; ahí se estacionó un general que se unió después a los norteamericanos y lo fueron a alcanzar ahí, un polaco, el general Cicozsky.

–Esa parte de México me ha interesado mucho. Tú conoces los libros que he publicado, el de La ciudad cosmopolita de los inmigrantes sigue siendo un libro necesario de entender, porque ahí explicamos muy bien lo que fue la trayectoria de 25 grupos de inmigrantes en México; hablamos de una época que me parece interesantísima, cuando en el barrio de la Merced se hablaban 20 idiomas diferentes, porque podías encontrarte a un armenio, porque también tenemos la migración de armenios que venían huyendo del imperio otomano, como otros grupos de esa región, como los libaneses cristianos y los judíos sirios, que también vinieron de ahí; los griegos que fueron parte de esa mira persecutoria de los turcos, y es impresionante. Si uno caminara en 1918 por el barrio de la Merced, tendría que estar muy atento para entender las lenguas que se hablaban ahí, porque lo que ahora llamamos Centro Histórico era la Ciudad de México, no había más Ciudad de México que eso, hasta después se fueron construyendo las colonias Roma, Polanco, Condesa... es una parte posterior del desarrollo de México, de esas ciudades. Me parece muy importante lo que aportaron los franceses con sus bancos, la banca francesa fue el origen de la banca...

–La Banca del Atlántico, se llamó primero...

–La Banca de Londres, acuérdate. Son bancos que existen desde el siglo XIX y son los financieros, muchos de ellos, franceses, británicos que incursionaron en esos bancos que son los que tienen grandes negocios en México. La industria textil no se puede entender sin la presencia de los franceses y luego de los libaneses, que son textileros fundamentalmente, que contribuyeron al desarrollo del país. Independientemente de que durante la Revolución Mexicana se atacó a todos estos ricos que, además, eran extranjeros, se distorsiona mucho lo que pudieron hacer, porque implementaron muchos negocios que fueron importantes para el despegue económico de México, tanto en el porfiriato como en años posteriores.

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