Ciudad de México. Lo sabe hacer. Maneja la historia con la intensidad de un relato del presente, y cuenta que para defender la soberanía, para impedir el saqueo de las empresas extranjeras, se hizo una revolución. Augusto Gómez Villanueva se escapa cuando la historia toca el presente para acompañar el ahora de su partido, y recuerda: “Tuvimos la fortuna de haber nacido con la fundación del Partido Nacional Revolucionario (PNR) de 1929. Yo nací en 1929, y desde niño aprendí de mi padre su pasión, su entrega, y lo esencial, la congruencia. Mi madre decía: ‘Oye, Macario –el nombre de su padre–, ¿por qué no te pones un traje? Es que yo no soy burgués, yo soy obrero’”.
Priísta de hueso tricolor, el que fuera el primer secretario de la Reforma Agraria, y embajador de México en Italia y Nicaragua, se arrellana en el sillón equipal del cuarto piso de sus oficinas, en un rincón de la colonia Roma, que recorre casi a diario sin que sus 92 años se lo impidan.
El diputado está listo para la entrevista, mira a las imágenes en fotografía que cuelgan de la pared sur de la habitación de lado a lado, como quien pide anuencia para iniciar el trabajo. Ahí, sobre la pared, Fidel Castro, en su uniforme verde olivo, estrechando la mano del mexicano. Más arriba, un Zapata al óleo, y también Joe Biden, el presidente de Estados Unidos, en una foto que reta al tiempo y señala a los personajes –Biden y Gómez Villanueva– en una reunión que podría haberse fechado hoy, pero que data de hace años.
Parece que no le hace falta mirar hacia la historia, sus palabras suenan frescas: La idea era cómo incorporarnos al desarrollo de la nación, rescatando de los extranjeros los recursos naturales que eran las minas, que era el petróleo y que eran inclusive una serie de privilegios que reclamaban las compañías extranjeras para mantener su hegemonía sobre los recursos naturales que eran esenciales. Esto dio origen a la Revolución
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Habla con emoción y voz firme de aquellos años, de su formación… “nosotros los niños teníamos esa gran influencia, cantábamos en la escuela el Himno, la Internacional, y el 20 de noviembre era para nosotros el momento en el que los niños declamábamos México, creo en ti. Nuestros maestros, muchos de ellos eran socialistas, algunos comunistas, otros con gran mística en su afinidad con los principios de la Revolución, pero lo más importante fue la visión que tuvo (Plutarco Elías) Calles y el general (Lázaro) Cárdenas para entender que no podíamos lograr consolidar la vigencia de los principios y valores de la Constitución si no teníamos un sistema educativo nacional que permitiese que los mexicanos nos formáramos con un gran conocimiento de la historia y con una gran claridad respecto de los objetivos de la propia Revolución en la búsqueda de la igualdad social.
“El nacionalismo revolucionario como tal, que es una de mis posturas ideológicas, entra en una crisis originada por la internacionalización de nuestra economía. Lo más importante es cómo mantenemos nuestra identidad como país frente a los riesgos de los cambios mundiales. Creo que estamos viviendo una transición. No sólo la vivimos en México, sino en el mundo, pero la vivimos más dramáticamente los países que estamos en proceso de desarrollo.
Estamos viviendo los efectos de las trasnacionalización que ha provocado fenómenos de desocupación, de masiva desocupación. Es decir, los avances tecnológicos y científicos son un bien para la humanidad, sin embargo, el uso de ese bien ha generado mayor desigualdad social, porque las tecnologías que se dan en el aparato productivo han originado los cambios climáticos, no solamente un acaparamiento de las grandes centrales. Estamos viviendo los efectos de una economía sustentada en el libre mercado sin reglas.
De pronto parece que la historia sólo tiene una página en la que se vuelven a narrar los mismos sucesos, con diferentes actores, con fechas traslapadas, pero como si estuviera encerrada en un sinfín condenatorio, que no le permite intentar nuevos destinos, y don Augusto entonces señala sus momentos de lucha en el intento de romper las inercias.
–¿Tuvo usted, en algún momento, la posibilidad de decirle al Presidente: nos estamos desviando?
–Tuve una relación cercana con el propio (Luis) Echeverría, también con (Miguel) De la Madrid, y la tuve, en su momento, con (Carlos) Salinas y (Ernesto) Zedillo, y el propio (Enrique) Peña Nieto. Lo que yo advertía, y era un consenso que correspondía a lo que planteaba la militancia en el partido, es que estábamos en un momento de enormes riesgos de perder la gobernabilidad. Perderla significaba perder la confianza de las instituciones que tienen una opinión que es dominante en esa etapa en la que se exige un proceso en el cual no sea el gobierno el que organice las elecciones, sino que las organice la sociedad misma, por ejemplo, y advertí la importancia de formar el Instituto Federal Electoral.
–Dentro de muy poco habrá de decidirse otro rumbo para el país a partir de la reforma eléctrica. ¿Hay oportunidad de rencontrar a ese México que se nos perdió?
–Cada gobierno que llega a asumir la mayoría en una elección presidencial, de un signo o de otro, viene con ideas diferentes, y pretende que su triunfo en las elecciones lo transformen en un movimiento diferente a un desarrollo democrático. Cuando digo diferente me refiero a que en algunos casos, cuando se manifiesta una expresión popular, como es el caso actual que los politólogos llaman populismo, la realidad es que los mismos temas que impiden el desarrollo nacional se convierten en una coyuntura inevitable. ¿En qué es inevitable? –se pregunta–, en el revanchismo, en que de alguna forma lo que se pretende corregir, lo que evidentemente debe corregirse, no necesariamente tiene que desaparecer. El atentado contra las instituciones es un atentado contra el patrimonio de la nación.
Yo creo que es un riesgo que confundamos una alternancia con una revolución porque nos está llevando a una polarización muy peligrosa.
Gómez Villanueva vuelve ahora sobre sus ideas más arraigadas.
–¿Y la soberanía, don Augusto?
–Yo creo que lo importante está en el ejercicio de la soberanía. Primero hay una soberanía política en la cual el pueblo expresa su voluntad para escoger su gobierno, y la otra es la soberanía territorial para poder definir el uso de sus recursos en función del bienestar de la población.
“El gran peligro para mí como mexicano es que nos confundamos con los grandes lineamientos que nos imponga la banca internacional para que continuemos mereciendo su confianza.
Si nos confundimos y no ejercemos el derecho soberano de definir las líneas de nuestro propio gobierno en función de un proyecto programático que nazca de la voluntad popular, estará en peligro la soberanía.
Gómez Villanueva concluye la entrevista y advierte de dos condicionantes indispensables para mantener la soberanía, y las deja muy claras: Una, la austeridad; la otra, la anticorrupción
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