Esta semana se lleva a cabo la Novena Conferencia de las Partes del Convenio Marco para el Control del Tabaco (CMCT) de la Organización Mundial de la Salud. Desde 2003, este Convenio ha definido los lineamientos internacionales para combatir el cigarro.

Sin embargo, en tiempos recientes, con la aparición de los productos alternativos de consumo de nicotina y tabaco, ese consenso ha quedado atrás: las discusiones han cambiado y los bandos se han dividido en dos. Por un lado están los países que han entendido el avance científico y tecnológico, y por otro están los que siguen creyendo que la prohibición, contrario a lo que dicen los datos, funciona.

En el primer grupo se encuentran Nueva Zelanda y Reino Unido. En el segundo destaca México.

Los países que han optado por regular han establecido procesos claros e independientes para revisar los estudios clínicos y la evidencia científica y así, determinar si los productos innovadores realmente son mejores opciones para los fumadores que los cigarros. La evidencia ha concluido que si bien los productos de consumo alternativo siguen generando exposición de riesgo a la salud, lo hacen en menor medida que los cigarros y por eso se les conoce como productos de “riesgo modificado” o de “riesgo reducido”: aunque no produzcan combustión o humo, siguen conteniendo nicotina, una sustancia adictiva.

Con evidencia en mano, estos países han establecer regulaciones claras que limitan el consumo de menores de edad, al mismo tiempo que implementan campañas que motivan a los fumadores a cambiar el cigarro por cigarro electrónicos, tabaco calentado, snus (unos sobres de tabaco que se colocan en la encía) u otros productos que eliminan la combustión.

En Inglaterra, por ejemplo, el sistema de salud público evalúa incorporar los cigarros electrónicos como ayuda para dejar de fumar. El Estado está considerando comprar cigarros electrónicos y ofrecerlos a los fumadores con tal de que dejen de fumar e inhalar el humo del cigarro, principal causa de las enfermedades relacionadas con este hábito. En Nueva Zelanda este tipo de programas ya son una realidad. El gobierno otorga cigarros electrónicos a los fumadores de origen Maori, la población indígena del país y entre quienes se encuentra la mayor incidencia de tabaquismo.

En el bando prohibicionista destaca México en los últimos años, al menos a nivel Ejecutivo. Las autoridades han publicado decretos que prohíben la importación de vapeadores y emiten alertas sanitarias para advertir sobre el consumo de estos productos. Pero también el Poder Judicial, a través de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ha decidido que la prohibición actual es inconstitucional y ha pedido su regulación.

En el sector social, diversas organizaciones que concentran a usuarios y promoventes de un consumo seguro se han manifestado a favor de una regulación en vez de una prohibición tajante. Sus llamados han sido ignorados.

En este encuentro internacional, que se celebra a puerta cerrada y sin acceso a industria, medios de comunicación u organizaciones, los países de avanzada han ido a promover la innovación sobre las visiones arcaicas, y han mostrado, con estudios, cómo ha disminuido la prevalencia del consumo del cigarro en sus países. México, en cambio, izó la bandera prohibicionista una vez más.

En nuestro país existen cerca de dos docenas de proyectos de ley respecto a las alternativas de consumo de nicotina y tabaco, gran parte de ellas en pro de la regulación. De aprobarse, el enfoque nacional cambiaría, y se pasaría de una prohibición que ha aumentado el mercado negro, ha aumentado el acceso de menores de edad a estos productos, y no ha reducido el consumo de cigarros, a una regulación que disminuiría estos tres puntos clave. El ejemplo de los países de vanguardia ahí está, sólo es cosa de escucharlos.