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Ojarasca / Cambiar el sistema, no el clima

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Magia en La Candelaria de los Patos, CDMX, 2021. Foto Mario Olarte
13 de noviembre de 2021 12:30

Del 1 al 12 de noviembre de este año, en Glasgow, Escocia, se lleva a cabo la COP26. Participan jefes y representantes de Estado, desde los países supuestamente más desarrollados, hasta los menos desarrollados como la mayoría de América Latina, Asia y África. También participan representantes de las empresas industriales más grandes del planeta y, por si fuera poco, ONGs, fundaciones, organizaciones, autollamados representantes de la sociedad civil supuestamente preocupados por el deterioro del clima.

De igual forma participan organizaciones y comunidades de pueblos indígenas, como la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA) y el Consejo Indígena Centroamericano (CICA), así como organizaciones indígenas de Filipinas, África, Asia y todas partes del mundo, quienes igual tendrán su pabellón para discutir sus cosas. Sólo los iluminados podrán entrar a debatir con el panel de expertos sobre el clima y con gobiernos.

También hay representantes de comunidades que están disputando sus territorios con los Estados-Nación, con las empresas nacionales y transnacionales, sobre todo donde se está promoviendo la construcción de hidroeléctricas, producción de palma africana, explotación de minería, etcétera. Es decir, representantes de comunidades de pueblos originarios donde el extractivismo está creando miedo, persecución, criminalización y muerte.

Desde la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro 1992 y el tratado de Kyoto, hasta la Cumbre y el Acuerdo de París, la declaración sobre los derechos de la Madre Tierra, nada ha avanzado. Aunque el compromiso de los países industrializados es limitar el calentamiento global debajo de 1.5°C y ayudar a los países pobres a mitigar el cambio climático, éste aún no se cumple en realidades concretas. Mientras se siga pensando desde el capitalismo, jamás se podrán cumplir los estándares deseados, porque el capitalismo y el desarrollo siguen siendo de muerte y destrucción, además que la ganancia y el superávit está sobre la vida.

Esta cumbre se lleva a cabo en medio de la pandemia del COVID-19, que es otro efecto del capitalismo. El capitalismo sigue siendo el sistema de muerte, nunca será de vida, mientras seguimos bajo las reglas de la economía de mercado, las empresas seguirán buscando la ganancia y el clima es la última prioridad.

Es lamentable, pero también hay organizaciones indígenas que dicen representar a los pueblos en esta cumbre, y que se han constituido como negociantes del clima y los derechos de la tierra y la naturaleza. Su presencia en las cumbres sólo sirve para negociar que los países asignen más recursos a los planes y programas para mitigar el calentamiento global; a eso que le llaman desarrollo verde. En toda América Latina hay organizaciones y supuestos expertos indígenas a quienes no les interesa la vida del planeta, sino sus proyectos económicos de sobrevivencia.

Para muestra, los programas REDD o REDD+ y otros dirigidos por la ONU a través de PNUD, FAO o PNUMA. Son un fracaso y sólo han servido para fortalecer a un grupo de “expertos indígenas”, que durante las dos últimas décadas han aprendido a vivir de la reforestación y de “la conservación”, tratando de hacer que los efectos del capitalismo sean más leves en los territorios indígenas y no más, pero la pobreza en estos territorios es cada vez mayor, y el agotamiento de la tierra cada día peor. O avalan proyectos extractivistas o conservacionistas, donde los derechos humanos y de los pueblos indígenas sólo son un discurso. Ejemplos hay muchos en todo el mundo.

 

Mientras tanto, los efectos de la industrialización y del sistema capitalista siguen haciendo estragos y llevando muerte a las comunidades indígenas. En Guatemala, por ejemplo, tenemos El Estor, Ixtahuacán, Sipakapa, La Puya, entre otros, donde se está impulsando exploración y explotación minera. Las zonas en donde se cultiva palma africana (Chisec, Raxruhá, Petén, Río Polochic, Costa Sur) o la construcción de hidroeléctricas en casi todo el país. La contaminación de ríos, lagos, nacimientos de agua, como la laguna de Chi Choj, el lago de Amatitlán y el lago Atitlán.

Sequedad y erosión de la tierra de la región Chorti. El alto nivel del clima en municipios de la región norte de Guatemala; hace años allí se vivía con más lluvia. Los huracanes y tormentas han destruido comunidades enteras, como lo sucedido por Eta e Iota en Alta Verapaz, Cambray II y Sololá.

Los incendios forestales en la Amazonia, Guatemala, incluso en los países del primer mundo: Estados Unidos, Noruega, España.

En América Latina, muchos casos que son paradigmáticos y pudieran servir como ejemplo para que los participantes en la COP26 se comprometieran a cambiar el sistema. Eso lo saben todos los gobiernos, incluso la ONU, pero como lo que no se quiere es cambiar el sistema, la muerte seguirá rondando a los pueblos, hasta que nos rebelemos o la tierra se rebele totalmente.

No se detendrá el deterioro del clima con sembrar arbolitos o poner a los “indios” o niños y niñas de las escuelas a sembrar árboles, o para que a las ONGs y fundaciones conservacionistas como Fundaeco y Defensores de la Naturaleza se les asignen territorios enteros para la supuesta conservación, y luego vender o negociar bonos de carbono, mediante el Mecanismo de Desarrollo Limpio de la ONU u otros mecanismos, para que las empresas sigan contaminando el resto del mundo, sobre todo territorios indígenas.

Algunos miembros de movimientos sociales que participan van con mucha esperanza de que la COP26 concluya con decisiones más fuertes sobre el clima. Por las experiencias anteriores, será otra COP más, otra reunión de reyes, reinas y príncipes, o un encuentro turístico, en donde hablarán sobre el clima, sobre la madre tierra, sobre la naturaleza, sobre los indígenas, nada más.

Mientras no haya la decisión de cambiar el sistema económico y político actual, la COP26 no detendrá el deterioro del clima y cada vez está más cerca nuestro suicidio. Porque la última palabra la tendrán el dinero, el capital, las empresas, los países ricos, y no el clima, ni la Tierra, ni nosotros.

Como dice el papa Francisco: “El neoliberalismo sencillamente se reproduce recurriendo a teorías mágicas de ‘derrame’ o ‘goteo’, sin usar ese nombre, como la única solución a los problemas de la sociedad”. El capitalismo y el neoliberalismo son de muerte. Hay que construir un “sistema de vida”. La esperanza está en los pueblos originarios y los pueblos más pobres, no en las empresas.

KajKoj MáxiMo Ba Tiul, maya poqomchi, antropólogo, filósofo, teólogo, profesor universitario en Guatemala.

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